Con mis mejores deseos de que disfrutéis de estos días de
Semana Santa, comparto mi cuento de este domingo de ramos primaveral.
Que estéis bien y el espíritu de la pasión de Cristo, con su
perdón, amor y recogimiento, os acompañen siempre.
Un cálido abrazo de luz.
“El premio se encontrará en la cámara secreta que se halla
en la cueva de la más alta montaña.
Los deportistas que se hagan acreedores a él, deberán realizar
un esfuerzo extraordinario para alcanzarlo.
Quien pretenda ayudarse de algún medio corrupto será considerado
sacrílego y se le desposeerá inmediatamente del extraordinario galardón.
No importa el tiempo que se emplee en culminar la meta. Lo
esencial es hacerlo a través de los propios medios de cada participante
valorándose, de forma preferente, la tenacidad, la constancia y el ingenio.
Quienes se inscriban en el concurso aceptan en su totalidad
estas bases, siendo el resultado inapelable.”
Así han sido transcritas las bases del Gran Concurso de la Vida
en los distintos medios informativos de cierto recóndito país, en el que la
orografía de sus menguados territorios habla de escarpadas risqueras e
intrincadas galerías calcáreas entre ríos y cascadas, hijas de impetuosas nevadas.
¿Por qué quienes rigen los destinos de semejante república
se deciden a plantear tal competición? ¿Qué país es ése que necesita convocar
un Concurso de la Vida? Más aún, ¿qué premio se otorgará? Se habla de él, pero
no se especifica el contenido.
Debe ser algo grande, ¿acaso la inmortalidad? Claro, eso será
si se participa en el Concurso de la Vida.
Ah, bueno. Si el laurel prometido es la inmortalidad, bien
valdrá la pena arriesgarse a la participación.
Eso debieron pensar los numerosos inscritos que han
respondido a la apuesta, casi nada más hacerse pública.
Los más fornidos atletas, los mejores preparados, los más
ágiles se creen, ufanos, con las mayores posibilidades de triunfo. Cada cual
está convencido de poder lograrlo. Al fin y al cabo, será una competición más.
Por otra parte, en ningún sitio se dice que vaya a haber
solo un premio. Únicamente se especifica que ha de llegarse a determinada
cámara en una cueva.
-¿Te has inscrito tú?
-¿Yo? No tengo la más mínima posibilidad. Ni soy fuerte, ni
estoy preparada ni tengo fuerzas para hacerlo. Tan solo soy una niña ciega.
-Ja. El problema es que no se han dado cuenta que para ganar
no se necesita nada de eso. Se precisa tenacidad, constancia e ingenio. ¿No lo
has leído?
Pasan los meses. Al punto de partida van llegando,
desfallecidos, los que partieron creyéndose invencibles. Y allí les recibe el
anciano presidente del jurado y una pequeña muchacha a la que alguien le había
exhortado a que se lanzara a la aventura de participar y que no se había atrevido
al no verse capaz.
Comentaban, entre jadeos y lamentos susurrantes, los que
derrengados llegaban que al principio todo parecía sencillo, pero que luego se
encontraban con grandes barreras y calamidades. Y, encima, lo peor era que por
mucho que buscaban, después de mucho indagar, no daban con la cueva del demonio..
¿Grandes barreras? Se decía la muchacha. Si yo les contara
lo que son los obstáculos de verdad. ¡Qué poco saben!
Pasan los años y el Gran Concurso de la Vida continúa
desierto. Nadie se ha hecho con el premio.
Pasan los años, sí, y
la muchacha que, un día se creyó débil, se hace mujer. Y se pone en marcha.
¿Por qué no?
Parte hacia el horizonte ayudada de su bastón blanco. ¿Cómo
se orientará para llegar hasta donde nadie ha sabido llegar?
Sus sentidos adiestrados en horas de práctica callada la
guían.
Se dirige hacia el ruido del agua, hacia el olor antiguo y en pos de la senda alfombrada de hierbas.
No tiene prisa, sabe que la paciencia es su secreta aliada y
que llegará aunque sea tarde.
Y cuando percibe que el sol se esconde al sentir en la piel
la disminución del calor del ocaso, tuerce su mano, impelida por el apoyo que ilumina a sus ojos vedados. Entonces, lo
nota. Sabe que allí es.
Adelanta su mano libre y toca lo que nadie había tocado aún:
una caja de marfil. La abre y en su interior, ¿qué hallará?
Sí, así es. Su efigie, su gemela. Su premio. La inmortalidad
hecha estatua de calor y sentido.
Cuando salga de la cueva, con ella bajo el brazo, algo la
dejará anonadada: puede ver. Contempla su derredor y lo ve. El agua sonríe
burbujeante, los arbustos aplauden con sus espinas y las rocas sealisan al ser
pisadas por los pies de la ganadora, la única, la que todos, y ella misma
también, creyeron débil.
Vuelve a la ciudad, orgullosa, feliz. Poco le importa que la
vitoreen o no, lo mejor es que ha sido ella la única que supo llegar. Ese era
el verdadero premio. Ahora lo entiende.
2 comentarios:
Qué relato más hermoso, Alberto, lleno de significado y emotividad, cargado de aromas de primavera y latidos de corazón sincero.
Tienes toda la razón, ése es el premio, haberlo intentado, con esfuerzo, sin perder la ilusión. Magistral forma narrativa la tuya. Y enternecedor mensaje que nos enseña y nos sirve de guía a muchos.
Un abrazo de concurso y gracias por regalarnos tanta sabiduría.
Rosa, tú siempre tan atenta con mis escritos. Mi meta es ayudar y hacer creer que lo que en este cuento se cuenta merece la pena ser aplicado, aunque a veces quepa la duda.
Gracias, como siempre, y ahí seguimos y seguiremos mientras haya alguien como tú al otro lado, dispuesta/o a leerme.
Besos de luz y premio ganador.
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