Buena noche de domingo.
Aquí mi nuevo relato semanal. Espero te guste y no olvides
practicar el valor de la diferencia, jejjejejjeje. Un abrazo diferente.
Relatos a la luz de los valores
La diferencia está en Florencia
No, no es la Florencia de la Toscana de la que hablamos,
aunque algo sí tenga que ver y es que la protagonista de esta historia se llama
Florencia porque nació en esa artística ciudad de príncipes y artistas, de
literatos y conspiradores, de grandes monumentos y galerías..
Florence, Florencia para nosotros nacerá un día de mayo de
1820 y viajará por distintos lugares del Mediterráneo, por aquello de que provenía
de familia rica, una familia que habría esperado de ella nada más que cumpliese
con los cánones de mujer casadera, dedicada al cultivo de las rosas en la casa
inglesa de estilo Tudor de sus padres.
Pero no, no; Florencia tenía otros planes. Se dedicará a
viajar por los países del Mediterráneo hasta Egipto y pronto sabrá, cuando
visite cierto monasterio en la región alemana de Kaiserswerh cuál va a ser su
destino.
En medio de la rebeldía de esta joven de buena familia, en
un siglo de tantos cambios como lo fuera el XIX, le tocará vivir una guerra, si
quiera desde la distancia: es la de Crimea y en ella, una batalla será famosa:
la de Balaklava, allá por las cercanías del mar Negro con Rusia, Inglaterra y
el Imperio Otomano como actores de la tragedia.
Ah, las guerras… entonces y siempre provocarán tanto dolor y
sangre, pero acaso, también, gestos heroicos y providenciales avances para la
humanidad en tiempos de paz.
Florencia, de apellido Nightingale, se desplazará a esa guerra
con 34 años para ayudar en el hospital de Scutari. Sí, ella con su afán por
reivindicar su sitio en una sociedad tan conservadora, no dudará en aprovechar
la oportunidad que le brinde la guerra y allí, marcará definitivamente su
principal valía: el de ser diferente a cuantos médicos y enfermeras la hayan
precedido.
Le costará hacerse fuerte, no desfallecer a las condiciones
higiénicas del hospital, a los desgarradores gritos de los soldados, a la
sangre, a las fiebres, al tifus, a las miasmas. No se arredrará ante nada de
todo eso e impondrá su ley hasta que se convierta en legendaria.
Pronto será conocida como la Dama de la Lámpara porque, cada
noche, iluminada por una tenue lamparilla de gas, pasa de sala en sala para
comprobar el estado de los enfermos, para consolarles con su presencia, siempre
serena, siempre atenta.
Y Florencia impondrá su ley. Se implantarán sus ideas acerca
de la enfermería, ganará distinciones y el juramento de las enfermeras al
graduarse llevará su nombre, como el de los médicos lo lleva el de Hipócrates.
A los 90 años fallecerá en la cama de su casa en paz y
sabedora de que lo había logrado. Sí, había conseguido que se implantaran sus
consejos y prácticas, pero no había sido nada fácil.
Podría haberse quedado en la norma común de mujer de la alta
sociedad en meriendas de té y tertulias aburridas pero no quiso, o no supo
hacerlo. Quiso ser diferente, diferente al resto de mujeres de su época y a los
sanitarios.
Su determinación, su empeño y su constancia la condujeron a
la gloria por mucho que ella no la quisiera. Lo único que quería era ayudar a
que las muertes retrocedieran en un mundo de supersticiones y malas prácticas.
-Tía Flo, ¿estás malita?
-Ay, mi niña, es que soy viejecita, muy viejecita.
-No quiero que te mueras. Todo el mundo dice de ti que has
sido la mejor enfermera del mundo y que hasta la reina Victoria te condecoró.
-Ah, sí. Pero todo eso ya es pasado. Lo importante es los
pobrecitos soldados que morían solos allá lejos, muy lejos.
-Tía Flo, yo no quiero que haya guerras.
-Ay, niña. Ojalá que en este siglo que comienza y que a mi
no me tocará ver, no tengáis guerras, pero… lo dudo.
La niña le dará un tenue beso a su tía, aquélla que fuera la
Dama de la Lámpara y saldrá de la habitación triste, intuyendo con su sabiduría
de niña, que esa lámpara que es la vida de su tía se apaga sin remedio.
Y esa niña se hará mayor y tendrá que ver cómo las guerras volvieron
y cómo ella siguió la estela de su famosa tía para que su memoria no se
perdiera.
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