domingo, 11 de enero de 2015

Cita en el garaje



Buena noche de domingo.
Retomamos ya definitivamente la actividad tras las fiestas navideñas y de año nuevo. Espero no haber perdido la poca o mucha capacidad creativa que siempre creí tener.
Feliz semana y cuidado con las citas misteriosas, por muy seguras que puedan parecernos, jajajajaj.
Un abrazo.

Cita en el garaje

Las luces de los fluorescentes y los faros de los coches centellean junto a los olores de combustible quemado y caucho en aquel garaje de uno de los rascacielos parisinos en el centro de negocios de la capital.
Durante el día, el tráfico en él es incesante pero de noche apenas quedan vehículos estacionados. Y por eso, cuando se persigue algún secreto negocio se hace siempre a altas horas.
La seguridad es grande en el edificio, pero siempre puede burlarse con el conveniente ingenio o so pretexto de intempestivas reuniones de negocios. Para acceder a él debe franquearse la entrada mediante la oportuna tarjeta digitalizada a nombre de alguno de los miles de trabajadores que ocupan su tiempo en las distintas empresas que radican sus sedes en los 86 pisos de la Tour Montparnasse.
Todo esto bien lo sabe una enigmática mujer que se hace llamar Germaine Beaumont. Y porque lo sabe bien, ha querido citar allí al todopoderoso magnate del tráfico de obras de Arte François Cretelle, un hombre soberbio y sin escrúpulos que cuenta en su haber con una larga lista de delitos, sin que le haya llegado a importar, bien que antes de alcanzar el olimpo del hampa, mancharse las manos con la sangre de sus rivales.
Para este truhán, la cita es una de tantas. Escoltado con su guardia de corps, bien pertrechada de metralletas y dispositivos electrónicos de seguridad, no parece tener mayor riesgo. La dama se dirigió a sus contactos para ofrecerle un cuadro único, una ganga, una joya de Henri Rousseau, el iniciador del estilo Naif de ingenua temática pero colorido brillante.
¿Quién es la enigmática Germaine Beaumont? ¿Qué interés puede tener al citarse con semejante alimaña del Arte?
El equipo de Cretelle ha tratado de rastrear su identidad, pero nada han conseguido. Sospechan que ese nombre es falso por tanto, algo nada extraño en los ambientes en que se mueven. La noche del encuentro, a la una de la madrugada de un martes cualquiera, todo parece estar bajo control. Según les ha especificado la mujer, siempre a través de correo electrónico cifrado, la cita será rápida. Un instante en el que se intercambiarán la mercancía: el cuadro por un millón de euros en billetes pequeños y usados. El Mercedes clase A del traficante se cruzará con el Citroen de Germaine, se abrirán las ventanillas, se hará el negocio y con una diferencia de 15 minutos los coches saldrán a la noche. Fácil, limpio y seguro.
Así se hará. Los guardaespaldas de Cretelle estarán instalados en todo el perímetro del lugar, cubriendo todos los ángulos. ¿Por qué entonces habría de temer nada el gran Francçois Cretelle? ¿Por qué habría de disponer sus asuntos importantes, esos que uno ordena siempre poco antes de morir?
El Mercedes y el Citroen se ponen en paralelo. François Cretelle acciona el mando para bajar la ventanilla. La mujer ya lo ha hecho. Coge el maletín con el dinero, lo saca esperando que su interlocutora haga lo mismo y entonces…
La mujer se quita las gafas oscuras que traía y lo que contempla François Cretelle le encoge el alma. Las cuencas de los ojos de ese demonio, no puede ser otra cosa, están vacías y con lo que le está mirando es con sangre.
Una garra descarnada le ha cogido la mano y lo arrastra con una fuerza descomunal elevándolo de su asiento.
François quiere gritar, apelar a sus fieles pero nada puede hacer más allá de expirar un último estertor y caer, fláccido al cuero negro del asiento.
A la gente de Cretelle todo le ha parecido normal por lo que dejan salir al Citroen, conforme se les había indicado. Esperan que enseguida vendrá su jefe y les dará instrucciones. Pero el tiempo parece haberse detenido. Treinta minutos después de que saliera la mujer el Mercedes sigue parado por lo que deciden ir a ver qué pasa. Y cuando lo hagan, se quedarán atónitos. El cadáver de François será lo que descubran. ¿Cómo ha podido ser? No pueden entenderlo. Más aún cuando contemplen la horrorizada mueca de su jefe, un rictus mortal impropio de quien se las ha visto con lo peor del ser humano.
¿Quién era esa mujer? ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué harán ahora? ¿Salir huyendo y dejarlo allí? No, mejor será que desaparezcan con todo y traten de ocultar la muerte lo más posible, al menos hasta que alguien con mayor autoridad pueda tomar las riendas garantizándoles que no habrá represalias por su incompentencia. Tendrán que encontrarla, hacer lo que sea, pero… ¿cómo si nada pudieron averiguar de ella? Tal vez si siguen el rastro al cuadro… Sí, eso harán. El problema, otro más, les asaltará cuando, conozcan que el título de la pintura que supuestamente iba a adquirir su jefe desapareció en un incendio del que tampoco pudo saberse el origen durante los convulsos días de mayo del 68.
¿Quién era aquella mujer? Nunca podrán saberlo por mucho que quienes quisieron saberlo, tendrían la desgracia de encontrarse con ella de forma inexorable, antes o después, pero siempre al final de sus vidas.
  


    

        

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