Buena noche:
Una semana después de que aterrizáramos de nuestro último
viaje, comparto la crónica elaborada por Miguel _que esta vez ha ejercido de
cronista simpar_ con algunos apuntes más míos al final..
Un abrazo canario, jejejeje.
CRÓNICA DEL VIAJE A GRAN CANARIA 2014: reviviendo emociones
únicas
Aprovechando el Puente de diciembre, Alberto, Elena (dos
buenos amigos ciegos) y yo realizamos una escapadita a Gran Canaria para huir de
los rigores del invierno peninsular y buscar un poco de calorcito.
En el Aeropuerto nos estaba esperando Laura, la amiga y
compañera de Elena del BBVA. Ella sería nuestra anfitriona y guía durante toda
nuestra estancia. Hay que recalcar el cariño y dedicación con la que nos trató
en todo momento. No escatimó esfuerzos y se preocupó de que disfrutásemos
durante toda nuestra estancia. Si en nuestro día a día nos encontrásemos
personas así, nuestra vida sería mucho más fácil.
Dicho esto, lo primero que hicimos cuando llegamos a Las
Palmas fue ir al hotel, nada que ver con la ubicación y características de el
del pasado año, para dejar las maletas.
A continuación, nos encaminamos al paseo marítimo de la playa de las Canteras,
que se encontraba a unos 50 metros escasos. De esta forma, dimos nuestros
primeros paseítos por la isla, en un recorrido jalonado de palmeras y locales
comerciales. Al poco rato topamos con unos montones de arena y varios expertos
que les daban forma, con sus paletas y mangueras para remojarla, a modo de
belén: ¡toda una obra de arte!
Después de comer nos dirigimos al puerto. Y cuál fue nuestra
sorpresa que allí estaba atracado el Queen Mary II, uno de los barcos más
grandes del mundo. Sólo hay una palabra para describirlo: impresionante. Es un
gigante de los mares que mide 345 metros de eslora, 41 metros de manga (en su
línea de flotación) y hasta 72 metros de calado aéreo. Vamos, que el
muelle se quedó pequeño para ese enorme coloso de los mares. Como podréis
imaginar, se divisaba perfectamente desde varios kilómetros. Sentías que eras
una hormiguita cuando lo tenías al lado.
A continuación nos dirigimos al centro de Las Palmas para
tomar unas cervecitas con José Ignacio, Penacho, otro compañero y amigo de
Laura y Elena, con quien mantuvimos una amena y divertida conversación.
En nuestro paseo nocturno, destacaba el ambiente navideño, con palmeras
iluminadas de colores rojo, amarillo, azul o verde, en función del barrio en el
que estuviésemos. Es una forma original de iluminar la ciudad en estas fechas.
Al día siguiente, sábado, cogimos el coche para acercarnos a
Vecindario, donde Antonio, otro amigo del BBVA, tiene una finca de plataneras y
papayas. La explotación estaba bajo un enorme invernadero sustentado por finas
pilastras metálicas y un enrejado de alambres y lonas en el techo para
garantizar una producción más eficiente. Las piñas de plátanos estaban
envueltas en bolsas de plástico azules para mantener mejor la humedad y el
calor, pero pudimos ver y tocar una de ellas, que estaba al aire, con un montón
de plátanos verdes a los que les faltaban unas tres semanas para su
recolección. En el invernadero de al lado tenía otra explotación de papayas que
también pudimos ver y tocar.
De nuevo con Laura al volante, cogimos la autovía que nos
conduciría al Sur. Destacar las excelentes infraestructuras con las que cuenta
la isla y, en especial, en las zonas más abruptas donde se han construido
túneles y viaductos por doquier. Llegamos a Amadores, un pueblo costero con
grandes hoteles camuflados, en algunos casos, en los acantilados, y
urbanizaciones que se integran perfectamente con el paisaje árido de la zona.
