Buena
tarde de viernes:
Comparto
mi crónica del viaje que realicé el pasado fin de semana a tierras jiennenses.
Que te guste y sonrías.
Un
abrazo.
San
Isidro 2015 por tierras jiennenses
Sería
la tercera vez en la que visitaría Jaén, la provincia del olivo y la
literatura. Lo haría en esta ocasión de la mano de la ONCE en una excursión que
nos conduciría, según el programa, a Úbeda y Baeza, aunque al final acabaríamos
conociendo también Cazorla y Bailén. Demasiado contenido para quien prefiere
los paseos tranquilos y el visitar pausado.
El buen
tiempo, la mejor compañía y la comodidad de los viajes organizados me llevaron
a ceder a la tentación de apuntarme pese a las reticencias de un programa tan
colmado.
Salir
de Madrid el día de su patrón y llegar a la hora de comer a Cazorla, después de
haber hecho paradita en una típica venta quijotesca en Puerto Lápice, conocer
el centro de interpretación del parque natural de Cazorla, Segura y las Villas,
la torre del Vinagre, visitar Úbeda y Baeza, Bailén con su Museo de la Batalla
y una almazara en Begíjar. Ahí es nada en dos días. ¿Habría tiempo para
degustar los trampantojos, los ochíos o los andrajos?
¿Con qué
me quedo de tanta visita?
La
torre del Vinagre apenas si me aportó emoción. Cierto que da una panorámica del
parque natural mediante un audiovisual y que tiene accesibilidad con letreros
en braille (por cierto que algunos estaban mal colocados), texturas y olores,
pero se me hicieron artificiales, como enlatados. Mejor habría sido acercarnos
al nacimiento del Guadalquivir o haber paseado por algún sendero natural. Y si
encima añadimos la paradita en el desolado Mirador de las Palomas al regreso,
ya tenemos la primera sensación de tiempo mal aprovechado. Así que el díscolo
Albertito y sus buenas amigas con Miguel como guía, pasamos de cenar en el
hotel y quisimos callejear por Cazorla a la aventura y en pos de una terraza
que nos acogiera en aquella noche de fiestas en honor a San Isicio, el Isidro
del lugar. Casas encaladas de blanco, miradores y horizontes de castillos y
fortalezas.
De
Úbeda recordé mi anterior visita en solitario aunque, no por ello, dejé de
descubrir lugares nuevos, como su museo arqueológico y sus callecitas de
leyendas y rivalidades familiares o la rejería en la iglesia de san Pablo.
En
Baeza descubrí su catedral y su antigua universidad donde me emocioné con la
cercanía de Antonio Machado, que tiene una reconstrucción del aula en la que
diera clase de francés, tras dejar a su Soria de amores muertos y olmos viejos.
En
Bailén, la iglesia de la Encarnación, el Paseo de las Palmeras y, como no, el inaccesible Museo de la batalla en el que
todo se hallaba a resguardo de las vitrinas aunque, eso sí, tuve ocasión de
conocer la historia de María Bellido, la Agustina de Aragón del lugar.
Y en la
almazara aprendí cosas acerca del olivo y su aceite además de desmitificar
tópicos que, por conocidos, no dejan de ser erróneos como eso de que el
refinado es mejor. Nos hablaron de lampantes y vírgenes (aceites, oye oye, jejeje),
aceitunas picuales y royales para acabar comprándolas rellenas de piña y
arándanos. Caprichos del Albertito al que tanto le gusta catar nuevos sabores
Un
excelente guía en Úbeda y Baeza que se preocupó, como buen profesional, de
traernos unas sencillas láminas con tipos de arcos y que fue muy didáctico, lo
mismo que también lo fue el que nos enseñó la almazara.
Un
sensacional paseo en trenecito para Elena, Nieves, Nuria, Miguel y yo gracias
al que conocimos Cazorla a nuestro aire y con el aire en la cara de la tarde
serrana sabatina.
Una
simpática pareja que nos ayudó a llegar hasta esa terraza que buscábamos el
viernes, después de haber hecho “senting” en el autocar y que se preocupó por
dejarnos bien atendidos.
Las
plazas de Úbeda y Baeza que son patrimonio de la humanidad y la catedral de
Baeza en la que me desvivo por hacerme una fotito junto a unos increíbles
cantorales medievales que no podré tocar pero que sentiré cercanos. Paso de lo
demás, pero incordio a Eva, la monitora, para que me haga la dichosa foto. Por
cierto, me agradece el empeño ya que ella sí ha podido verlos y admirarlos.
Queremos
tomar café pasadas las 11 de la noche un sábado noche, no hay café. Pedimos
refrescos y suponemos que traerán tapa, pues no. No hay tapa que valga, pero lo
que sí hay es el mal carácter de la camarera que nos atiende.
El
helado de aceite de oliva se nos hace pastoso y grasiento. No, no nos gusta.
Ahora que los trampantojos eso ya es otra cosa, croquetas de chocolate, a modo
de leche frita pero con chocolate. Qué buenas.
Y sí,
la literatura estuvo presente. Literatura en el recuerdo de los poetas Machado
y Sabina y de las coplas de tradición oral que me canta Rosa, la compañera del
asiento de delante del autocar que, a sus 71 años, las recuerda de maravilla,
romances de amores trágicos y nobleza de sangre.
El
ingenio espontáneo que me surge para crear un monólogo de doble sentido con las
clavijas y los botones en los que meter los… cargadores (no vayas a pensar en
otras meteduras, jejeje) al hilo de que en la habitación no ha habido manera de
encontrarlos aparte los del baño.
Y cómo
no, eso de que el Albertito hace a lo que toque aunque tocar, toque poco. Que
toca trabajar, se trabaja; que toca, ayudar, se ayuda; que toca, darse el
banquetazo, pues también; ahora que tocar… este cieguito ha de resignarse a las
vitrinas, jejejej.
En fin,
mucho autobús, mucha información que se pierde entre los cerros ubetenses y las
puñaladas traperas de la familia Trapero o los vítores que no son otra cosa que
el precedente de los grafitis o las marcas de cantero y lentitud desesperante
en el servicio del hotel que hace surgir la ironía como remedio al enfado.
Eso sí,
sonrisas y humoradas, ciegadas y cieguerías que no falten para compensar como
el que pretenda hacer una foto al don Quijote de la venta y me la haga a mí
mismo sin saberlo o ante mi comentario
de que ando buscando aceite por si acaso lo pierdo, me ofrezcan un tapón como
remedio.
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