“La hoja en blanco” es mi nuevo cuento dominical. Espero te
guste.
Que mayo, con sus floridos entornos te sea propicio y grato.
El mío se augura mágico de encuentros y paseos.
Un cálido abrazo de luz que invita.
Una hoja en blanco, una tecla, un pensamiento.
Ana siente un impulso y se dirige al paquete de folios. ¿Por
qué elegir el primero del montón? ¿Y si escoge cualquier otro? Vaya tontería:
si todos estarán en blanco. Tal vez, sí. O quizá, no. ¿Y si en alguno a algún
duende juguetón le ha dado por poner una palabra? Sí, esa palabra que toda alma
solitaria siempre aguarda.
Pedro, por su parte, se sienta ante la vieja máquina de
escribir. La cuartilla está ya enrollada sobre el carro. ¿Por dónde empezar? ¿Y
si cierra los ojos y deja que el dedo decida por él? Una tecla, una letra. Son
negras, son redondas, son germen de palabras, promesas de sueños e historias
increíbles.
Una niña y un niño juegan con sus pensamientos como si
fueran olas de mar lamiendo la arena de cualquier playa. Corretean burlándose
la una del otro mientras sus mentes en crecimiento, sin que ellos se den
cuenta, engendran ilusiones, ideas, proyectos literarios.
Esa niña y ese niño entonces se mueren por un helado de
turrón y una horchata. Sus madres les apremian. Se hace tarde y aún tienen que
hacer los deberes en casa. No quieren obedecer, lo único que les importa es una
horchata y un helado de turrón.
Habrán pasado los años y Ana y Pedro sedistanciarán. Tampoco
habría sido de extrañar. Al fin y al cabo, tan solo se juntaban en los veranos
en el pueblecito costero de Mallorca. Acababa agosto y cada uno marchaba a sus
respectivas rutinas. Entonces ni había Whatsapp ni Facebook.
Está de moda hacer
cursos de escritura creativa. ¿Por qué no? Todo el mundo tiene algo que contar,
una historia, un sueño, un pensamiento. Y tampoco es tan difícil. Se trata de
coger un papel en blanco o abrir una página nueva en el tratamiento de textos
del ordenador y dejarse llevar.
Una eficiente jefa de equipos se dice que por qué no, que de
niña le gustaba mirar el mar y fantasear. Es una oferta de curso virtual así
que tampoco le exigirá demasiado a su obesa agenda laboral.
Lejos, alguien está desesperado. No encuentra trabajo, se
siente fracasado. ¿Y si en la escritura estuviese la tabla de salvación de su
futuro? Total, nada tiene que perder. Por cursos que no queden. Y éste está
subvencionado.
Se han sucedido los días, las lecciones y trabajos han ido
cumpliéndose conforme el plan previsto. Sin querer se ha establecido una
relación virtual entre los cursillistas, más aún al desconocer las auténticas
identidades. Una de las condiciones al inscribirse fue que cada cual eligiera
su personaje novelesco favorito como identificador.
Hubo un Sansón Carrasco, un Lázaro de Tormes, Una Melibea,
una Pepita Jiménez, una Fortunata _¿o tal vez un Fortunato?_ y sí, también una
Ana Ozores y un Pedro Crespo, una Regenta y un alcalde de Zalamea.
Es verdad, otras muchas hojas en blanco hay con destinos
distintos: el dibujante que, carboncillo en mano, se dispone a pergeñar el
boceto de un rostro anodino para transformarlo en evocación pictórica; el
reverso de un calendario en el que alguien escribirá sus citas; las de aquella
libretita para el bolso en la que ella apunta ideas que luego serán magistrales
narraciones; la que servirá de envoltorio.
Poco importa la calidad o textura del papel que la compone.
Son hojas en blanco, son matronas que se ofrecen fértiles de frutos.
-Los cursillistas quedan para cenar en la biblioteca de
cierto palacete mudado a restaurante de postín. En sus solapas portarán la
tarjeta con su apodo. Se pondrán voz y cara. Para muchos de ellos, la imagen
será lo buscado; para otros, los más perspicaces, reclamarán la voz como mejor forma
del primer contacto.
Han acordado también que se acompañen de una
hoja en blanco, cómo no. En ella deberán escribir una reflexión acerca del
encuentro a partir de lo aprendido y luego introduciéndolas en un saco, cual
clásicos electores griegos, extraerlas al azar para leerlas en voz alta.
No todos los inscritos acuden, pero los que lo hacen se
disponen bien al juego y a la promesa del misterio.
Al final de la cena, entre postres y cafés leerán los
veredictos.
-Yo antes te conocí. Eras una niña que se moría por comerse
un helado de turrón. ¿Recuerdas? Pedro
Crespo.
-Escritor nací queriendo ser. La vida me trajo hasta aquí.
Sansón Carrasco.
-Palabras prohibidas quisieron que fueran mas, inquietas,
libres volaron en el cielo de mis labios. Melibea.
-Jugué con palabras, palabras envueltas en olas de mar en
calma. Ana Ozores.
-…
Hojas en blanco fueron. Hojas henchidas de palabras son. La
magia de la literatura ha hecho que la tierra yerma se transforme en fértil
vergel.
Dos niños que fueron amigos, durante los veranos en Mallorca,
se descubren, un Alcalde de Zalamea y una Ana Ozores se comprenden.
Ella ha encontrado, al fin, la palabra que el duende
escribió en la hoja 287 del paquete de folios. Sonríe emocionada.
Él ha visto, al mirar
la hoja que sacó de su vieja máquina de escribir, creyéndola nívea, que una “A”
se yergue ufana.
Amor. Ana.
Ah, las hojas en blanco. No las arrojes a
voraces vertederos destructores. ¿Quién sabe si no hallarás en ellas un nuevo
tesoro? Porque sí, palabras hay que son más valiosas que la más rica de las
joyas.
2 comentarios:
¿Hojas en blanco?
¿Duendes traviesos?
¿Palabras en clave?
¿Afortunados encuentros?
¡Cuánto mensaje cifrado!
¡Cuánto símbolo y misterio!
Espero que con Hernández
tengas un feliz encuentro,
y muchos papeles en blanco,
con mucha poesía fluyendo,
rimas para compartir
en braille para los ciegos,
que todos somos hermanos,
lenguaje escrito para el resto.
Rosa, muy poética y enigmática te veo, jejejeje. Se ve que eso de mandar imágenes sonoras te inspira.
Seguro que Hernández y Sánchez me inspirarán puntos tocables sobre íes blancas.
Feliz semana previa.
Besos de misterio y poesía.
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