También visitamos Puerto Rico, Maspalomas y Meloneras, donde había una gran
charca a modo de marisma con flora y fauna autóctonas.
Si el sábado nos recorrimos la parte Este y Sur, el
domingo fuimos por la zona Norte. Antes de llegar a Gáldar, atravesamos
el puente de Silva, uno de los más altos de Europa. En ese pueblo hicimos una
visita guiada al Museo de la Cueva Pintada, en el que se podían admirar
pequeñas construcciones en las que vivían los primeros moradores de la isla,
desde el siglo VI. Era una instalación ejemplar desde el punto de vista
de la accesibilidad puesto que a pesar de ser un recinto cubierto de más de
6000 metros cuadrados que está construido sobre la ladera de la montaña, cuenta
con unas pasarelas de madera, ascensores por doquier o audio-descripción en los
documentales y réplicas para poder tocar la decoración y útiles propios de los
aborígenes.
Al mediodía fuimos a Agaete donde vimos el Parque
Arqueológico en el que se encuentra la necrópolis de Maipés. Como el suelo
estaba cubierto de una gran cantidad de lava volcánica con cantos rodados muy
cortantes, se optó por habilitar unas planchas de hierro para deambular de una
manera mucho más cómoda. De hecho, pudimos comprobar en un corto tramo lo
difícil que es andar sin ese suelo artificial, y eso que íbamos calzados frente
a quienes crearon la necrópolis. También tocamos las curiosas tumbas,
construidas con piedra volcánica sobre una base rectangular y con una altura de
más de 2 metros.
Tras comer en Agaete con Penacho, Carlos (otro compañero más
del BBVA) y su mujer, nos dirigimos al puerto pesquero desde donde se
vislumbraban unos espectaculares acantilados con un Sol de tarde que los
iluminaba, confiriéndoles unas tonalidades rojizas, amarillentas, anaranjadas y
ocres, muy bonitas. Allí está lo que los canarios llaman el puño de Dios, una
roca con esa forma pero que tenía un dedo alzado que se desplomó por una
tormenta. Después, y antes de que se nos echara la noche encima, subimos por el
Valle de Agaete. Penacho, mientras conducía, estaba alucinado al comprobar cómo
caían torrentes y cascadas de agua: ¡nunca había visto esto!, comentaba
asombrado. Se ve que las abundantes lluvias que cayeron dos semanas antes
habían teñido el paisaje de verde e incrementado considerablemente las reservas
de agua.
El lunes fuimos por una carretera que se encuentra más allá
de Agaete y que va bordeando los acantilados de la costa atravesando el Parque
Nacional de Tamadaba. Es una vía de más de 20 kilómetros llena de cuestas muy
pronunciadas, curvas muy cerradas (muchas de ellas ciegas porque no puedes ver
si te viene alguien de frente) y con un continuo guarda-raíles para proteger la
circulación de los grandes precipicios o acantilados que dan al Atlántico. Como
es de imaginar, los paisajes eran espectaculares y se requiere cierta pericia
al volante para transitar por allí, cosa que Laura nos demostró en todo
momento. De hecho, en una curva nos cruzamos con un tráiler cargado de tomates
y tuvimos que hacer algo de maniobra para poder pasar. Por su parte, Alberto y
Elena pudieron apreciar la grandiosidad del entorno percibiendo el eco y el
rugir de las olas al romper con las rocas a más de 200 metros de altura.
Pasado el pueblo La Aldea de San Nicolás, cogimos un camino
de tierra que nos llevaría hasta la finca del padre de Laura, en Tasartico, donde
pudimos comer una suculenta ensalada canaria, carne guisada de cabra y unos
postres que estaban para chuparse los dedos. Luego nos dimos un pequeño paseíto
hasta una playa llena de piedras y rodeada de acantilados, pero en la que se
estaba de maravilla, escuchando el relajante ruido del oleaje.
