El sábado tuve la suerte de conocer a una niña genial y
encantadora, digna hija de su madre. Me lo pasé tan bien con ella que le
prometí escribirle un cuento. Espero que a Sonia le guste su cuento.
Besos para ella, tan molones como ella. Jjejejeje.
El ladrón de cosquillas
Es silencioso, es listo, es patoso… es el ladrón de
cosquillas.
No se le ve, se cuela por entre los dedos de los pies y los
sobaquillos. Has de tener muuucho cuidado. Si te roba las cosquillas no
volverás a reír.
Había una vez, hace mucho tiempo, el rey de Mazapán
Parampampán, un gigante del que decían ser el mayor refunfuñón del mundo
mundial. Un día, el zorro, envidioso como ninguno y listo como el que más se
dirigió al gigante:
-Si me das parte de tu poder, a cambio te daré lo que me pidas.
-Quiero algo. Dicen que en la tierra de los hombres, los
niños se hacen cosquillas los unos a los otros y se ríen. A mí nadie me hace
cosquillas. No sé qué es eso de reírse. ¿Me traerías eso? Es que aquí arriba no
hay niños. Los niños son mi alimento. Niños y niñas tiernas, jugosas,
uuuummmmmm, qué ricooooos, qué sabrosas.
Y el zorro se lo prometió y le fue llevando cosquillas. Un
día, una niña, por mucho que sus amiguitos se las hicieran, no sentía nada;
otro, le pasaba lo mismo al abuelo; y otro y otro y otro. Los mayores no se
fijaban en que a sus hijos e hijas ya nada les hacía cosquillas, no se reían
por eso. Sí, se reían cuando les hacían cucamonas o pedorretas, pero por las
cosquillas nada de nada. Y no es lo mismo, no no. No hay nada mejor que reírse
de cosquillas. ¿Te ha hecho alguien cosquillas?
Puede que a nadie le importase que ya no sirviera de nada hacer
cosquillas en la barriguita o en las plantas de los pies o en los costados.
Puede, o no. Es que… tampoco los enamorados lo sentían. Qué pena.
En un bonito bosque de los Apeninos, Sonia tenía un amigo.
Era un lobezno. Sonia correteaba y brincaba por la senda entre los pinos y los
álamos. El lobezno era su mejor amigo. Ella era de las pocas a las que el
malvado zorro no había podido robarle las cosquillas porque el lobezno la
protegía.
El zorro, harto y más que harto, de que Sonia siguiera
riéndose de cosquillas andaba rumiando la manera en que engañaría al fiel
guardián de la niña. El zorro gruñía de rabia, arañaba los troncos de los
álamos hasta dejarlos en nada, los pelaba como se pelan las frutas o las
piruletas.
Un día, otro día, pasaba por allí la hiena y se fijó en el
zorro y lo enfurruñado que estaba.
-Amigo zorro, ¿qué le sucede a su señoría? Tiene las garras
hechas un asco.
-Calle, amiga hiena. No me diga nada. Estoy muy enfadado.
-¿Qué le sucede? ¿Es que ya no sabe cómo entrar en los
gallineros de por acá? ¿Es que piensa que su pelaje ya no vale ni para escoba
de bruja?
-Ay ay ay, resulta que acordé con el gigante rey de Mazapán
Parampampán que si le llevaba todas las cosquillas del mundo me daría su poder.
Y, claro, hay una niña a la que le protege mi primo el lobezno a la que no hay
forma de que se las robe. Y entonces fracasaré y el gigante me convertirá en
fosfatina.
-No se me preocupe, amigo zorro. Yo le diré la manera en que
distraer al lobezno mientras usted le roba las cosquillas a la mocosina.
Así acordaron hiena y zorro. La hiena engatusaría a lobezno
y zorro robaría a Sonia.
Dicho y hecho.
Todo se planea mientras las petunias hacen guiños traviesos
a la macedonia y a la sajonia.
La hiena se disfraza de bocadillo de chorizo. Está segura de
resultar irresistible al lobezno, con su buena pinta… para comérsela. Mientras,
el zorro se abalanzará sobre Sonia y la dejará desnuda de sonrisas. Esa es la
idea y no otra. La hiena se merendará a lobezno y zorro capturará su botín.
Pero, claro. Ni lobezno se chupa el dedo ni Sonia es un
adoquín.
Cuando se le ponga a tiro de hocico el supuesto bocata de
chorizo, lobezno lo olerá y se dará cuenta de que es una trampa por mucho que
el aspecto sea de lo más apetitoso.
Y Sonia, que de tonta no tiene un pelo, cuando vea que un
zorro peluchón la corteje, dará un salto y se subirá a la rama del árbol más
frondoso. Y encima le sacará la lengua.
Pero más aún, le tirará una nuez y le pegará con ella en el
cogote, dejándolo turulato.
Así acabará el temido ladrón de cosquillas mientras a lo
lejos se oirá un rugido como de volcán en erupción. Es que el gigante se dará
cuenta de que se ha quedado sin su ración diaria de cosquillas.
Pronto, otra vez los niños y niñas volverán a tener
cosquillas, los adultos al enamorarse recuperarán las cosquillas en el estómago
y los abuelos recobrarán aquello que sus nietos les hacían con tanto gusto.
Y todo, todo esto gracias a que Sonia, la niña más lista de
los Apeninos será capaz de derrotar, en singular batalla, al ladrón de
cosquillas, el zorro peluchón.
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