Buena
noche de domingo:
Con
todo respeto surge hoy este nuevo relato.
Que
estés bien. Feliz semana.
Un
abrazo de dignidad y sueños.
Amanece
en Madrid
Los
tenues rayos de sol invernal pugnan por romper la oscuridad de la fría noche.
Las nubes no se lo van a poner fácil. Nubes blanquinosas, como de mortaja,
espesas preñadas de nieve. Nos encontramos en uno de los numerosos parques que
pueblan la ciudad. Parque en el que las prostitutas calientan sus expuestas
carnes con un mísero caldo o un café, bebido a grandes sorbos como si de su
vida se tratara. Esperan a que algún cliente venga con su coche reclamándoles
sus servicios.
Mujeres
que son viejas a los 18 años, hembras de matadero, despojos de la droga o las
mafias, presas en la cárcel de la dependencia y la soledad.
Qué
cerca están de las oportunidades que ofrece la gran ciudad, pero ¡tan lejos De ellas!
Pobres
mujeres que salen a saludar al sol. ¿Quién reclamará sus servicios? ¿Será, al
menos, correcto? Allá los prejuicios o perversiones de cada cual, pero al menos
que no las fuercen a penetrar en el ifnierno del sadismo. Bastante tienen ya
con sus infiernos particulares. Si al menos sus clientes fueran un poquito
amables. Cada una de ellas tiene su historia de vejaciones y dolor, de afrentas
y soberbia. ¿Acaso no fueron una vez personas? Si lo fueron, ya no lo son. No
son nada, si no objetos para usar y tirar.
Y,
sin embargo, aun no siendo nada, sueñan. Al fin y al cabo, soñar no cuesta
dinero ni hay que pedir permiso para hacerlo al chulo de turno. ¿Con qué
soñarán? ¿Una vida de verdad? ¿Un palacio del que ellas sean la señora? ¿Un
jardín hermoso del que ella sea la flor más hermosa? ¿Ser cortejada por un
apuesto galán que le regale bombones y la lleve al cine? Ah, sus sueños.
Pero,
día a día, la realidad se encarga de recordarles que ni tienen vida ni existen
los palacios ni son flores ni hay galanes dispuestos a cortejarlas y llevarlas
al cine. Alguna vez, sólo alguna, se ha dado el caso que una de ellas salga de
la jaula. Pero… es tan raro que semejante hecho suceda que ni siquiera se
atreven a soñarlo.
Y
si viene la policía aún es peor. O las detienen y pierden el día sin ganar nada
más allá de una paliza del amo proxeneta o las obligan a buscarse un nuevo
lugar donde exponer su mercancía.
Amanece
en Madrid y mientras el sol está venciendo a las nubes una nueva llega hasta
aquel parque de tristeza y sueños.
-Eres
nueva por aquí. No te conocemos.
-Vete.
No te queremos. No nos robes lo nuestro.
-Págame
la cuota. Si no lo haces, te vas a enterar.
A
todo esto y al frío y al ambiente hostil hará caso omiso esa recién llegada.
¿Quién será? ¿Otra más de las muchas que acaban en ese negocio?
Al
menos no es una niña. Se la ve ya madura. Una mujer entera. Sólo una cosa
debería haberles llamado la atención a quienes aquella mañana de invierno se
cruzaron con ella. Si se hubieran fijado en sus manos habrían visto que las
tenía de color púrpura, como teñidas de sangre. Pero no lo hicieron y ese fue
su error, o tal vez su acierto.
-Señora,
algo muy extraño ha sucedido en el Parque del Oeste. Han aparecido muertas unas
treinta prostitutas. Todas degolladas. Aunque eso sí, más extraño aún resulta
que, conforme indica el forense, ninguna sufrió. Seguramente habían padecido
tanto que no les importó morir. No ssabemos.
-Habrán
extremado las alertas en las otras zonas de la ciudad donde abundan las
profesionales del oficio más antiguo del mundo. No vaya a ser que esto se
convierta en una epidemia y se nos escape de las manos. No quiero un circo en
torno a esas desgraciadas.
Así
da el parte el sargento Oliveras a la comisaria Natalia Sánchez a mediodía de
aquel día que amaneció soleado en Madrid, como si el sol quisiera iluminar un
acontecimiento importante para treinta pobres mujeres, el de su muerte.
¿Quién
fue el que al matarlas les devolvía la dignidad perdida? No pudo ser otra que
una mujer. Sí, una mujer con nombre de Muerte. Porque sí, alguien se había
apiadado de aquéllas desheredadas, las más desheredadas de todas las
prostitutas de la ciudad.
Días
habrá en que el caso del Parque del Oeste se constituya en portada de
informativos y especulaciones policiales. Buscan al culpable sin entender que
los culpables eran quienes las habían matado en vida y que, lo que en realidad
hizo aquella mujer con nombre de Muerte fue devolverles la vida, sí, la vida
que no es otra cosa que sueños y dignidad.
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