Buena tarde de domingo. Que los libros os acompañen y
sintáis con ellos la magia de la literatura y el amor.
Que estéis bien.
Un cálido abrazo de luz.
Viajando en el viejo tren que galopaba orillas arriba del
Nilo, junto a su amo se encontró, por fin, con una compañera de lujo que desde
entonces ya, para siempre, podría ser su cómplice. Tantos periplos, siempre de
acá para allá, y nunca había dado con alguien acorde a su interés. Bueno, no;
no es cierto esto. Tenía un gran amigo sobre todo, todo un gurú empresarial
que, por mucho que se dijera gilipollas, era toda una proeza creativa, un
ejemplo a seguir por él. Y ahora se encontraba con esta otra figura que
llenaría esos huecos de vacíos y mustieces bordezuelas.
De inmediato, entre ambos, surgirá la pasión arrebatadora.
El deseo de ligar sus futuros se hará insoslayable.
Allá su señor con sus manías y rarezas, con su búsqueda
quimérica de la merienda ideal en la que un mágico té sazonado de guindas
riegue sus sueños de explorador de cuerpos femeninos.
Él se fijó de inmediato en ella. Le llamó la atención su
título con nombre de Alma y apellido de Alejandría.
Un cuerpo grácil, no demasiado grueso, pero sí rotundo en
esencia y contenido.
Ella, desde el rosado regazo de su dueña le miró coqueta.
Sus afeites y perfumes eran inconfundibles.
Y él, entonces,
iluminó sus huellas luceras. Quiso marcarlas con farolillos de colores
para que su señoría “Alma de Alejandría” quisiese perderse entre las flores de
azahar y jazmines de aquel jardín al que tan presto gustaba guiar a quienes se
fijaban en sus rasgos.
Sí, un jardín de permanente verdor y frondosa floresta, un
jardín de palabras y sentimientos, un jardín construido a dúo que era ejemplo
digno de la flor y nata jardinera, al par que los de Babilonia, los ingleses y
japoneses.
Y en tanto que el azul de su traje se acentuaba cual rubor
de núbil doncella galanteada, ella se mostraba hoja a hoja, secreto a secreto.
Continuaría siendo esclavo de su señor, pero ahora sabía que
tenía un nuevo aliado en su camino.
Su señor, no, no era mal señor, le había presentado a otros
venerables colegas de su especie y que a él le habían impresionado sobremanera,
los Quijotes, Oliver Twist, Fortunata y Jacinta o Príncipe destronado. Grandes
entre los grandes, respetados por su humilde ser, mas alejados de la intimidad
anhelada.
Y ahora, mientras aquel río sagrado se perdía en el
horizonte, don “Huellas de Luz” y doña “Alma de Alejandría” se encontraban.
Pero el tren llega a destino. ¿Se romperá el hechizo? ¿Dueño
y dueña se ignorarán condenándolos al exilio del amor?
-Buenas tardes, señor; ¿me permite? Tengo un poco de prisa.
-Ah, sí; sí. Pase señorita. Disculpe, que estoy interrumpiendo
su paso. Es que uno lleva tanto equipaje…
-No hay de qué disculparse. Que tenga una buena estancia en
esta ciudad, mi ciudad.
-Ah, muchas gracias. Pero solo estaré el tiempo necesario
para zarpar hacia el puerto de mi casa.
-En todo caso, dese una vuelta por sus bazares y palacios.
Ah, y no deje de visitar la Gran Biblioteca. El magno templo del conocimiento
universal. ¿Sabe? Allí se encuentran depositados miles de libros en soportes
que derivan de antiguo. Lo admiten todo, a poco bueno que sea.
-Ya, pero me temo que no podré en esta ocasión. Tal vez… en
mi próxima escala…
-Tenga, le doy una tarjeta por si quisiera regresar y
pudiera hacerle de cicerone.
-Muchas gracias. Cómo no aceptar su invitación. Será un
placer.
Pasarán los años. Llamará, dudando de que aún pueda contar
con ella. A la improvisada compañera de viaje de antaño, claro, no la
encontrará pero recordará. Sí, recordará que tenía una cita entonces, ya,
inaplazable.
Y cuando se dirija al encuentro con ella, llevará como mejor
presente un libro. ¿Qué otra cosa si no?
