Bien, hace ya una semana que pedí mi alta médica para poder
asistir a un nuevo evento, cómo no, junto a esa cómplice que es mi querida
amiga Elena: las III Jornadas estatales de Orientadores y Pedagogos organizadas
por APPOCLAM (Asociación Profesional de Pedagogos y Orientadores de Castilla La
Mancha).
¿Lo dudaréis, acaso? No sólo iríamos, sino que además
compartiríamos una comunicación, esta vez con una propuesta de animación a la
lectura en torno al braille.
Al inscribirnos dijimos a la organización nuestra necesidad
de ayuda para que la ceguera no fuese obstáculo. Se mostraron, en todo momento,
bien dispuestos aunque, fruto del
desconocimiento, hubo algún amago de súper protección y nos habría gustado que
la documentación nos la hubieran facilitado de forma accesible (y eso que nos
lo habían prometido, pero…).
Llegamos el viernes por la tarde y, tras registrarnos en el
hotel Alfonso VIII (un buen hotel, por cierto), nos dirigimos a la facultad de
Educación para escuchar la mesa redonda sobre experiencias pedagógicas.
Al finalizar, nos saludaron algunos de los asistentes que
nos recordaban de Bilbao y no quisimos perdernos el paseo por la ciudad y
posterior cena pese al insistente empeño de algún bienintencionado de que nos
fuéramos al hotel en taxi cual pobrecitos inválidos. Por la vía de los hechos
no le hicimos caso y acabamos, en la Cl. San Francisco, cenando oreja con otros nuevos conocidos y
dando notable color en torno a nuestras chaladuras y humoradas.
El sábado, por la mañana, colaboramos aportando nuestro
punto de vista y consejos en uno de los talleres, que abordaba la atención
integral de una niña ciega de 4 años en
un aula inclusiva de Toledo. Además de reflexionar y explicar el caso, se propuso
a los participantes juegos de simulación vendándoles los ojos.
Tras una suculenta comida, volvimos a otro taller, en esta
ocasión, acerca de la ira y su encauzamiento a través de la inteligencia
emocional. En éste no nos habíamos apuntado previamente (lo habíamos hecho
antes en otro sobre la lectura), pero la oreja y cervezas de la noche anterior propiciaron
que diéramos el cambiazo ante la amabilidad y cariño con que nos obsequió Agustín,
el responsable de impartirlo. Tanto así fue, que se las ingenió para que los
juegos para fomentar la participación nos los adaptó a nuestra necesidad, así
sobre la marcha. En él conoceríamos a cuatro simpáticos personajes de peluche: Memo, Mirri, Furios y Taco,
trasuntos los cuatro de “Me molesta”, “Me irrita”, “Me pone furioso” y “Te
aconsejo”. Fue fantástica su exposición.
Después tuvimos nuestra actuación, creo que llevada con
soltura y ciñéndonos al tiempo. De algo había de servir la experiencia del año
pasado. Salimos notablemente satisfechos al percibir la atención y buena receptividad
de la audiencia. La anterior comunicante nos lo puso fácil a la hora de empezar.
Dijo: “porque siempre una imagen vale más que mil palabras”. A lo que yo, con
mi proverbial tono zumbón, alegué que “espero que una palabra mía valga más que
mil imágenes”. Pedimos también que hicieran un ejercicio de confianza ciega
puesto que nosotros no traíamos ni transparencias ni diapositivas ni demás
presentaciones virtuales. La palabra a calzón quitado, como diría aquél.
Después de la clausura, cena de gala. Resultó soberbia. ¿Qué
iban a hacer después los cieguitos? ¿Irnos a la camita y sopitas? No, no: nos
enganchamos de ciertos brazos y de marcha palillera que nos fuimos hasta… no
miramos la hora y como más de noche de lo que era no iba a ser, pues nada que
hasta un bailecito y todo me marqué, no me pregunten con qué guapa fémina.
El domingo ya era a cargo nuestro. En vez de elegir regresar
pronto, quisimos hacer turismo por la ciudad de las casas colgadas (que no
colgantes). Teníamos reservada una visita guiada al Museo de Ciencias Naturales
con la idea de aprender sobre la materia de forma accesible. La mañana de
primavera era fantástica.
Desde el hotel al museo teníamos varias opciones, claro:
coger un taxi (la más cómoda pero la primera a descartar) o subir por varios
caminos que todos llevaban al casco antiguo. ¿Cuál elegir? Ante la duda, Murphy
y sus leyes se encargaría de que paloteáramos por el más difícil y largo. Así
que adelante adelante, pregunta aquí, pregunta allá, dimos con el río Uécar.
Menos mal que una pareja de conquenses nos quiso ayudar y, de paso, hacer de
improvisados cicerones. Con ellos llegamos fenomenal, al tiempo, que pisamos el
famoso Puente de San Pablo y demás callejas y plazuelas.
En el Museo, el guía nos obsequió con buenas explicaciones
pero no nos sacó de las vitrinas ningún fósil ni hueso de ese famoso dinosaurio
con nombre de Pepito. Bueno, aún que el audiovisual sobre la Evolución está
adaptado con audiodescripción y pudimos, así disfrutar de él, además de
experimentar el movimiento de los
terremotos.
Era ya hora de vermutear en la Plaza Mayor y de comer para
luego, acabar la aventura con una quedada con mi primo al que no veía desde
hace años. Tomamos el oportuno café y orujo de hierbas y repasamos temas y
experiencias.
En fin, otro gran momento, otra experiencia y otra meta alcanzada
sembrando luz, humor y superación.
El año que viene más orientación y pedagogía, parece ser que
en Barcelona. Allá que nos iremos para volver a encontrarnos con Pedro, Marisa,
Agustín, Carmen, Marta, Maica, Félix, Manuel…
Porque participar es hacerse querer y ser uno más.
2 comentarios:
Hola, Alberto.
Ante todo y después de un tiempo ausente, quiero decirte lo mucho que me alegro de la recuperación de esa intervención que te ha tenido un poco apartado del trabajo, aunque no de este medio que nos has tenido informado de todo en todo momento.
También te felicito por ese viaje a Cuenca con el que una vez más demuestras a todo el mundo que ser ciego no es inconveniente para viajar y disfrutar del evento al que se acude.
Aunque hay mucha gente con vista que cree imposible que nosotros, los ciegos, podamos hacer todo lo que hacemos. Pero es así... y tú bien lo estás demostrando.
Te dejo un fuerte abrazo con toda mi admiración... Ah, si el año próximo vienes a Barcelona me gustaría verte, jejeje, es un decir, pero sí darte ese abrazo que ahora te dejo aquí.
Piedad, muchas gracias por tus buenos deseos de siempre.
Sí, ojalá que algún día podamos darnos ese abrazo que deseamos.
Ahí estamos dando color siempre.
Cuídate y buena semana.
Besos de luz.
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