Realizo la crónica de mi último viaje
entre el 27 y el 31 de julio de 2014, que nos ha llevado a la capital sueca, Estocolmo, cumpliendo así
la tradición que diera comienzo en 2009 y gracias a la cual, Alfonso y Paloma
nos guían a Elena, Nuria y a mí, por diversas ciudades del mundo, haciendo
posible el milagro de que esté disfrutando de estos lugares, que de otra manera
no sería posible.
4 días de turismo y amistad, de aprendizaje
y anécdotas, de cierta frustración _a qué negarlo_ y de lugares recorridos
entre ilusión y sorpresas, ingenio y curiosidad.
Al proceso previo de preparación,
además de las entusiastas opiniones generalizadas de aquellos a los que comentabas
cuál iba a ser tu destino y la búsqueda en Internet de audiovisuales que me pusieran
en situación, se sumaron la embajada de Suecia en España y las chicas de un
fantástico blog: La gran escapada. Aquélla nos respondió, la primera vez que se
me responde ante mi consulta acerca de la accesibilidad del espacio que vaya a
visitar, y éste por la completísima y acertada información que recoge, y que me
ayudó enormemente.
Tras la llegada el domingo a última
hora, tampoco parece ser para tanto eso de la noche blanca, que sí hay algo de
luz, pero no tanta como para no dormir, empezamoss el lunes, tras desayuno,
dando un paseo que nos conduce a Gamla Stan para asistir al cambio de guardia
en el Palacio Real y visitarlo. . De camino, hasta llegar a su patio de armas
atravesamos amplias calles y avenidas, pasamos por delante de la gran
Biblioteca Pública en Odengatan, lo cual me emociona especialmente. Es un
edificio cilíndrico con un parque y estanque. Dice Alfonso que alberga más de
dos millones de volúmenes y cerca de otras tantas canciones.
Pasamos uno de los puentes y la plaza
de Gustavo Adolfo (Gustav Adolfs torg), con su estatua ecuestre en el centro y
edificios suntuosos, como la ópera.
Llegamos justo a tiempo, a las 12, para
asistir al cambio de guardia. Parece que nos situamos bastante bien, al abrigo
de una pared del patio. Hay cientos de turistas, autobuses, etc. Y sí, merece
la pena el espectáculo, tanto visualmente _por su marcialidad y uniformes_,
como auditivamente _con la banda que interpreta los sones correspondientes.
Escucho la música y el deslizar de los pies de los y las que lo ejecutan, cual
danzarines. Dura casi una hora y merece la pena, ciertamente. Ah, una de las
soldadas que participan, debe tener mando, porque pega unas voces que, como
para pisarle un callo. Qué carácter. Y otra cosa, la banda interpreta melodías
de películas. Nadie diría que estamos en tierras nórdicas. Me veo cual llanero
solitario recorriendo el árido desierto a ritmo de Enio Morricone o siendo el
último mohicano. Tocan, perdona que te lo diga, “de putísima madre, es
acojonante.” Jajajajajajaj.
De ahí, visitamos el Palacio. Salas
suntuosas, llenas de mobiliario y cuadros. Acabo un poco saturado al no poder
verlo. Tocamos una chimenea de mármol, el pasamanos de la escalera y una puerta
torneada.
Después de comer, empezamos a saborear
sus arenques, albóndigas _acompañados de una especie de arándanos y la inevitable
mantequilla con que todo se cocina_, helados y cerveza, queremos visitar el
ayuntamiento, pero está cerrado, así que
vamos, para descansar en un fantástico parque, el Kungsträdgården. Aquí
escuchamos el agua de otro estanque, la gente que toma el sol, alguien juega al
ajedrez en un tablero inscrito en el suelo, toco sus piezas como de 30 cms. De altas,
con un palo para moverlas, bicicletas, voces relajadas.
Terminamos la jornada haciendo un
crucero durante dos horas, el Estocolmo bajo los puentes. Es magnífico, sentir
el aire y escuchar el agua desde el barco, una locución va narrando los puntos
que atravesamos, compruebo el funcionamiento de una esclusa y aprendo la
diferencia entre el Báltico y el lago Mälaren, Historia, monumentalidad y
naturaleza.
El segundo día lo destinamos a la Isla
de los Museos: Djurgården. Elegimos entrar al Vasa, barco de guerra que se
hundió justo el día de su botadura y recuperado intacto 300 años después; el Junibacken,
que recrea los cuentos de Astrid Lindgren, sobre todo el personaje de Pippi
Calzaslargas; y el Skansen Museet, primer museo al aire libre que recrea la
vida cotidiana de un pueblecito en el siglo XIX. Para llegar a la isla,
elegimos el tranvía aunque podríamos haberlo hecho andando. La naturaleza con
sus sonidos y olores me llega en estado puro. Comemos en un entorno
paradisíaco, en el restaurante Wardshuset Ulla Winbladh, al aire libre, en un
ambiente tranquilo, muy recomendable, por cierto.
Al regreso, nos planteamos la aventura de
ejercer de grumetes en un barco de pedales pero lo descartamos por ser
complicado subir, así que buscamos otro parque donde empaparnos de la
naturaleza. Y lo hacemos en un recoleto lugar por mucho que pudiera dudarse, es
en el entorno de una iglesia, en un cementerio, toco una tumba de 1764 en la
que han estado jugando unos niños, la vida y la muerte dándose la mano, pido a
Paloma que me acerque a uno de los gruesos árboles que lo jalonan para recibir
su energía vital de recio vikingo.
El tercer día nos dirigimos, mediante
otro crucero a visitar la residencia privada de los actuales monarcas, el Drottningholms
Slott, que le damos una pasada rápida, pues nos satura el no poder tocar nada y
desconocer la historia sueca, de la que se citan nombres de reyes y dinastías,
nos llama la atención el que se nombra con el ordinal que corresponda entre
nombre y nombre, por ejemplo Gustavo II Adolfo. Además se cierne sobre nosotros una estupenda tormenta,
heredera del gran Odín y su martillo, que nos hace desistir de estar por allí, así
que regresamos a Gambla Stan para, esta vez sí, conocer el ayuntamiento y su Salón
Azul donde se lleva a cabo la ceremonia de entrega de los Premios Nobel.
Alfonso nos va traduciendo lo que describe la guía en inglés, no hemos podido
conseguirla en español. Cuenta anécdotas y demás, sobre la construcción del
edificio, como el que se quisiera reproducir las vistas que quienes se ubicaban
en primera fila tenían para los menos agraciados, pero que ahora no son
idénticas y el mosaico de oro que preside la estancia. Está bien, pero volvemos
a quedarnos fríos los que no vemos. Sabemos cómo es gracias a una de esas
pequeñas réplicas, hechas para turistas, en la tienda.
Nos aguarda un concierto de piano en la
ópera y luego cena de fin de viaje. Inese Klotina nos deleita con el Claro de
Luna de Beethoven, entre otras piezas magistralmente interpretadas. Aquí sí que
disfrutamos de lo lindo, tanto por la destreza de la pianista, una joven de
poco más de treinta años, ataviada de un vestido verde con escote en pico y
melena suelta, de mirada dulce y dedos de malabarista, como por el lugar. En la
terraza degustamos un estupendo café, aprendo eso del foyer que es un preámbulo
para los espectadores, previo al concierto, donde se nos obsequia con una copa
de cava y frutos secos, en un ambiente distinguido.
La cena también en el Kungsträdgården,
con música de jazz en directo, es fastuosa: para mí, una cazuela de pescado y
marisco y de postre una crema Nugget estupenda.
La mañana del último día, la reservamos
para hacer alguna compra típica, volver al casco antiguo y callejear por sus
estrechas callejas y placitas como la Branda Tomten. Pensamos entrar en la
catedral, pero desistimos de pagar la entrada para no disfrutar de ella y
seguimos paseando. Vemos la estatua de San Jorge y el Dragón y una curiosa
cabina de teléfonos, de madera y con un enrejado en la base que se abre a modo
de faldón. Nos llama la atención, lo mismo que la Marten Trotzigs Gränd, la
calle más estrecha de la ciudad.
Es hora de regresar al hotel para
esperar a que nos vengan a buscar en dirección al aeropuerto Arlanda y volver a
casa. Lo hacemos, otra vez más, usando su Metro, toda una galería de Arte del
subsuelo, moderno y muy limpio, confortable y rápido.
Tres días y medio que nos permiten
traernos una cierta idea de esta ciudad, una ciudad cuajada de parques, agua y
edificios majestuosos, ordenada y tranquila para vivir aunque supongamos que en
invierno las cosas serán muy diferentes.
Tras los lugares, las impresiones.
Respecto de la accesibilidad, en lo que
es la ciudad, sí que encontramos cosas: los semáforos suenan todos, han de ser
activados para que cambien y cuando corresponda cruzar suenan (eso sí, no con
los familiares pajaritos a los que uno está acostumbrado, si no con unos graves,
especie de carraca algo latosa); el Metro dispone de marcas táctiles en el
suelo y la megafonía funciona perfectamente, al nivel idóneo. Ahora bien, en
los espacios turísticos deja mucho que desear. Alfonso y Paloma entran gratis,
pero los cieguitos pagamos sin descuento alguno, lo cual es curioso pues parece
que lo que fomentan es lo contrario a lo que uno busca siempre (la autonomía) y
encima ni maquetas, ni braille, ni relieves que tocar ni colas que sortear. Nos
sorprende que un país tan avanzado carezca de accesibilidad en sus edificios
monumentales.
El agua del grifo es muy buena, fresca
y rica. Hay mucha limpieza tanto en baños públicos como calles y parques.
De los suecos y las suecas, aquel mito
de los años setenta que tanto ayudaran a crear las películas de nuestro cine,
sí parece que son realmente guapos y guapas, muy rubios, altos y luciendo
moreno. Esto lo digo de oídas, que tocar nada de nada, jejejje.
Por lo dicho, supondrás que los
palacios me dejan frío, lo mismo que el Vasa Museet. Edificios con masas de
turistas, que no puedo comprender. Mientras que el Junibacken, es una pasada.
Aquí podemos tocar todo a placer, darnos un baño de tacto, sí, porque las
casitas y el universo Pippi están hechas para niños sin prohibiciones ni límites.
Una carpintería, una estación de tren, la panadería, la biblioteca, Caballo Tío
la casita de Pippi, el trenecito que
recorre uno de sus cuentos es genial y la estatua de Astrid Lindgren, con su
libro en la mano, me encanta. Es lo mejor del viaje, junto con el concierto del
último día.
En cuanto a las anécdotas, un pajarillo
amarillo, hay infinidad de patos, cisnes, etc., se acerca a Nuria y no se
separa de ella, se ve que le ha caído genial, un pájaro listo, sí señor.
En el aeropuerto pedimos para comer
lasaña. En vez de avisar cuando esté lista mediante la incesante cantinela de
la megafonía _como suele hacerse por aquí_ nos entregan un aparatito que emite
unos pitidos, a modo de mensaje. Genial.
En el Skansen Museet hay unas curiosas
ovejas de lana, ovejas escultura. Me subo a una de ellas, cual intrépido
jinete, jejejje.
En el primer restaurante que comamos,
el Albertito llevado de su curiosidad, pregunta a Alfonso, deseando imaginar a
las suecas, cómo es la camarera que nos va a atender. Lo hace enseguida. Lo malo
es que no es sueca, es… jejejejejje.
Hasta que no nos vuelva a recoger el
taxista que nos llevó del aeropuerto, no conseguiremos descifrar el misterio de
que la bandera gay ondee con profusión aquí y allá. Resulta que se celebra la
semana del orgullo gay y por eso la ciudad se prepara para el evento con
banderas, desfiles y conciertos.
Acabo diciéndome que si de lo que se
come se cría, los suecos y las suecas, los y las las… deben tener muy gordas,
porque no paran de comer albóndigas, uno de los platos inevitables en todos los
menús.
Entramos en un supermercado por aquello
de cotillear precios y ver si nos hacemos con un salmón para Paloma, que al
final dejaremos. En la sección de frutería nos encontramos con naranjas de
Almería, qué cosas.
Frente a lo que imaginamos, el
territorio Ikea no es tan abundante como cabía esperar. Creímos que todo
estaría plagado de anuncios y productos de la marca, pero no fue así.
En el aeropuerto, haciendo tiempo,
entramos en la librería. Tiene lugar preferente “La analfabeta que era un genio
de los números” de Jonas Jonasson. No así la saga Milenium que parece haber
perdido su apogeo.
Acabo con una frase de Astrid Lindgren,
por cierto, cuando quiso que le editaran a su Pippi, en 1944 tuvo problemas
para hacerlo hasta que no recibió al año siguiente un prestigioso premio: "La
buena literatura le da al niño un lugar en el mundo y al mundo un lugar en el
niño." Fantástico.
Ah, ¿y de Alfred Nobel, qué? Para eso
habrás de esperar a que los sabios de la Academia, tengan a bien invitarme, jejejejej,
a ocupar una de las suittes del Gran Hotel y me hagan un hueco entre las
lámparas, por aquello de la luz, del Salón Azul del ayuntamiento, cualquier 10
de diciembre de éstos, jajajjajajaaja. Otra cosa será que me piense si asistir
o no y darles calabazas, esto… no, mejor albóndigas, jejejejej. Todo sea por
hacerme el sueco.
1 comentario:
Magnífico texto sobre tu viaje, Alberto! Recibe mi admiración nuevamente y mi saludo renovado!
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