Y ese libro, sí, de título “Huellas de Luz” pensará, intuirá
que, para él también ha llegado su momento, el momento de un reencuentro.
Y cuando en el mostrador de la recepción de la Gran Biblioteca,
ahora, una madura señora de abundante melena, le reciba con la sonrisa de quien
ha estado aguardando, segura de que él llegaría, se saludan con afectos de
viejos conocidos.
-¿Usted aquí? ¡Qué agradable sorpresa! No creí que…
-Claro, soy la encargada de este lugar.
-Es que he venido a depositar mi primer libro. Ya no quedan
ejemplares de él. Muchos otros he escrito después, pero éste fue el primero y
creo que aquí debería tener su sitio.
-Ah, _con mohín pícaro_ lo alojaré junto a uno mío que
recrea a la insigne Cleopatra, ¿le parece?
-En ningún lugar estará mejor que junto a él, sin duda
alguna.
Y sin que los humanos, esos dos maduros escritores puedan
saberlo, acaban de saldar una deuda.
Don Huellas, con sus gastadas tapas; doña Alma, con sus
amarillentas guardas se rozan.
-¿Escucha, señor?
-¿Qué?
-¿No lo percibe, usted tan perspicaz, seguro? Se reconocen,
se gustan.
-Ah, cierto. Los libros albergan sentimientos, ¿también
usted lo cree? ¿Habré encontrado, al fin, a alguien que comparta mi certeza?
-Huellas y Alma, Alma y Huellas vibran, sus letras tintinean
de ilusión. Poco les importa lo que sus creadores piensen o decidan. Mientras a
ellos no les vuelvan a separar…
-Venga, acompáñeme a llevarlos al anaquel de los libros
enamorados. Allí estarán bien y no les molestarán. Ah, y por una vez haremos
una trampa en el sistema catalográfico: aparecerán como prestados a Cupido, un
préstamo que se renovará indefinidamente.
3 comentarios:
¡Mira, Alma, qué hermosa sorpresa nos ha preparado Alberto! ¡Y qué honor! Alma mía, amada Alma de Alejandría, al fin has obtenido respuesta: ¿ves cómo valió la pena esperar? Sí, te lo dije muchas veces: Alberto Gil nunca defrauda. Y fíjate. Hasta aquí te ha traído, aquí, a este refrescante vergel que es Tiflohomero. Sabedor de las penalidades que has pasado bajo el cielo abrasador de Egipto. ¿O no ves que es un arqueólogo de los de verdad, pequeña? Está más acostumbrado que tú a pasar fatigas. Y hoy llega hasta ti, ofreciéndote su amistad, a su libro y hasta un lugar especial en un estante adecuado de la mejor Biblioteca. ¡Qué lujo! Un encuentro tan esperado por ti y que ahora te llega como el maná en el desierto, eh, pillina. Ay, mi pobre Alma, cansada de vagar por un inhóspito desierto, rodeada tan sólo de dunas candentes, a la espera siempre de encontrar algún nuevo amigo, sincero y fiel, con quien compartirlo todo. Tú siempre tan sola y mira. Sí, sí, apuesto que cuando Huellas te sienta, cuando tenga ocasión de acariciar tus delicadas páginas y oler tu delicado perfume, no podrá resistirlo: despertarás su amor, el más sólido y sincero que podrás encontrar, y no os separaréis jamás. Su amo fue el primero que te supo admirar, Almita. No lo olvides jamás. Por eso sé que no te faltará su Luz, estarás en buenas manos porque Huellas ha nacido de un corazón sincero. Fruto del esfuerzo y la perseverancia. Hecho con cariño y dedicación. Y Huellas así no abundan, créeme. Por eso deseo de corazón que vuestro esperado encuentro no esté lejano. Porque todo lo que os pase de aquí a allá no sean más que anécdotas que contaros y con las que reíros juntos. Que así sea.
Gracias Alberto, eres genial. Que termines de pasar una feliz tarde de domingo, figura.
Rosa, gracias a ti. Todo sea por alegrar un poquito la vida a quienes me leéis.
Con cariño y de corazón.
Y ojalá que ese encuentro se vea hecho realidad prontito.
Besos de petición cumplida.
Feliz semana.
Vaya, vaya... ¡Quién lo hubiera dicho! Love is in the air... :-D
Un abrazo
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