Buena noche de domingo:
A cuenta de lo que la semana pasada, mis queridos Joaquín y
Rosa Sánchez me contasron, sale el cuento de hoy. Que te guste.
Un abrazo grande.
El puente
Es temprano. Ya amanece en Rosales de Mar y los jornaleros
aguardan a que el patrón venga en su búsqueda. Saben que en ese centenario puente
de piedra se encuentra una oportunidad de llevarse un jornal a su menguada
economía aunque la faena sea dura. Les tocará cosechar la alcachofa, hoy, y
mañana el tomate y pasado la lechuga y otro día la naranja. Nada tiene de
hermoso para ellos el colorido del campo y el cielo del Mediterráneo. Para
ellos, sólo habrá sudor y dolor de espalda y callos en las manos y fatiga y
rabia.
Por una perra podrán almorzar mientras esperan. Un pillastre
pasará con sus bolletes de pan y chorizo. Para él, ese puente también supone
una oportunidad de granjearse el aplauso de su padre, esforzado panadero, al
que envía con el pan y las tortas de casa en casa.
Jornaleros y muchacho comienzan esa mañana de primavera con
ilusión. El día amanece bueno, los sueños de todos germinan en el alma y la
vida guía sus desvelos.
Un pequeño pueblo de campo, nada tiene que ver su nombre con
lo que en él se cría. Ni rosales ni mar, mentiras, embustes de quien lo
fundara, quién sabe cuándo, broma pesada del destino. No, en Rosales de Mar ni
hay rosas ni hay mar, sólo hay pobreza y campos de unos pocos que todo lo
tienen, mientras muchos malviven con apenas nada.
Puente centenario que cruza las aguas del río que riega esos
campos de unos pocos que dan trabajo a los muchos del lugar y de fuera. Puente
de fría piedra, caldeado por la energía de esos hombres de ardientes deseos, de
fuerza y cabezonería.
Ya devoran los bolletes mientras lían sus cigarros de
picadura al tiempo que rumian en silencio su soledad y la ausencia de sus
amores. Ya el muchacho deja atrás el puente. Se cruza con una mujer. No la
conoce, no es de allí.
-Señora, ¿quiere un bollo para desayunar? Es muy rico y
recién hecho.
La mujer no se detiene. Parece que lleva prisa.
El muchacho maldice a esa mujer que ni siquiera se ha parado
a mirarle. ¿Quién será? Espera también encontrarse con los patronos que se
dirigirán al puente. Espera verlos y venderles sus bolletes. No, no los ve. Esa
mañana no se encuentra con ellos. Hará la ronda y llegará a casa de su padre
mediado el día sin haber terminado la venta.
-Hijo, ¿qué hiciste hoy? Mal se te dio.
-Padre, no vi a los patronos y hubo quien no me abrió. Me crucé
con una mujer que tampoco quiso nada. No me riña, por favor. Tengo hambre.
-Anda, hijo. Come lo que otros no quisieron, que mañana Dios
dirá.
-¡Pascual, Pascual! Venga rápido. Venga al puente.
El panadero y el muchacho salen a la calle, dejando el
obrador. Oyen cómo pregonan las campanas a muerte. Se cruzan con alguna vecina.
Todos se dirigen al puente.
-Esperanza, ¿qué pasa?
-Pascual, dicen que en el río, junto al puente, los
jornaleros que aguardaban a ser llamados a recoger la alcachofa han aparecido
ahogados. Y que en las losas de piedra hay sangre. Todo el pueblo está
alborotado. Nada se sabe de qué haya podido pasar.
Los guardias y el médico no dan abasto. Tratan de controlar
a la muchedumbre curiosa y alterada.
Unas gritan, otras cuchichean, aquéllos especulan, todos se
lamentan.
-Padre, ¿digo que yo les vi? ¿Que me compraron bolletes?
-Calla, hijo. No hables. Si hablas tendrás problemas. Con los
guardias nunca se sabe. Los ricos siempre se salen con la suya y nosotros lo
único que podemos hacer es callar y sufrir.
-Pero padre, yo vi a aquella mujer, una mujer que no era de
aquí. Una mujer oscura, ceñuda y malencarada. Tal vez ella…
-Calla, hijo. Vámonos, que aquí nada tenemos que hacer.
Muchos años después, más de sesenta, aquel muchacho
desarrapado, atravesará ese puente otra vez. Habrá tardado mucho en atreverse a
hacerlo, pero lo hará porque a él ya le da igual casi todo. Y lo hará porque
quiere enseñarle a un osado viajero la leyenda de la encantada. Y de paso
recordará lo que sucedió aquella lejana mañana de primavera en la que Rosales
de Mar se quedó sin jornaleros. Ya nunca más nadie quiso sentarse en el puente,
ya todos dijeron que ese puente estaba maldito.
-¿TE atreves a sentarte?
-¿Por qué no? Venga, sentémonos. Igual alguien viene a
traernos un bollete para merendar.
-Quién sabe. O acaso, una cortá que bien buena que está.
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