Feliz
domingo.
Espero
que la próxima semana, última de mayo, os sea pródiga. Que estéis bien y que la
literatura os acompañe siempre porque cuando aun cuando uno no tiene nada,
siempre queda un cuento o una historia
para hacernos sentir bien.
Con
cariño.
Recurrirías
a médicos y curanderos. Te aferrarías a lo que fuera, incluso a titulares huecos
de televisión. Todo con el vano espejismo de que, unos u otros, poco importaría
cómo, te dieran una solución.
Eso
pensaste ante la perspectiva de ser un anónimo olvidado del barco de la vida.
Desde
niño tuviste trazado el plan. Fuera como fuese serías famoso. Te granjearías la
admiración de la gente, serías objeto de envidias no precisamente sanas.
Costara lo que costase serías el mejor.
La
ambición sería tu bandera; el triunfo, tu divisa; el éxito, tu única meta. ¿Que
te llevarías por delante a otros? ¿Que pisarías lo que fuese necesario? ¿Y a ti
qué? Lo único que a ti te afectaría sería lo tuyo. ¿Los emás? Bah, miserables
hormigas sin importancia.
Estabas
convencido, te lo grabaste a fuego. Nada más, nadie más, sólo tú.
Desde
tu castillo contemplas ahora el reino conquistado. Han pasado los años. ¿Un
reino de esplendor y riqueza? No, de desolación y muerte.
¿Ganaste?
Tal vez sí, pero estás solo, inmisericordemente solo.
¿Te
sientes bien? Tu estrategia se cumplió, incluso sin necesidad de recurrir a
aquellos sanadores de salón. Sí, triunfaste, y sin embargo fracaso es tu palabra.
Te
das cuenta hoy de que en tu victoria venía incluida, como de serie, la mayor de
las derrotas. Nadie te avisó de ello. Bien es cierto que de haberlo hecho
alguien, le habrías despreciado. ¡Tan cegado estabas!
No, no te sientes bien. Te sientes solo. Y la
soledad no está mal cuando uno la elige pero en tu caso no tienes opción a buscarla o no. Tanto te endiosaste que
todos huyeron de ti. Al principio no te importó, tú tenías tu cielo de cristal.
Luego, más pronto de lo que pensabas, te diste cuenta de que ese cielo no era
tal, era tumba, sepultura de vivos.
Poseíste
a guapas mujeres. No, no las poseíste; en cuanto tuvieron tus joyas marcharon
en pos de otros reyes, tan necios como tú. Te creíste querido, pero tan solo
resultaron ser aduladores interesados.
Las
mansiones, los yates, los caprichos. ¿De qué te sirvieron?
Has
querido salir a la puerta, tienes frío, siempre tienes mucho frío. La gelidez te
ha calado en lo más hondo del alma. ¿No habrá aún un rayo de sol que haga el
milagro de caldeártela?
El
otro día un peregrino, Joaquín dijo que se llamaba, no recuerdas adónde te dijo
que se dirigía, te dejó un libro de poemas. ¿Poemas a ti? Creíste que era vano
su obsequio. Habrías querido, aun negándolo, que te dijese “ven conmigo,
acompáñame”.
¿Qué
más te da? Atrévete, ábrelo, quién sabe.
Pero
si no sabes leer poesía, tú únicamente aprendiste a leer libros de cuentas,
balances, listas de acciones, resultados. Tu biblia fueron los manuales de ingeniería
contable.
Y
ahora se te da la oportunidad de desgranar versos que habrán germinado en suelo
tan ajeno al tuyo. Nada tienes que perder.
Fijas
tus cansados ojos, yermos de pasión, en el papel que el desconocido caminante te
ha regalado.
No sabes cómo pero pronto quieres mirar, en
vez de limitarte a ver, esas letras que crean palabras, palabras que inquietan
tu alma, palabras que hasta este momento siempre te resultaron prohibidas:
sensibilidad, amor, entrega, naturaleza, rosas, espuma de mar, labios de miel,
néctar, colinas coronadas de guindas… Qué hermosura!
El
hielo se derrite, el corazón despierta. ¿Aún podrás recuperar eso que dijeron sueños?
No
puedes parar. Una estrofa, otra y otra. Sonetos, odas, rimas. Nombres que nunca
escuchaste y que hoy, por milagro, se te hacen amigos.
El
libro termina, tu alma grita de júbilo, sonríes.
Poesía,
literatura, sentimiento. Tus nuevos compañeros.
Una
dedicatoria figura en la última página:
“Trazos
de tinta viva somos. Poemas que a ti, lector amigo, venimos. Tu soledad, junto
a nosotros, nunca es tal. Tócanos, quiérenos, somos puerta abierta a la
felicidad sin culpas ni abandonos.”
Eres
feliz, como nunca lo fuiste. Abrazas el libro de poemas, notas cómo tu mundo de
hielo se transforma en universo de fuego y luz.
Tu
vida renace y tu ánimo vuela en busca de horizontes nuevos. Los buitres tendrán
aún que esperar para devorar tus despojos. Escribirás, aprenderás a hacerlo,
serás cómplice de la dedicatoria y crearás historias que enmendarán tanto daño
como hiciste y te hiciste.
¿Y
joaquín? ¿Volverá por su libro? Seguramente no. ¿Y si algún día buscando un
libro para regalar a otro insensato descubre el que tú un día habrás escrito?
¿Sabrá que él ffue quien te salvó? Quizás.
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