A media tarde transitamos por otra carretera de montaña
hasta Mogán, donde hicimos escala para recorrer el pueblo. Y desde allí hasta
Las Palmas por la autovía del Sur-Este. Vamos, que el lunes dimos la vuelta
completa a la isla en sentido contrario a las agujas del reloj.
El último día lo aprovechamos para acercarnos a la Caldera
de Bandama, donde hay un sendero que bordea el cráter y en el que hay abundante
vegetación tropical, por lo que es todo un espectáculo para los sentidos.
Después, y tras tomar un vinito en el Museo del Vino, subimos a un montículo desde
donde se pueden admirar, a lo lejos, la ciudad de Las Palmas.
La visita a Gran Canaria finalizó en el Campo de Golf más
antiguo de España, donde comimos antes de ir al Aeropuerto.
Pocas han sido las anécdotas que reseñar porque ya se encargó
Laura de que todo fuera perfecto. Eso sí, en la comida que tuvimos en la
finca de su padre, aparte de nosotros estaba su hermana Alejandra y varios
amigos. Uno de ellos le dijo a Alberto:
- Esta finca es tan grande como desde aquí hasta donde te
alcance la vista.
- Pues mira, le contestó con su habitual desparpajo, como
sea tan grande como alcance mi vista, a nada que dé un pasito me salgo de ella.
Hasta aquí la descripción de Miguel, que suscribo, pero a la
que añado algunas impresiones, de ésas mías de cegato chalado:
Ante el Queen Mary II, ¿te das quuiin? a mí no me queda más remedio que reconocer lo
ciego que estoy. Por mucho en que me esforcé en verlo y por muy grande que
fuera, palabrita del Niño Jesús, que yo no lo vi. No no no. Así hubiera visto
las curvas de las guapas canarias…
El domingo nos dimos el capricho de desayunar en pleno Paseo
de las Canteras, con el sonido del mar de fondo, una temperatura espléndida y
su tostada, su zumo de naranja natural y su cafecito rico rico. Fue genial.
En Roque Yedra, camino de la Aldea, Laura nos cuenta que al
pie del acantilado se encuentran depositados dos ramos de flores. Parecen ser
el recuerdo de dos familias que no aceptaron la relación homosexual de dos
chicas, ante semejante rechazo se suicidaron despeñando el coche. Me impresionó
vivamente.
Tengo ocasión de conocer el verol y la tuna india, plantas
propias del lugar muy curiosas.
Ante la Caldera Vandama nos recostamos en la rama de un
árbol fosilizada, me abrazo a su tronco, sintiendo su energía y calor. Imagino
cómo debió de ser la erupción volcánica que dio lugar a ese majestuoso paraje.
Mi imaginación se dispara en el valle de Agaete donde un
antiguo balneario se encuentra abandonado. Qué de historias podrían tener lugar
en semejante hotelito.
En la playa de Puerto Rico tenemos ocasión de conversar con
Ana, la doctora de Laura. Agradable y entusiasta profesional que nos cuenta sus
peripecias de congresista y médica del lugar. Un placer.
Como también fue un placer conocer al padre y hermana de
Laura. Ellos hicieron que nos sintiéramos como en casa, un lujo.
Y cómo no, destacar lo que me gustó el que un matrimonio que
regenta excelente pizzería en Paseo de las Canteras se acordara de nosotros y
nos prepararan una cena soberbia.
Y sí, pisé la Historia en Gáldar, Agaete y Las Palmas,
tomando una cerveza con limón en el hotel Madrid, allá donde Franco se alojó el
día antes de dar comienzo la Guerra Civil.
Déjame, para terminar, que te endulce el paladar y me relama
recordando los gloriosos postres canarios, como el mouse de mango y chocolate
blanco o el helado de nata con guindas. Si no recuperé la vista ante semejantes
manjares, no la recupero ni “jarto” de ron miel, jejejeje
1 comentario:
Muy intenso, por un momento sentí que estaba ahí como en el verano de 2002.
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