Por tierras danesas: en pos de los
cuentos y los diseños
Apenas hace un mes nos disponíamos a
iniciar ese viaje anual a un país extranjero de la mano de mis lazarillos
viajeros, Alfonso y Paloma, Elena, Nuria y yo, cumpliendo con la tradición que
diera comienzo en 2009. Si el año pasado, fue Suecia, éste sería Dinamarca el
destino elegido. Durante 5 días pisaríamos, si quiera mínimamente, esa tierra de
vikingos y pescadores, de cuentos y diseñadores sostenibles, que es Dinamarca.
Me dispongo a compartir contigo lo que
quedó de aquel viaje, además, claro, de mencionar los lugares visitados.
Un poco de Historia:
La historia de Dinamarca comenzó hace
más de 100.000 años, pero los primeros pobladores se vieron forzados a
retirarse del territorio debido al hielo que lo cubrió durante la glaciación.
Desde el 12.000 a. C. la presencia humana ha sido constante en Dinamarca.
Durante el periodo vikingo, Dinamarca
tuvo un gran poder basado en la península de Jutlandia, la isla de Seeland y la
parte sur de lo que es hoy en día Suecia. A principios del siglo XI, el rey
Canuto el Grande (en danés, Knud) conquistó Inglaterra por un periodo de al
menos 30 años.
La leyenda dice que la bandera danesa,
la Dannebrog, cayó del cielo durante una batalla ocurrida en Estonia en 1219.
La historia de Copenhague se remonta a
alrededor del año 800, cuando surge en torno a un pequeño pueblo de pescadores.
Desde el año 1300 se convirtió en la capital de Dinamarca en detrimento de
Roskilde, un estatus que la ciudad ha mantenido desde entonces. En la
actualidad, Copenhague alberga alrededor del 20% de la población de Dinamarca,
en torno a 1.200.000 habitantes. Después de una crisis económica, la ciudad ha
experimentado en los últimos diez años un importante progreso económico y
cultural, y es ahora más fuerte tanto a nivel nacional como internacional.
Al oeste de la capital danesa, a 147
kms. Se encuentra Odense, cuyo nombre proviene de Odins Vi que significa 'el
Santuario de Odín', en relación con la antigua mitología escandinava. Es una de
las ciudades más antiguas de Dinamarca. En 1988 celebró los 1.000 años de
antigüedad. El Templo de San Knud fue durante la Edad Media un importante punto
de peregrinaje para honrar al rey Knud, asesinado en el 1086.
Billund es una localidad danesa en el
centro de la península de Jutlandia. Es la sede central del Grupo LEGO. Existe
una fábrica en las afueras de la ciudad, que produce el 90% de los productos de
la empresa, aunque los efectos de la globalización y la competencia están provocando
que se lleve más producción a terceros países. En la carretera de acceso a las
dependencias del grupo Lego se encuentra el famoso parque temático Legoland,
abierto en 1968.
Legoland es un parque temático que
pertenece a la fábrica de juguetes LEGO y que incluye representaciones en
miniatura de sitios daneses y del mundo hechos con bloques de lego. El parque
abrió en 1968 y actualmente tiene sucursales en Reino Unido, Alemania, Estados
Unidos y Malasia. Legoland Billund es la principal atracción turística de
Dinamarca fuera del área urbana de Copenhague, con 1,7 millones de visitantes
en 2012.
