Buena noche de domingo:
Tras la falta de ideas del domingo pasado, dígase, jejejej, “Síndrome
de la Página en Blanco”, acaso, volvemos por donde solíamos.
Un abrazo y dulces sueños…
La historia de la clienta a la que no dejaron alojarse en la
suitte imperial del Garden Palace Hotel
Señoras, señores no se pierdan los sucesos de los que voy a
hablarles. Son dignos de la mejor novela. ¿Y es que no va a poder aceptarse
como cliente a cualquiera que se acerque a determinado establecimiento por fino
o caro que sea?
-¡No me venga con historias. Tengo derecho y si no me lo
conceden se van a enterar. Consulte con el director o con quien se le apetezca,
pero no estoy dispuesta a renunciar a alojarme en la suitte imperial de este
hotel.
-Señorita, no se lo tome como algo personal. Son las normas.
Deben cumplirse unos requisitos marcados por la casa desde su fundación.
Requisitos en el vestir y en el estar. Y usted, sin duda alguna, no los reúne. No es cuestión de hablar o dejar
de hablar, es que usted no cumple y punto.
-Así, ¿ni siquiera va a consultarlo con el divino director?
-El señor director no está para que se le moleste con estas
nimiedades. Usted no da la talla y no hay más que hablar.
-¡Se arrepentirá! Fíjese bien, más le vale que no se olvide
de mi supuesta innoble apariencia.
La chica mira con ojos sanguinolentos al soberbio
recepcionista. Él la espanta como si de una molesta mosca se tratara y no le da
más importancia. En su magnificencia cree que semejantes palabras no son otra
cosa que fanfarronadas sin más.
--Señor, señor. Suba inmediatamente a la suitte imperial. Ha
pasado algo horrible.
Así le dice el responsable de planta al director, ajeno a la
discusión antedicha. Cuando lo haga observará que las paredes del lujoso cuarto
se han teñido de sangre chorreante. Los cortinajes lloran sangre. La cama es
una piscina de sangre. El aseo se ha anegado en sangre.
-Santo Dios. ¿Qué es esto. Vamos, llame al equipo de
limpieza. Esta tarde está prevista la llegada de una de las concubinas de un
jeque árabe. Debe estar lista.
Pero no, no estará lista. La sangre no dejará de manar.
Tendrán que ofrecerle otra de las suittes, aunque de inferior categoría y
compensarla con un gasto extra en detalles del más refinado lujo.
Una semana después, parece que, al fin, el problema se ha
solucionado. La dirección del gran hotel, magnífico palacete de suntuosas
instalaciones, famoso por las historias vividas en él, historias de amores y
espías, de conspiraciones y extravagantes caprichos, decide no dar pávulo a lo
acontecido en la habitación 501. Mejor dejarlo estar. Naturalmente, el
recepcionista no recuerda ni relaciona con el asunto a cierta mocosa de aspecto
vulgar que estuvo empeñada en alojarse en ella. Nada de aquello ha comentado
porque para él nada tiene que ver con la sangre.
-Señor señor… venga rápido.
Otra vez el jefe de la planta quinta llama al director.
Al no obtener respuésta de los huéspedes, la camarera me
pidió utilizar la llave maestra para entrar en la 501. Vea usted mismo.
Un opulento anciano yace muerto encima del cuerpo, también
inerte, de una joven. Ambos están desnudos. En el suelo, tirado, hay un frasco
de pastillas vacío. Parecen ser afrodisiacos aunque tal vez tan solo sean
vitaminas.
Ocupados como están en la escena no pueden prestar atención
al alféizar del ventanal. Alguien sonríe malévola. Alguien porta un saco con
odio y venganza en el semblante.
Todo quedará en muerte por parada cardiorespiratoria, inducida
por causas naturales.Se pretenderá quitar importancia al deceso, pero el
personal ya ha empezado a murmurar. “La 501 está maldita”.
Rumores que pronto cobrarán nueva carta de naturaleza cuando
vuelva a fallecer, después de resbalarse en el jacuzzi el nuevo huésped, un
alto ejecutivo de empresa petrolera.
Sangre, muertes, olor extraño, sonidos como de agonizantes…
qué es todo aquello.
-Qué, ¿se acuerda de mí?
-¿Otra vez usted aquí? ¿No fui suficientemente explícito la
última vez?
-Usted sabrá. Lo que yo sí sé es que la suitte imperial
actualmente nadie quiere ni va a poder utilizarla. A quien se atreva la vida le
irá en ello.
-¡Qué bobadas!
-¿Bobadas? ¿Seguro?
-Roberto, ¿qué sucede?
-Señor, días atrás esta muchacha se empeñaba en alojarse en
la suitte imperial, a lo que yo aduje que no era posible, conforme a las normas
de la casa. Dijo que regresaría y que me arrepentiría por negárselo. Yo no le
di más importancia. Total… es una mocosa andrajosa.
-¡Mocosa andrajosa! Se me está acabando la paciencia con
usted, mequetrefe infame.
El director la mira y algo le dice que no es bueno
menospreciarla. Si él ha llegado hasta semejante altura del emporio hostelero,
siempre fue por su perspicacia.
-Señorita, ¿qué podemos hacer por usted en esta casa?
-Simplemente, déjenme pasar una noche en la suitte imperial.
Es un deseo del que no se arrepentirá. En cuanto al fantoche de recepción…
-Señor, señor. Me siento morir. Me falta el aire.
Roberto Ruiz cae desvanecido sin vida al tiempo que la clienta,
conducida por el director sube en el acristalado ascensor que la lleve a la
suitte.
A la mañana siguiente, el personal de limpieza, sorprendido
porque en esta ocasión no haya sucedido nada, se encontrará con una nota,
clavada en el cabecero y trazada con sangre:
“Fui yo, la Muerte quien provocó todo. Échenle la culpa al último
muerto. No vuelvan nunca a cometer el mismo error. Todos valemos como huéspedes.
Firmado… la Vieja Dama joven clienta.”
Todo irá recuperando la normalidad en el Garden Palace
Hotel, pero siempre se contará, a modo de leyenda, otra más que le dé fama, la
maldición de la suitte imperial.
¿Se atreverán a dormir en ella? ¿Y si…?
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