martes, 16 de diciembre de 2014

Crónica de viaje a Gran Canaria, 2014



Buena noche:
Una semana después de que aterrizáramos de nuestro último viaje, comparto la crónica elaborada por Miguel _que esta vez ha ejercido de cronista simpar_ con algunos apuntes más míos al final..  
Un abrazo canario, jejejeje.

CRÓNICA DEL VIAJE A GRAN CANARIA 2014: reviviendo emociones únicas
Aprovechando el Puente de diciembre, Alberto, Elena (dos buenos amigos ciegos) y yo realizamos una escapadita a Gran Canaria para huir de los rigores del invierno peninsular y buscar un poco de calorcito.
En el Aeropuerto nos estaba esperando Laura, la amiga y compañera de Elena del BBVA. Ella sería nuestra anfitriona y guía durante toda nuestra estancia. Hay que recalcar el cariño y dedicación con la que nos trató en todo momento. No escatimó esfuerzos y se preocupó de que disfrutásemos durante toda nuestra estancia. Si en nuestro día a día nos encontrásemos personas así, nuestra vida sería mucho más fácil.
Dicho esto, lo primero que hicimos cuando llegamos a Las Palmas fue ir al hotel, nada que ver con la ubicación y características de el del pasado año,  para dejar las maletas. A continuación, nos encaminamos al paseo marítimo de la playa de las Canteras, que se encontraba a unos 50 metros escasos. De esta forma, dimos nuestros primeros paseítos por la isla, en un recorrido jalonado de palmeras y locales comerciales. Al poco rato topamos con unos montones de arena y varios expertos que les daban forma, con sus paletas y mangueras para remojarla, a modo de belén: ¡toda una obra de arte!
Después de comer nos dirigimos al puerto. Y cuál fue nuestra sorpresa que allí estaba atracado el Queen Mary II, uno de los barcos más grandes del mundo. Sólo hay una palabra para describirlo: impresionante. Es un gigante de los mares que mide 345 metros de eslora, 41 metros de manga (en su línea de flotación) y hasta 72  metros de calado aéreo. Vamos, que el muelle se quedó pequeño para ese enorme coloso de los mares. Como podréis imaginar, se divisaba perfectamente desde varios kilómetros. Sentías que eras una hormiguita cuando lo tenías al lado.
A continuación nos dirigimos al centro de Las Palmas para tomar unas cervecitas con José Ignacio, Penacho, otro compañero y amigo de Laura y Elena, con quien mantuvimos una amena y divertida conversación.  En nuestro paseo nocturno, destacaba el ambiente navideño, con palmeras iluminadas de colores rojo, amarillo, azul o verde, en función del barrio en el que estuviésemos. Es una forma original de iluminar la ciudad en estas fechas.
Al día siguiente, sábado, cogimos el coche para acercarnos a Vecindario, donde Antonio, otro amigo del BBVA, tiene una finca de plataneras y papayas. La explotación estaba bajo un enorme invernadero sustentado por finas pilastras metálicas y un enrejado de alambres y lonas en el techo para garantizar una producción más eficiente. Las piñas de plátanos estaban envueltas en bolsas de plástico azules para mantener mejor la humedad y el calor, pero pudimos ver y tocar una de ellas, que estaba al aire, con un montón de plátanos verdes a los que les faltaban unas tres semanas para su recolección. En el invernadero de al lado tenía otra explotación de papayas que también pudimos ver y tocar.
De nuevo con Laura al volante, cogimos la autovía que nos conduciría al Sur. Destacar las excelentes infraestructuras con las que cuenta la isla y, en especial, en las zonas más abruptas donde se han construido túneles y viaductos por doquier. Llegamos a Amadores, un pueblo costero con grandes hoteles camuflados, en algunos casos, en los acantilados, y urbanizaciones que se integran perfectamente con el paisaje árido de la zona. También visitamos Puerto Rico, Maspalomas y Meloneras, donde había una gran charca a modo de marisma con flora y fauna autóctonas.
Si el sábado nos recorrimos la parte Este y Sur, el domingo  fuimos por la zona Norte. Antes de llegar a Gáldar, atravesamos el puente de Silva, uno de los más altos de Europa. En ese pueblo hicimos una visita guiada al Museo de la Cueva Pintada, en el que se podían admirar pequeñas construcciones en las que vivían los primeros moradores de la isla, desde el siglo VI.  Era una instalación ejemplar desde el punto de vista de la accesibilidad puesto que a pesar de ser un recinto cubierto de más de 6000 metros cuadrados que está construido sobre la ladera de la montaña, cuenta con unas pasarelas de madera, ascensores por doquier o audio-descripción en los documentales y réplicas para poder tocar la decoración y útiles propios de los aborígenes.
Al mediodía fuimos a Agaete donde vimos el Parque Arqueológico en el que se encuentra la necrópolis de Maipés. Como el suelo estaba cubierto de una gran cantidad de lava volcánica con cantos rodados muy cortantes, se optó por habilitar unas planchas de hierro para deambular de una manera mucho más cómoda. De hecho, pudimos comprobar en un corto tramo lo difícil que es andar sin ese suelo artificial, y eso que íbamos calzados frente a quienes crearon la necrópolis. También tocamos las curiosas tumbas, construidas con piedra volcánica sobre una base rectangular y con una altura de más de 2 metros.
