Buena noche y otra semana más a la vista. Que os resulte
plena.
Que estéis bien.
Con cariño.
Un cálido abrazo de luz.
A doña Filomena de la Zarza Hormigo la única bouttique que le
gusta visitar es La Mode, un pequeño establecimiento ubicado en un discreto
local que pasa desapercibido a los no iniciados.
La oronda señora, con sus collares de perlas volteados, su
doble papada, altivez y exigencias, abalorios y perifollos , es siempre ingrata
de atender por las modistas y dependientas del emporio: rarezas, impertinentes
caprichos, “niña, cuidado con los alfileres”, “Señor, ya nada es como antes…
qué dobladillos, que vuelos, que tutús. Los vestidos de antes sí que eran
buenos y no los de ahora… puaf”. Siempre así, siempre refunfuñando, siempre con
ínfulas de gran duquesa sin ser ni
grande _salvo en kilos de grasa_ ni duquesa _como no fuese de Chorropellejo_.
Y hoy llega más repipi que nunca. Parece que se quiere casar
y ha de ataviarse para el encuentro con su futuro sufrido doncel. ¿Casarse
ella? Que sí, que sí, que al final ha encontrado un pretendiente. Ya se sabe: para
cada botón siempre hay un ojal aparente.
Mientras tanto, Elvirita, la nueva, anda aprendiendo todos
los pormenores de un oficio tan particular. A sus veteranas compañeras no les
había hecho ninguna gracia que llegara. La habían criticado. ¿Cómo iba a hacer
bien el trabajo una ciega? ¿Cómo iba a asesorar a las clientas en lo tocante a
la imagen si no veía? En un establecimiento de moda no cabía alguien como
Elvirita. Sin ver no podría brillar y tampoco sacar la faena adelante para que
a ellas les resultara útil descargar lo que no les atrajera o gustase.
Pero Elvirita se estaba granjeando el respeto de las
clientas, más allá de las murmuraciones de las trabajadoras del negocio. Con su
proverbial no hablar por no pecar, su preparación y tesón, su buen gusto, tal
vez, muy a pesar de las demás, se haría hueco.
Elvirita, con su titulación de diseñadora, había llegado
sabiendo que no tendría fácil la aceptación de la gente. Bien lo conocía,
porque así era siempre: tendría que demostrar que era capaz, más aún, hacerlo
mejor que ninguna. Era lo habitual y no se echaría atrás, no dejaría escapar la
oportunidad de enriquecer su currículum con ese reto.
-Ya viene la gorda. Yo me abro.
-Pues anda que yo, me voy a la trastienda a marcar el género
que acaba de llegar.
-Dejad, que la atienda la nueva, a ver, ella que no ve, si
se atreve a torear semejante vaca mihura.
La puerta de la tienda ha dejado oír su son de campana
avisadora.
-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?
-Vengo por el traje que encargué el otro día.
-¿Sí?
-Aunque, lo he pensado mejor, ¿tenéis algo nuevo? ¿Algo que me
quede mejor?
-¿Para qué ocasión lo querría? Le digo esto porque depende
de lo que necesite, igual puedo aconsejarle algo que le caiga bien.
-Es para mi pedida de mano, niña.
-Mire, nos acaba de llegar un terno en color verde que
podría ser de su agrado. Tiene un tocar muy cálido. ¿Pruébeselo, ande. Me da
que no se va a arrepentir.
-No sé, no sé.
-Sí, y si se lo lleva, le incluye un cinturón que puede
conjuntar con el bolso y los zapatos.
-Ah, ya me va bien. Podría gustarme. Eres nueva, ¿verdad?
-Sí, estoy aprendiendo. Llevo poco tiempo. Espero no le
moleste.
-No hija, que las pedorras de tus compañeras me tienen muy
harta. Tú pareces distinta. Tienes unas manos…
-Claro, es la práctica. Las manos son mis guías.
-Cuando ya la clienta de pro se dispone a marcharse, no demasiado
incomodada, llega el jefe.
-Buenos días, doña Filomena. ¿Todo bien? ¿La han atendido
como merece?
-Ah, parece que hoy sí. Creo que han hecho buen fichaje esta
vez.
-Sin duda. Y mire que fue una apuesta personal por ella
frente a las dudas de mis socios y demás. ¿Es que sabe una cosa? Es invidente.
-¡No lo dirá en serio! ¡No puede ser! Pero si ha dado justo
con lo que yo andaba buscando.
-Ah, es que es muy buena trabajadora. Y aún que no lo tiene
fácil, pero estoy seguro de que triunfará. No lo dude.
-Pues, por mi parte, ya puede decirlo. Enhorabuena,
muchacha. Sigue así. Don Fidel, a partir de ahora solo querré que me atienda
ella si no quiere que me pase a la competencia. ¿Oído?
-Sí, sí; doña Filomena. Como usted guste y ya sabe que en
esta casa usted siempre es bien recibida.
-Bueno bueno. Ale, que pasen un buen día.
-Mucha suerte y ya me contará si tuvo éxito con el traje.
¿De acuerdo?
Y Elvirita le sonríe. Más aún sonríe para sí y para las que,
bien lo intuye, la han estado espiando a sus espaldas esperando que metiera la
pata. Pues no, no lo ha hecho. ¡Que se joroben!
2 comentarios:
Una asesora experta en texturas, tan competente o más que otra cualquiera, y con sentido del humor y mucho aguante para soportar con una sonrisa a petulantes clientas como ésa.
Alberto, me ha gustado tu relato, parece que lo he vivido, lo he visto conforme leía. Un aplauso te mereces, tú, que siempre vas tan apuesto y conjuntado.
Un abrazo de asesora de imagen.
Rosa, así es porque las personas ciegas podemos desempeñar trabajos normalizados con eficacia y competencia. Porque debemos hacerlo creer a quienes contratan personas. Contratar a un discapacitado no va a ser una carga, sino un plus para su negocio. Eso sí, habrá que elegir al adecuado.
En cuanto a lo de que yo voy siempre bien conjuntado... no lo sé. Se supone que la ropa la tengo bien puesta en las perchas para ir rotando cada día con algo diferente y los calcetines están siempre emparejados y son negros todos los que tengo. A partir de ahí... yo qué sé.
Gracias, como siempre, por tu fidelidad y aplausos, por tu buen gusto al aconsejarme.
Besitos conjuntados.
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