Nuestras visitas
Pues bien, tras aterrizar el día 16 de
agosto a media tarde en el aeropuerto Københavns Lufthavn, Kastrup, en una
maniobra muy poco suave por parte del comandante, que hizo que se me pusieran
de punta los pelos que no tengo en el cogote, nos dirigimos al Ascot Hotel, en
pleno centro histórico de la ciudad, al lado de la avenida Hans Christian Andersen,
buena señal, pensé, dimos nuestro primer paseo para llegar a Rådhuspladsen
donde se encuentra el Ayuntamiento qe, por cierto, estaba en obras. »» Rådhuspladsen
o Plaza del Ayuntamiento fue construida en la segunda mitad del siglo XIX, tras
desmantelar la puerta occidental que se alzaba en este lugar y derrumbar los
muros defensivos.Vimos también La fuente del dragón (Dragespringvandet) situada
junto a la entrada del Ayuntamiento y nos adentramos en la denominada calle
peatonal más grande del mundo, la Strøget y buscamos dónde cenar una especie de
montaditos que llaman sandwichs daneses, a modo de canapés de pan de centeno
con arenques o salmón, etc.
Alfonso nos habló del barómetro animado
que adorna lo más alto de la torre de
Richshuset,: una figura dorada de una mujer en bicicleta anuncia el buen
tiempo; mientras que una mujer con paraguas, el malo, lo mismo que de una
sólida columna que sostiene el grupo de bronce de los Lurblaeserne o tañedores
de lur (instrumentos de viento característicos de los pueblos nórdicos).
Durante los dos días siguientes,
recorreríamos los principales enclaves de la capital, tanto a pie, como en un
crucero por sus canales: desde su parque Tívoli, con su sabor decimonónico y
atracciones de hoy; el Palacio Amaliemborg, con el cambio de guardia a cargo de
los livsgarde, o guardianes reales, con vistosos gorros y uniformes; la Frederiks Kirke, o Iglesia de mármol; la
Kongens Nitorv, o Plaza Nueva; Vor Frue Kirke, o catedral de Santa María con
majestuosas esculturas; las lujosas fábricas de porcelana, orfebrería y diseño
de muebles, todas ellas en la calle Amagertorv, una calle llena de fantásticos
edificios; Højbro Plads, con su estatua a caballo en honor del obispo Absalónel
kastellet que nos llevaría hasta Den Lille Havfrue, el símbolo de la ciudad, La
sirenita; el canal Nihavn, con sus terrazas, casas de colores y restaurantes;el
palacio real de Rosemborg, con su tesoro, pinturas y salas; el Kongens Have,
Jardín del rey el parque más antiguo de la ciudad y en el que una estatua
muestra a Andersen entreteniendo a un grupo de niños, leyéndoles sus cuentos; el
Københavns Ravmuseet, o Museo del Ámbar y,
en fin, El Black Diamon, la parte de la Biblioteca Real conocida como Diamante
Negro por su estructura trapezoidal y por su color, un lugar que no nos pudimos
perder.
El miércoles, alquilamos un coche para
dirigirnos hacia el oeste, a Odense y Legoland. Para ello, atravesamos un largo
puente colgante sobre el mar, el Storebæltsforbindelsen, uno de los más largos del
mundo sobre el estrecho del Gran Belt. Ya en Odense, llegamos a la casa natal
de Hans Christian Andersen en un entorno mágico, con sus tranquilas callecitas
y sus casitas bajas de colores. La casa es ahora un museo en cuyas salas se
muestran, no sólo aspectos de la vida del escritor, si no también manuscritos
de los grandes personajes del siglo XIX y salas para niños recreadas con
imágenes y mobiliario de sus cuentos. Pudimos tocar una escultura que nos ayudó
a saber cómo era este grande de la Literatura, un hombre de estatura mayor que
la media, pelo abundante y recio, nariz prominente, a modo de berenjena, y
manos fuertes. Supimos que su vida estuvo rodeada de tragedias familiares que,
seguramente, hicieron que se refugiara en la fantasía para sobrevivir a ellas. Vaya,
un entorno sencillo de pueblo es lo que vimos para albergar a un genio.