Tras comer en Agaete con Penacho, Carlos (otro compañero más del BBVA) y su mujer, nos dirigimos al puerto pesquero desde donde se vislumbraban unos espectaculares acantilados con un Sol de tarde que los iluminaba, confiriéndoles unas tonalidades rojizas, amarillentas, anaranjadas y ocres, muy bonitas. Allí está lo que los canarios llaman el puño de Dios, una roca con esa forma pero que tenía un dedo alzado que se desplomó por una tormenta. Después, y antes de que se nos echara la noche encima, subimos por el Valle de Agaete. Penacho, mientras conducía, estaba alucinado al comprobar cómo caían torrentes y cascadas de agua: ¡nunca había visto esto!, comentaba asombrado. Se ve que las abundantes lluvias que cayeron dos semanas antes habían teñido el paisaje de verde e incrementado considerablemente las reservas de agua.
El lunes fuimos por una carretera que se encuentra más allá de Agaete y que va bordeando los acantilados de la costa atravesando el Parque Nacional de Tamadaba. Es una vía de más de 20 kilómetros llena de cuestas muy pronunciadas, curvas muy cerradas (muchas de ellas ciegas porque no puedes ver si te viene alguien de frente) y con un continuo guarda-raíles para proteger la circulación de los grandes precipicios o acantilados que dan al Atlántico. Como es de imaginar, los paisajes eran espectaculares y se requiere cierta pericia al volante para transitar por allí, cosa que Laura nos demostró en todo momento. De hecho, en una curva nos cruzamos con un tráiler cargado de tomates y tuvimos que hacer algo de maniobra para poder pasar. Por su parte, Alberto y Elena pudieron apreciar la grandiosidad del entorno percibiendo el eco y el rugir de las olas al romper con las rocas a más de 200 metros de altura.
Pasado el pueblo La Aldea de San Nicolás, cogimos un camino de tierra que nos llevaría hasta la finca del padre de Laura, en Tasartico, donde pudimos comer una suculenta ensalada canaria, carne guisada de cabra y unos postres que estaban para chuparse los dedos. Luego nos dimos un pequeño paseíto hasta una playa llena de piedras y rodeada de acantilados, pero en la que se estaba de maravilla, escuchando el relajante ruido del oleaje.
A media tarde transitamos por otra carretera de montaña hasta Mogán, donde hicimos escala para recorrer el pueblo. Y desde allí hasta Las Palmas por la autovía del Sur-Este. Vamos, que el lunes dimos la vuelta completa a la isla en sentido contrario a las agujas del reloj.
El último día lo aprovechamos para acercarnos a la Caldera de Bandama, donde hay un sendero que bordea el cráter y en el que hay abundante vegetación tropical, por lo que es todo un espectáculo para los sentidos. Después, y tras tomar un vinito en el Museo del Vino, subimos a un montículo desde donde se pueden admirar, a lo lejos, la ciudad de Las Palmas.
La visita a Gran Canaria finalizó en el Campo de Golf más antiguo de España, donde comimos antes de ir al Aeropuerto.
Pocas han sido las anécdotas que reseñar porque ya se encargó Laura de que todo fuera perfecto. Eso  sí, en la comida que tuvimos en la finca de su padre, aparte de nosotros estaba su hermana Alejandra y varios amigos. Uno de ellos le dijo a Alberto:
- Esta finca es tan grande como desde aquí hasta donde te alcance la vista.
- Pues mira, le contestó con su habitual desparpajo, como sea tan grande como alcance mi vista, a nada que dé un pasito me salgo de ella.
Hasta aquí la descripción de Miguel, que suscribo, pero a la que añado algunas impresiones, de ésas mías de cegato chalado:
Ante el Queen Mary II, ¿te das quuiin?  a mí no me queda más remedio que reconocer lo ciego que estoy. Por mucho en que me esforcé en verlo y por muy grande que fuera, palabrita del Niño Jesús, que yo no lo vi. No no no. Así hubiera visto las curvas de las guapas canarias…
El domingo nos dimos el capricho de desayunar en pleno Paseo de las Canteras, con el sonido del mar de fondo, una temperatura espléndida y su tostada, su zumo de naranja natural y su cafecito rico rico. Fue genial.
En Roque Yedra, camino de la Aldea, Laura nos cuenta que al pie del acantilado se encuentran depositados dos ramos de flores. Parecen ser el recuerdo de dos familias que no aceptaron la relación homosexual de dos chicas, ante semejante rechazo se suicidaron despeñando el coche. Me impresionó vivamente.
Tengo ocasión de conocer el verol y la tuna india, plantas propias del lugar muy curiosas.
Ante la Caldera Vandama nos recostamos en la rama de un árbol fosilizada, me abrazo a su tronco, sintiendo su energía y calor. Imagino cómo debió de ser la erupción volcánica que dio lugar a ese majestuoso paraje.
Mi imaginación se dispara en el valle de Agaete donde un antiguo balneario se encuentra abandonado. Qué de historias podrían tener lugar en semejante hotelito.
En la playa de Puerto Rico tenemos ocasión de conversar con Ana, la doctora de Laura. Agradable y entusiasta profesional que nos cuenta sus peripecias de congresista y médica del lugar. Un placer.
Como también fue un placer conocer al padre y hermana de Laura. Ellos hicieron que nos sintiéramos como en casa, un lujo.
Y cómo no, destacar lo que me gustó el que un matrimonio que regenta excelente pizzería en Paseo de las Canteras se acordara de nosotros y nos prepararan una cena soberbia.
Y sí, pisé la Historia en Gáldar, Agaete y Las Palmas, tomando una cerveza con limón en el hotel Madrid, allá donde Franco se alojó el día antes de dar comienzo la Guerra Civil.
Déjame, para terminar,  que te endulce el paladar y me relama recordando los gloriosos postres canarios, como el mouse de mango y chocolate blanco o el helado de nata con guindas. Si no recuperé la vista ante semejantes manjares, no la recupero ni “jarto” de ron miel, jejejeje
  







1 comentario:

Erwin dijo...

Muy intenso, por un momento sentí que estaba ahí como en el verano de 2002.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...