Buena noche de domingo.
Aquí un nuevo relato. Que te guste.
Un abrazo y feliz semana.
La decisión de la Vieja Dama
El afilado cuchillo de la luna rasga la piel de la noche. El
sibilante sonido de las balas penetra sin piedad en la carne.
Es la Muerte quien llama a la puerta de la suntuosa
habitación 114 del Gran Hotel de Nueva York aquel lejano amanecer de 1924. Es febrero y hace mucho frío, las
calles están alfombradas de nieve.
Johny Lombardi duerme apaciblemente, ajeno a lo que le
aguarda, en brazos de su chica del momento, después de haber hecho el amor,
satisfecho por cómo marchan las cosas en sus negocios del vicio.
Es la Muerte y cuando franquee la puerta de esa habitación
sabrá que de ella saldrá con algo bajo el brazo.
Ahora bien, ¿qué? ¿A quién o a qué se llevará?
No tiene prisa la Muerte.
Johny y Cassandra duermen tras los embates amorosos de horas
atrás. Sueñan con cuchillos y balas, ataúdes y cementerios.
Ya se acerca la Muerte al revuelto lecho de aquella
habitación. Ya dispone sus garras.
Sabe que hay dos bultos en esa cama y que puede optar por
llevárselos a los dos o a uno. ¿Qué hará?
-¿Sabéis una cosa? Anoche burlé a la Muerte. Ella creyó que
estaba, con mi chica, acostado en la cama de la 114 del Gran Hotel. Pero no
éramos nosotros, eran dos muñecos de cera.
-No, Johny, eso es demasiado para que te creamos. Nadie
burla a la Muerte.
-Yo sí, soy más listo que nadie.
Y el listo Johny el 31 de diciembre de 1999 ansía que el
nuevo siglo le traiga su libertad. No, no murió aquella noche de febrero de
1924, como tampoco lo hizo en las sucesivas guerras en las que tuvo la desdicha
de participar. Vio cómo tantos y tantos morían mientras que él se salvaba, sin
saber cómo. Bueno, sí lo supo. Supo que la Muerte se vengaba de él dejándole
vivir para que se sintiera muerto en vida.
Un siglo de muertes, hombres gaseados, aniquilados; mujeres
atrapadas en la trampa de las drogas y el suicidio. Muerto en vida sin poder
moverse.
Aprendió que no, no fue más listo que nadie, que no engañó a
la Muerte.
Cuántas veces la llamó en las trincheras y en la selva, en
aquella playa de Normandía y en aquellos túneles vietnamitas o yugoslavos.
Cuántas veces ofreció su pecho descubierto a los francotiradores en Beirut o
Teherán. De nada le sirvió
Johny Lombardi, se ve obligado a ver cómo su siglo acaba,
cómo aquellos dorados años veinte acabaron en la herrumbre de la ruina y el
desprecio. A su alrededor hay algarabía, el mundo no se ha acabado con el fin
del milenio. Tampoco él por mucho que lo desee acaba. Johny Lombardi se ha
convertido en un afilado cuchillo y en una sibilante bala. Se ha transformado
en el mejor y más fiel intermediario de la Muerte, él que quiso una noche burlarse
de ella. Ah, si hubiera sabido…
Esa noche del 31 de diciembre de 1999 también habrá
inocentes ingenuos que mueran porque Johny Lombardi aún sigue vivo y seguirá
hasta que la Muerte lo decida, decida prescindir de él convirtiéndolo en un
muerto más.
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