Te sientas
Te sientas en el viejo banco del viejo parque. Tú también
eres viejo. Todo es viejo, incluido el otoño.
Nada parece tener sentido en todo aquello.
No, no es un parque al que los niños irían a jugar ni en el
que las parejas se declararían su amor eterno.
El banco está oxidado en su hechura y resquebrajado en su
madera. Sí, claro, como tú.
Sí, como tú. ¿Y tú? Pobre viejo cansado y solo. Te sientas a
esperar. A esperar, ¿a quién? ¿Qué?
Tú qué sabes.
Una cosa sí sabes: que no te puedes morir aunque quisieras.
La muerte no es para ti.
Quisiste la muerte, ella se prendó de ti y,
cuando quiso quedarse contigo, la burlaste y, al hacerlo, te maldijo. Nunca
volvería a encontrarse contigo. Vagarías eternamente vivo con la decrepitud de
lo viejo. Los viejos árboles carcomidos, el viejo banco, el viejo parque, el
viejo otoño. Todo lo viejo serías tú.
Nada hay de hermoso en tu vieja vida de viejo.
¿Qué pasó para que la muerte te maldijera con tanta saña?
Estabas en la trinchera en medio de la más cruenta guerra
que jamás se haya dado. La muerte no dejaba de hacer su trabajo, tú la veías y
la deseabas. Un nuevo proyectil cargado de gas mostaza cayó a tu alrededor. Los
pulmones te ardían, los ojos quemaban tanto que ni siquiera les calmó la
ceguera, las manos se agrietaron con el ácido.
La muerte se detuvo a tu lado, la viste, estaba a punto de
alzarte con sus manos a la esquelética espalda.
Pero otra imagen se cruzó delante de ella con más fuerza.
Era la imagen de Aurora, la novia que dejaste en el pueblo cuando te llamaron a
filas. Le prometiste que mientras ella te acompañara permanecerías vivo.
Aurora, la vida; la otra, la muerte.
Y la muerte te maldijo para siempre.
¿Y Aurora?
Aurora se casó con otro.
Regresaste al pueblo, Aurora ya no era para ti. Creyendo que
habías muerto, como le dijeron, se casó y cuando regresaste ya no era para ti.
Y ahora esperas eternamente a que la muerte olvide que hubo
una madrugada en la que la despreciaste.
Te sientas en el viejo banco del viejo parque cuando el
otoño es tan viejo. Crees que nadie vendrá a acompañarte.
-Hola, ¿puedo sentarme a tu lado?
-¿Aurora? ¿Eres Aurora?
-¿Puedo sentarme a tu lado?
-Aurora. Eres la muerte. Abrázame, abrázame.
La vida, la muerte. Descansas al fin. Ya nada es viejo,
vuelves a ser cjoven, como si nada hubiera ocurrido, como si nunca hubiera
habido una guerra y una maldición y un equívoco.
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