Buena noche de domingo:
Una vez regresado a casa, ordenador en ristre, comparto
contigo el resumen de unos días plagados de emociones y recuerdos. Cuatro días
intensos en los que se ha presentado en sociedad “Mis pequeñas odiseas:
viajando con otros ojos”, se produjo la partida hacia el País de los Sueños de
una persona muy querida para mí, la madre de mi cuñada, Emilia, y en que se
celebró el Día de la Luz, Santa Lucía.
Las presentaciones fueron, a mi entender, ágiles, sencillas
y entrañables. El Palacio de los Condes de Sástago estaba magnífico, con su
estilo renacentista y su Historia, en la sala de música se estaba muy a gusto,
viéndola repleta y con tanto calor de buenas gentes que me acompañaban. El
representante de Ilumináfrica estuvo muy bien y los bombones que se
repartieron, además de la maestría del quinteto del Conservatorio de Música que nos regalaron
la obra de Pedro Iturralde, lo hicieron especial.
Por su parte, el Centro Soriano, también en Zaragoza, me
acogió con el cariño de la autenticidad que da nuestra tierra, haciendo que me
sintiera como en casa. Además, al coincidir con el centenario de la publicación
de “Platero y yo”, los símbolos de literatura, ilusión, infancia y ternura se
conjuraron para hacerme sentir pleno.
El libro puedes conseguirlo a través de la página web de
Ediciones 94 o encargándolo en librerías, haciendo constar que es distribuido
por Mira. Su I.S.B.N. es 978-84-88921-:75-8
Celebrar Santa Lucía en la Basílica del Pilar, con una misa
espléndida amenizada por la rondalla de la ONCE y las ofrendas que se hicieron,
también constituyeron nuevos símbolos. Como también fue simbólico que ese mismo
día, por la tarde, disfrutara de un reencuentro muy hermoso con mi amiga Sonia,
tras años en que las circunstancias de la vida, habían hecho imposible hacerlo.
Reencuentro muy sentido y emotivo, en el que tuve ocasión de disfrutar con
ella, Lena _su hija_ y Manolo, su marido de un ratico mágico.
Déjame, por fin, que comparta también contigo el texto que
quise dedicar a Emilia que, como digo, falleció tras años de padecer Alzhéimer,
esa terrible enfermedad, y que siempre me quiso tanto, lo mismo que yo a ella y
a su familia. Mi cuñada Emilia, siempre atenta conmigo, volcándose conmigo para
que mis aventuras literarias acaben en el puerto del éxito, gracias a su buen
gusto y mejor hacer. Va por ella.
Gracias de corazón a todos quienes estuvisteis de una manera
u otra acompañándome durante estos días. Un abrazo.
Va por
ti, Emilia
Allá
donde estés, en el mejor lugar del País de los Sueños que tiene por capital el
cielo y monumentos principales las estrellas, sé, lo sé, que ahora sí, vuelves
a comprender y a escuchar.
Y, por
eso, te digo Gracias. Gracias de corazón por todas las veces que dijiste que yo
era “mucho” listo”, por preguntar siempre por mí y estar siempre pendiente de
mí, por aquellas madalenas únicas que tanto endulzaron mis momentos y cuyo
ingrediente secreto nunca quisiste decir, pero que yo siempre supe que se
trataba del amor que ponías al hacerlas.
Meses
atrás, mientras volvía de tierras alicantinas, en el tren, una madre le dijo a
su hija que las hojas de los árboles que revolotean son, en realidad, los pies
de las personas que han muerto. Hojas que se posan a nuestro lado, suaves,
acariciadoras, cargadas de mensajes. Es verdad y por eso sé que cuando haya una
hoja especial que sin yo saber cómo habrá venido hasta mí, aunque no la vea,
representará no sólo tus pies, si no tu recuerdo. Será de chopo, como las de
los chopos de los ulagares, ¿verdad que sí?
Sí,
gracias. Pero también, felicidades.
Felicidades
por haber tenido la dicha de ser cuidada con tanto cariño, abnegación y entrega
por el Jesús y por tus hijas. Cuidados callados pero de los mejores. Como han
de hacerse las cosas, como Dios manda sin ceder al desaliento ni al dolor ni al
cansancio. Siempre a tu lado, siempre contigo.
Y
felicidades por esos 6 nietos, 6 lámparas que, estoy seguro, alumbraron la
bruma negra de tu enfermedad, aunque a veces pudiera parecer que para ti no
existían. Sí, yo lo sé. Sí existieron y fueron luz para ti.
Sé que
desde ese lugar eterno, seguirás viéndoles, disfrutando de su luz que también a
mí me dan. Raquel y Marcos, Susana e Isabel, Héctor y Sergio. Ya ves... tres y
tres, hoy niños y niñas, mañana hombres y mujeres de bien que continuarán
alegrando tus días y los de quienes aquí seguimos caminando en pos de esa meta
que nos conducirá, otra vez, a tu lado.
Pobres
palabras escritas las mías, pobres que quienes las leen enriquecen con su
emoción. ¿Sabrán estar a tu altura? ¿A la altura del Jesús, de tus hijas y
nietos y nietas?
Alguien
dijo a quienes le preguntaban porqué, siendo pobre, compraba arroz y flores.
Les respondió que el arroz era para vivir y las flores para tener algo por lo
que vivir. Así es, tú supiste, antes de que la ceguera del olvido velara tu
mente, tener motivos para vivir. Flores con nombre de ilusión y buen gusto.
Un
escritor francés, un tal François Mauriac dijo que “La muerte no nos roba los seres
amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La
vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.” Así es, la vida con
sus enfermedades, incomprensiones o alejamientos frente a esa Muerte que nos
ayuda a recordar, porque mientras recorrdemos, te recordemos, seguimos vivos.
Tantos
años hace que dejé de ver y, sin embargo aún recuerdo y mientras lo haga
seguiré viendo. Tú padeciste una ceguera mucho peor que la mía, la del olvido.
Y, sin embargo, en medio de cualquier ceguera, sea de los ojos o de la memoria,
la emoción nunca se pierde. Estoy seguro que tú te emocionaste muchas veces aun
estando ciega. Te emocionabas cuando alguien iba a verte y le cogías su mano,
como cuando lo hiciste conmigo la última vez que te visité, o cada vez que el
Jesús y tus hijas te cuidaban o cuando aquel domingo de agosto, tu nieta Isabel
te pidió que le dieras un beso y se lo diste.
Recuerdos
que son luz, emociones que germinan en la buena tierra de los corazones buenos,
y satisfacción cosechada tras la siembra del servir y cuidar. Estas son las
mieses que vamos a almacenar quienes tanto te quisimos.
Tú
harás, desde ese País de los Sueños que el pan que den será un pan casi tan
bueno como el de Castilruiz, más aún, serán esas madalenas que ya nunca
volveremos a comer, porque eran únicas, eran hechas por ti.
Gracias,
Emilia. Va por ti, por Jesús, por Paquita, Emilita y Conchita, como tú siempre
las llamaste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario