Tras el paréntesis del pasado domingo, en que no escribí
relato por encontrarme disfrutando de mi pueblo, comparto uno nuevo. La luna
llena, la noche de san Juan… todo parece haberse confabulado para que doña Musa
me haya traído esta loca inspiración.
Que estéis bien.
Con cariño. Buena semana.
Un oscuro antro, lleno de telarañas y enseres rotos recibe
al recién llegado. ¿Cuáles serán sus intenciones?
Mira en su derredor, apenas si queda nada en su sitio, el
desorden es épico. ¿Nada? O… quizá, sí. Un lápiz despuntado y un viejo libro
tirados sobre una carcomida mesa, peligrosamente ladeada. Ah, y una calavera
que sonríe, pérfida, diabólica.
Es noche cerrada. Tan solo, la luna y una miserable farola
iluminan el lugar.
La escueta claridad se cuela a través de una ventana
abierta, sus cristales rotos así lo denuncian. Por ella ha entrado, no se ha
molestado en tratar de hacerlo a través de la puerta que, por cierto, se
encuentra revestida de la herrumbre y las grietas.
Desolación, tenebroso silencio, opresivo vacío.
No se arredra, no obstante. Pisa fuerte, pisa firme y el
efecto de su presencia no tarda en dejarse notar: los fantasmas del polvo, el destierro y el olvido rápidamente salen a
su encuentro.
¿Qué busca? ¿Qué pretende?
-¿A qué vienes a romper nuestro descanso, inglés?
-¡Márchate, vete!
Todo chirría, el vendaval aúlla.
Otro con menos temeridad que él, habría huido, ni siquiera
habría llegado hasta allí. Pero él no, él se cubre con la capucha de su negro
tabardo, se emboza y aprieta los nudillos hasta dejarlos como la nieve.
No es valor lo que tiene, es apremio; no es empeño, es negra
desesperación.
Es su única oportunidad, la última. Debe hacerse con el
libro, el Estatuto de la Muerte, abrirlo y escribir en él con mano diestra un
mensaje, una rúbrica.
Ya lo ha visto, ya sabe dónde está, va a abrirlo.
-¡Nooooooooo!
Un agudo chillido le ha interrumpido. A su pesar, el vello
se le ha erizado.
Un viejo piano, esquelético, y cuyas solas teclas que
muestra son las negras, aporrea el silencio. Nadie puede haberlo tocado. Pero
su sonido… estremece de horror.
Al tiempo, unos rítmicos golpes se oyen fuera. ¿Llamará
alguien? ¿Se acercará otro recién aparecido?
Lord William, el otrora gigante, mancillador de doncellas y
casaderas, invencible en mil batallas, anhela esa muerte que él a tantos
propinó. No le importa cómo sea:
desangrado, ahorcado, desmembrado. ¡Quiere morir! Morir y descansar, descansar
de su eterno vagar entre los acantilados y riscos, condenado sin fin a una vida
sin vida.
La Dama Negra no le quiere, le rehuye. ¿Por qué si harían
tan buena pareja?
Alarga sus febriles pasos en pos del libro, su mano
enguantada se adelanta. Mas algo le impide alcanzar lo que tan cerca tiene.
¿Qué podrá hacer?
Desenvainar su sangrienta espada, tan manchada de rojo líquido
que ya su acero tornó en púrpura?
De nada le serviría.
¿Encomendarse a los condenados moradores del Averno?
Él bien lo sabe: no le escucharían. Nunca lo han hecho.
Maldice, blasfema, se desespera.
-¿Qué buscas, hombre rudo?
-¿Quién habla? ¿Eres otro más de los que quiere burlarse de
mí?
-Soy tu destino.
-¿Mi destino? Si tienes los ojos vaciados, eres una inútil
calavera.
-Inútil o no, a mí si me puedes coger. Y si me coges a mí,
podrás coger el Libro.
Así lo hace, de esa guisa procede y, al hacerlo, el muro
invisible parece haberse desvanecido.
Aferra el lápiz polvoriento y lo afila con su espada. No le
tiembla el pulso, ahora, como nunca le tembló al asesinar y violar. Escribe y
firma. Y entonces…
Sus vestiduras, su piel, su cuerpo se disuelve. Los huesos
se desmoronan. Tan solo queda… una miserable calavera.
A la mañana siguiente, sí, unos vulgares ladronzuelos que
comienzan, unos chicuelos, entrevén el fulgor de metal. Se abalanzan sobre él.
No miran nada más, no se fijan en que un cráneo
pelado les ha observado y, quién sabe, podría decirse que hasta ha
compuesto una maliciosa mueca de complicidad y venganza, sabedor de que un día
lejano aún, ellos lo ignoran, naturalmente, querrán ser como él.
2 comentarios:
Alberto, regreso al pasado para volver a leer tan excelente relato que haría las delicias del Alan Poe más oscuro.
Me gustaría que volvieras a escribir género de terror, porque nadie como tú para trasladarnos hasta el legendario Castillo de Drácula, por ejemplo, ¿por qué no? donde un renovado conde nos atendería muy cortésmente, seguro que sí... a ver, ahí lo dejo, a ver qué se te ocurre... a ver si te apetece.
Con incondicional afecto.
Rosa, Rosita. Siempre lanzando tus retos irresistible. Bueno, bueno. Veremos qué sale pasado mañana.
Un castillo invisible sólo visto por los ciegos, una princesa rosada sólo vista por los fantasmas de la literatura y los libros.,.. Intriga, suspense, emoción.
Feliz viernes.
Besitos estremecidos.
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