Subimos, de nuevo al coche, para seguir
viaje hasta Legoland. No habríamos tenido idea de este parque, de no haber sido
por mi amigo Miguelito, tan aficionado a este juego, que me dijo que procedía
de ese país y ello me llevó a indagar en Internet, al preparar el viaje, lo que
pudiera haber en torno al Lego. Gracias a Miguelito pudimos emocionarnos al
encontrar todo un paraíso para nuestras manos, pudiendo tocar figuras a tamaño
natural de personajes tan curiosos como un cocinero de pizza, una vedette de
cabaret o Lincoln leyendo a una niña un libro. Eso y más, pero además, nos
admiraron las réplicas de ciudades, plataformas petrolíferas, aeropuertos… en
movimiento y fabricadas con piezas. ¡¡Increíble!!
Ya, por último, el miércoles, volvimos
a callejear por el centro, hicimos algunas compras típicas y nos relajamos en
una de las plazas de la capital tomando la última Karlsberg y contemplando un
espectáculo callejero.
Mis impresiones y anécdotas
Bien, de todo esto me quedo con que
Copenhague no me emocionó. Es verdad que es una ciudad muy tranquila y limpia,
con grandes esculturas, parques y fuentes, pero faltas de chispa. Supongo que a
ello contribuyó la nula accesibilidad que pudimos disfrutar. Nada de maquetas
de monumentos ni braille, ni audioguías ni poder tocar. La ventaja la tenían
Alfonso y Paloma que entraban gratis, mientras que nosotros pagábamos como los
demás, aunque no viéramos como los demás, y que los semáforos pitaban.
Las emociones vinieron el miércoles en
Odense y en Legoland. En la primera por mi pasión por la escritura y la
fantasía, y en el segundo por lo increíble que nos parecía que fuera posible
construir semejantes cosas con piececitas de plástico ensambladas unas al lado
de otras o sobre otras.
En la casa natal de Andersen no pude
resistirme a dejar mi firma en el libro de visitas, aludiendo al braille y a la
luz que da la fantasía ayudándonos a no olvidar que una vez fuimos niños.
En el Tívoli me monté, por primera y…
última, jejejjeje, vez en mi vida en una montaña rusa, supuestamente de niños.
Digo última porque las pasé canutas, creía que me caía, que me iba de lado…
uuuuuuffffff, que no podía gritar todo lo que quería… Madre mía, pobre Nuria,
la que tuvo que aguantar. Tanto debió ser que cuando ella, con Paloma,
quisieron repetir, el dueño, no les cobró… jajajjaja. Me río ahora, pero
entonces dije que nunca más volvería a comer ensaladilla rusa ni filetes rusos
jajajjaaj. Ya se me ha olvidado.
La Sirenita, como seguramente sabrás,
es una pequeña escultura que nada tiene que ver con la versión edulcorada de la
peli de Walt Disney y que se encuentra en un promontorio en medio del mar, por
lo que nada de pretender tocarla los cieguitos.
Nos habría gustado que se pudiera parar
en la autopista que tomamos para Odense y apreciar las sensaciones que debían
sentirse en el puente, colgados sobre el mar y sin nada más que el asfalto, el
acero y el hormigón.
Detrás de mí, por cierto, con todas las
explicaciones en inglés que me dejaron a verlas, ojalá, venir en el crucero por
el canal, iban tres bulliciosos ingleses silbando a las danesas que debían
estar tomando el sol, supongo… no creo que silbaran a mi calva jajajajjaja.
Pobrecita ella que se quemó con tanto aire y tanto sol y sin nada que la
cubriera. Vaya socarrada.
Al salir del Diamante Negro nos tomamos
unos zumos cómodamente en unas tumbonas que había al lado. Una forma muy cómoda
de pasar la mañana con un librito, vaya vaya.
Y sí, este año comimos estupendamente,
caro pero muy bien. El salmón, estupendo; los helados, ricos ricos; y las cervezotas,
ideales, incluido lo que cenamos en el Palace Hotel y en otro restaurante
italiano, cuyo camarero era español y que estuvo fantástico.
¿Nada más? Sí, un ruego… No dejes de
leer a Hans Christian Andersen, sus cuentos están llenos de verdad.
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