Dedicado a esa otra Carmen… para que nunca más vuelva a
tener miedo por las noches.
La estrella que se enamoró del mar
Carmen se llama la estrella que un día vio el mar y se
enamoró de él. Le gustó tanto que quiso vivir para siempre junto a él.
¿carmen una estrella? No puede ser. Las estrellas tienen
nombre de sol o qué sé yo. Bueno, están también las estrellas de mar y las estrellas
de cine, pero Carmen no es ni de las unas ni de las otras. Carmen es una niña
preciosa, de las que iluminan la noche de sus padres con la luz de la sonrisa y
la ingenuidad.
Un día Carmen vio el mar. Vio que por cabello tenía olas,
que por boca, espuma y por cintura, el horizonte. Según le miraba tenía un
color azul chulo chulo o verde bonito o transparente diamante.
Se enamoró del mar, sí. De ese mar mágico y lleno de
aventuras. Ella se imaginó surcándolo en un barco de vela de papel a lomos de
un delfín para hacer de él su jardín y su casa y su universo..
Sus papás le dijeron que tenían que regresar a la ciudad en
que vivían, que el cole la esperaba para que siguiera con sus estudios. Pero
Carmen quería tanto al mar que no podía dejarlo así como así.
No sabía qué hacer. En su ciudad no había mar y ella se
había enamorado del mar hasta las trancas. Ponía los pies para que las olas se
enredaran en ellos, ponía las manos para que la espuma las lamiera con su risa,
ponía su cuerpo para que el horizonte le abrazara con su inmensidad infinita.
Pensó entonces que le escribiría cartas de amor desde su ciudad.
Aunque… y si el mar no sabía leer, ¿quién se las leería?
No, esa no era la solución. Tenía que buscar otra manera de
no separarse de su amado aunque se fuera lejos de él.
¿Y si…? ¿Si se lo llevaba con ella? ¿Cómo? En una botella no
cabía; en la maleta, tampoco. Además, la arena de la playa se quedaría huérfana,
sola sin su mar. No podía ser, no no. Carmen no quería que la arena estuviera
triste porque también le gustaba mucho esa arena fina y calentita con la que
había jugado a construir palacios de princesas. Esa arena como de confites y
azúcar.
Entonces vino un viejo marinero y al verla triste le
preguntó qué le pasaba. Y Carmen se lo explicó. Y el viejo marinero puso su
mano ruda y nudosa en la mejilla fina y lisa de ella y le dijo:
-Toma mi gorra. Cada vez que te la pongas… el mar irá
contigo. Mira… es azul, huele a sal marina y en su interior tiene olas.
Carmen la cogió entre sus manitas, era tan grande que casi
no podía abarcarla. Al hacerlo sintió que podía sonreír.
-Pero… si me regala su gorra, usted tendrá frío por la noche
y se mojará cuando llueva.
-Ah, no. Tengo otras. Aunque ésta es especial y por eso te
la quiero regalar.
-¿Es especial?
-Sí, la compré en el puerto de Terranova en una tienda en la
que se vendían los mejores aparejos para pescar ballenas. La he llevado muchas
veces por todos los mares en que he navegado.
-¿Todos los mares son igual de bonitos? ¿Es que hay más
mares? Yo no quiero conocer otro que no sea éste. Este mar mola tanto…
-Ay, niña mía. Cuando seas mayor querrás descubrir otros
mares.
-No, señor. Yo siempre me quedaré junto a este mar.
-Anda, ponte la gorra. A ver cómo te queda. Uy qué chula. Jejejeje.
Te tapa las orejas y la visera te da un aire de grumete la mar de divertido
jajajaj.
-No se ría, oiga… Uaaala, si siento que el mar se ha subido
a mi cabeza. Qué guay.
Pasó el tiempo, la estrella Carmen y sus papás retomaron la
rutina en la ciudad que no tenía mar, pero Carmen nunca se separaba de su
gorra. Casi no se la quitaba ni para dormir. ¡Una estrella con gorra! ¿Qué
curioso.
Porque sí, Carmen siguió siendo la estrella que iluminaba
las noches de sus papás con su sonrísa y su ingenuidad.
Hoy, esa misma Carmen, esa misma estrella, vuelve a su mar.
Han pasado los años. Se ha hecho mayor. Ya la gorra de marinero no le queda
grande, no le tapa las orejas ni le pone pinta de grumete. Carmen es una mujer
hermosa, soltera, eso sí, pero que no ha perdido su brillo de niña. Durante
todos esos años la vida la mantuvo alejada de su mar, más aún de lo que lo
estaba cuando vivía en la ciudad. Sus padres tuvieron que emigrar por causa del
trabajo. No ha podido volver hasta hoy.
Y hoy, cuando por fin puede regresar esperando recibir de
nuevo el abrazo del horizonte y la sonrisa de la espuma se pregunta también si
volverá a encontrarse con aquel viejo marinero.
Qué bien se siente sentada sobre la arena recibiendo
aquellas mismas sensaciones que la hicieron enamorarse del mar. Se quita la
gorra y…
Una gaviota se la lleva alto, muy alto, al cielo. Carmen
verá reflejarse, mientras mira cómo desaparece su vieja gorra del viejo
marinero, su rostro en una ola gigante que la envuelve. Y carmen, entonces, oh,
maravilla de las maravillas, se convertirá ella también en ola y ya para
siempre vivirá en su amado mar.
¿Y sabes qué? Que cuando alguien llega por primera vez a cierta
playa, una ola gigante sale a saludarles sonriendo. Una ola en forma de
estrella alargada y con el color azul marino y rayas amarillas. Si es tú caso,
fíjate bien en ella. Es Carmen que sale a tu encuentro para enseñarte lo que es
el amor de verdad.
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