Buena noche de domingo.
Aquí un nuevo relato. Que te guste.
Un abrazo y feliz semana.
Los viejos exiliados
Qué bonito es el mar en los atardeceres de verano. Su
relajante rumor, su colorido y su frescor. Qué bien se está junto a él paseando
por su orilla.
Qué agradable es dejarse mecer por sus olas mansas nadando
junto a su espuma.
Qué bien está todo. Qué bien navegan los barcos de vela a
esa hora crepuscular.
¿Qué bien? No, qué bien, no.
Para la vieja sirena nada de eso está bien.
Vieja sirena, sí. Tan vieja que la han expulsado de su
reino. Ella que, siglos atrás, también fue joven y cumplió con su misión como
la primera.
Y ahora, vieja ya, afónica para cantar, es expulsada como
inútil trasto. Sabe que su cuerpo de mujer se cuarteará para hacerse escamoso y
cuando así suceda, se fosilizará convirtiéndose en lasca de piedra en
acantilado.
Si aún fuera invierno, cuando el mar se rompe en abismos
negros, ella tendría su oportunidad. Podría acompañarse con el tambor del
trueno y hacerse con algún solitario marinero. Con él, montado en su cola,
demostraría a sus verdugos que aún sirve para algo. Pero en estas apacibles
tardes de verano, nada puede ella hacer ya.
El ruido de turistas con sus músicas atronadoras y la
algarabía de la chiquillería bullanguera hacen inútiles sus esfuerzos por
cantar.
Ya no tiene fuerzas para nada. Ya no puede entonar la melodía
de los condenados.
-¿Quién eres tú que llora?
-¿Quién eres tú que me habla?
Un exiliado de los hombres. Un soñador que quiso pintar una
isla en el cielo y construir una nube en el asfalto.
-Ah, yo también soy una exiliada. Una exiliada del mar. No
sé cómo me escuchas si ya no puedo cantar. Soy una vieja sirena derrotada.
-¿Y si yo te enseñara a pintar y tú a mí a cantar? Total,
los dos somos viejos desterrados.
-Bueno. Tal vez. Dame tu mano para posarla en mi garganta y
así sabrás cómo vibra al cantar.
-Toma mi mano y dame tú, tu mano para que
pintemos en esta arena blanca una nube y un sol y un castillo.
-Sí, cantaré para ti y cuando lo hagas tú y yo seremos nube
y sol y castillo.
Y ya, siendo noche estrellada, con la mirada cómplice de la
luna, cuando una pareja de enamorados paseen por esa playa, algo extraño verán.
Un viejo duende y una vieja sirena cogidos de las manos, fundidos en los granos
de arena y gotas de espuma.
Los mirarán y sentirán algo extraño en sus corazones. Algo
así como derrota y tristeza, pero también futuro y esperanza.
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