Buenas noches y feliz semana ya de vuelta a rutinas de siempre,
de nuevo año.
Que mi primer cuento de este 2013 siga siendo capaz de
alegrar vuestros despertares.
Con los mismos cariño y agradecimiento de siempre.
Una humeante jícara de loza azul, ribeteada de una cinta
dorada y pintada con motivos florales humea con su espeso chocolate, cómplice de
dulces promesas. Es portada por la recia mano de una mujer fuerte, resuelta y
de rotundo porte.
Una mesa de mármol negro soporta lo necesario para dos. Su estructura
es de forja y en su derredor se hallan dispuestas dos sillas de época. El lugar
podría ser uno de esos antiguos cafés en los que hubo tiempos para conspirar y
ahora han quedado como reductos de tertulias literarias, y charlas de amigos
que se emplazan en semejante emporio de sempiternos encuentros.
La jícara aguarda a ser servida por la camarera que, sonriente
y profesional, la ha llevado hasta allí, junto con el resto del servicio,
incluidos unos panecillos tostados y unos bollitos de nata recién rellenados.
Dos hombres mohinos, ataviados de negro, levita y bombín, se
han citado. ¿Por qué allí? ¿Qué más les habría dado hacerlo en cualquier otro
lugar?
-Desesperado, anda, di a la doncella que derrame el chocolate.
-Triste, no sé si hacerlo, que no quiero verte sonreír. No
vale de nada esperar ni siquiera tu mueca risueña o un placentero sabor.
Desesperado y Triste son dos de los muchos parroquianos que
hasta allí han llegado. Han querido juntarse para no autocompadecerse como
suelen hacer. Lo que pasa, es que esa tarde nadie está dispuesto a escucharles
ni a hacerlos suyos. Esa tarde, en la ciudad todo es alegría, risa, esperanza y
futuro.
La
camarera, harta de horas en pie aguantando prisas y caprichos, no tolera
diatribas de dos viejos depresivos. Llena las dos tazas y se marcha para seguir
derramando su negro brebaje entre la bulliciosa concurrencia.
-¿Hoy no tienes a quien helar la sonrisa?
-Tampoco tú tienes a quien arrasar la esperanza?
-Nada, todos se resisten a mi realismo de negro color.
-Y al mío de desteñido verde.
-¿Qué haremos, entonces? Hemos fracasado, nada nos queda ya
que hacer en este idílico paraíso.
-Bebamos, al menos. Y que ardan nuestros labios yermos de
risas.
Una niña aparece por la giratoria puerta del
establecimiento. Tiene voz cantarina y se adorna de campanitas en los tobillos.
Da palmas y reclama atención:
-¿Querrán que les cante unna alegre tonada? ¡Es Navidad y
Jesús ha nacido!
Que cante, que cante, exclama la muchedumbre entregada.
-Bah, por lo bajo rumia alguien, otra pedigüeña más.
-Hay otro, además, claro,
que se limita a sorber y agriar el ceño.
La chiquilla se ha ganado con su voz a todos. ¿A todos?
Triste ha claudicado, muy a su pesar. En sus labios, untados
de goloso marrón, se ha esbozado una sonrisa, ¡increíble maravilla!
Y Desesperado no puede acallar unas palabras que no sabe de
dónde surgirán:
-Mañana quiero volver a escucharla.
La rapazuela se aproxima ahora a ellos pidiendo su
estipendio. No puede saber que esa última mesa a la que llega acoge a dos raros
personajes. No puede saberlo porque su ceguera se lo ha impedido ver.
Triste y Desesperado dudan acerca de cómo proceder. Querrían
decirle que debe estar como ellos, pero su genio, su voz, su figura les hace
desistir.
¿Te apetecería sentarte con nosotros? Te invitamos a
chocolate y bollos.
-¿Serías capaz de enseñarme a cómo sonreír?
-¿Querrías decirme de qué color es la esperanza?
-Ah, la sonrisa es como burbujas de una cascada y la esperanza
es como el arco iris. ¿No lo saben ustedes acaso? Si es tan fácil. Solo hay que
saber mirar con el corazón. Será que como yo no puedo mirar de otra forma…
Vaya, que es mu requetefácil.
Un largo rato después, cuando ya el centenario establecimiento
va a echar el cierre, aquellos dos cenicientos hombrecillos salen llevando, uno
de cada mano, a esa niña que ha obrado el milagro de metamorfosearlos,
simplemente con su ingenua sabiduría de ciega que, como tantos otros como ella,
descubren la esencia de la ilusión, cada día.
2 comentarios:
Alberto, veo que has entrado en 2013 por la puerta grande, eh!!
Tu relato es tremendamente original, me ha encantado tanto por su belleza como por su mensaje. Porque a esta pareja, que parecen llamarse realmente Ebeniser y Scrooge, les acaban de dar la lección de su vida. La pena sería que no aprendieran la lección y que siguieran frecuentando chocolaterías, ellas tan dulces y sabrosas, acompañados de algunos amigos suyos más... esperemos que no sea así, y si fuera, que la niña de tu relato volviera para volver a darles a entender que sí, que la vida vale la pena ser vivida y que el color verde sienta muy bien y combina con cualquier otro color, sobre todo con el negro.
A ver si aprendemos todos que nunca hay que perder la alegría del corazón, que en realidad, pese a todos los inconvenientes, todo es amor, pureza y belleza... sólo hay que saber mirar con el corazón, como tú bien dices.
Un abrazo bambú rosado acompañado de un humeante chocolate con churros.
Rosa, a veces uno no quiere aprender determinadas lecciones por regresar a ciertas chocolaterías... jejejejej.
Gracias por tu buena acogida de siempre para con mis relatos.
Es verdad que el verde pega bien con el resto de colores, casi tan bien como lo hace el rosa, jejeejejje.
En fin, que a mirar se aprende... mirando siempre con el corazón.
Besitos rosadosbambú de chocolate con rosca.
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