Buena noche dominical primaveral.
Tras un fantástico día de encuentros de amistad y sonrisas,
aquí mi nuevo cuento.
Feliz semana.
La decisión del fugitivo
Un fugitivo corre por las callejuelas próximas al Sena,
entre los puentes. Es noche cerrada, hace mucho frío. Marcha embozado y aunque
la capa le dificulta la huida no quiere quitársela. ¿De quién huye de semejante
manera? El sonido de sus pies golpeando los adoquines se confunde con el traqueteo de un carruaje que se le acerca inexorable.
El fugitivo no posee nada, tan solo una navaja mellada, una
navaja que hace juego con la luna menguante. La luna, ah la luna. La luna
simula una cuchillada en la noche negra de aquella parte de la ciudad, tan
alejada de los palacios y monumentos, avenidas y paseos. En este lado de París tan
solo hay miseria y podredumbre.
Un fugitivo huye despavorido en medio de la oscuridad. Las
pestilentes aguas del río dejan oír su llamada tentadora. El carruaje cada vez está más cerca. Apenas si le queda
aliento para continuar corriendo. Él, que tan felices se las prometía al
visitar la casa de madame Vestaille y sus pupilas. Bebería aguardiente y se
dejaría mecer por el canto de las sirenas.Estaba a punto de franquear aquel
paraíso cuando un enorme perro salió a su encuentro. Un monstruo de ojos
sanguinolentos y fauces descomunales. ¿Acaso fueran alucinaciones de sifilítico?
Huyó, corrió. No se detendrá hasta que la luz del olvido le devuelva la paz.
Llega al final, se dobla vencido por el agotamiento.De
frente, un muro infranqueable; al lado, el río; detrás, el carruaje y el piafar
de los caballos que tiran de él.
La luna menguante acuchilla con su brillo la noche oscura,
una farola de gas moribunda iluminan el entorno. El fugitivo vuelve la vista
creyendo que será el monstruo quien vaya a atraparle. ¿Y si cede a la tentación
y se sube al coche? Acaso sea su salvación. No sabe qué hacer. ¿Lanzarse al
río? ¿Subir al coche? ¿Rendirse dejándose caer en medio del frío suelo?
En un último impulso, abre la portezuela, al tiempo que siente
el fétido aliento del monstruo, aunque quizá tan solo se tratara de las aguas
negras o del hedor de la miseria. Salta.
¡No hay nadie! Nadie ha conducido a aquel carruaje negro
hasta allí.
Cuando el desdichado prófugo de las visiones oníricas quiera
despertar, se dará cuenta que ya no puede.
Querrá bajarse, pero no es posible. Las portezuelas y el
techo son herméticas. Por mucho que se empeñe en clamar auxilio y rogar que se
detenga, de nada le valdrá.
Ah, si se hubiera lanzado al Sena…
-No porfíes, de nada te valdrá. Eres mío y nada te importa
ya.
Al día siguiente, entre la niebla, unos mocosos que hurgan
entre la basura, encontrarán una navaja mellada y una capa raída.
Y algunas horas después, los agentes de la Gendarmería
descubrirán unos despojos humanos entre los escombros de un teatro en construcción,
el que años después será la Ópera de París. Como nadie los reclamará los
arrojarán a la fosa común del cementerio de Monmartre.
Y cuando el 5 de enero de 1875 se inaugure aquel palacio en
el que 60 años atrás un miserable fugitivo huyera al tiempo que moría el sueño
napoleónico, quienes asisten a la primera representación escucharán, sobrecogidos,
los lamentos desolados de un hombre. Pronto se extenderá el rumor, convertido
en leyenda. Aquel palacio está habitado por fantasmas. Quien se atreva a
penetrar en sus sótanos en determinadas noches, será apresado por ellos y nunca
más regresará al mundo terrenal de los vivos.
Aurelie,
la nueva guía del Palais garnier conoce semejante historia y la cuenta a los
turistas que contratan sus servicios para conocer su historia e historias.
Aurelie es una joven simpática y resuelta. Aurelie no tiene miedo. Y, por eso, la
víspera del 125 aniversario de la inauguración de la Ópera, está dispuesta a
vivir una aventura única. ¿Por qué no?
Se adentrará en los sótanos y buscará encontrarse con aquel
fantasma del que tanto se ha dicho. Ella siente que no es si no un pobre hombre
que vaga sin fin. ¿Y si ella pudiera darle al fin el descanso que nunca tuvo?
Se ha quedado sola, alegando trabajo atrasado por los fastos
de la efeméride. Se dispone a adentrarse en los sótanos, pertrechada de una
potente linterna y su teléfono móvil por si puede captar alguna imagen y luego
colgarla entre sus contactos de Facebook y Watshapp. Está tranquila, está
decidida.
-Muchacha, ¿a qué vienes?
Aurelie se alegra de escuchar esa voz. Sonríe. El fantasma sale
a su encuentro.
¿El fantasma? Pero si la voz es de mujer.
-Buscaba al fantasma de la Ópera. Quería ayudarle.
-¿No sabes que nadie puede ayudarle? ¿Que está maldito?
-Et alors, ¿quién es usted?
-Déjala. Maldita bruja, ¿no tendrás tampoco piedad de ella?
Muchacha, corre aún que puedes. Nada puedes hacer por mí. Vete.
Entre las sombras, Aurelie vislumbra a dos figuras
siniestras enfrentadas. ¿Qué hacer? ¿Avanzar hacia quien le está pidiendo que
se vaya? ¿Hacerle caso? Le parece que un perro grande está a punto de saltarle.
Sí, regresará a la escalera, pero antes le lanzará un beso al fantasma. Se ha
olvidado de las fotos, sólo quiere que el fantasma descanse. ¿Y el perro?
Parece haberse detenido el tiempo. Es un instante, el que
dura lanzar un beso.
Sí, un instante, pero… La puerta se cierra con un sonido de
ataúd sellado para siempre…
-Habéis visto a Aurelie?
-No, ayer se quedó hasta tarde trabajando.
-Ya… es que alguien pregunta por ella y nadie la ha visto.
-Estará con el novio.
No sé. Bueno. ¿Está todo listo para la inauguración? Tiene
que salir perfecta.
-Será perfecta si el fantasma se deja escuchar.
-No sé. Hoy día hay tantos fantasmas de carne y hueso…
además ya nadie cree en esas historias.
-Aurelie sí creía en aquello. Siempre me dijo que le gustaría
saber qué se escondía tras la leyenda.
-Vete tú a saber…
-Bueno, me voy. Que ya llega el presidente. Vigila que todo
esté en orden.
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