domingo, 2 de octubre de 2016

Amigos en la charca



Cuentos a la luz de los valores

Amigos en la charca

¿Cómo puede ser? Un conejo y un pez que jueguen juntos. El conejo le tira la pelotilla de boñiga de vaca al pez y éste la sujeta en su cola. El pez se enrosca entre la pata del conejo y el conejo le hace cosquillas con su hocico.
Un pez y un conejo. El conejo se acerca a la orilla de la charca para que el pez juegue con él desde el agua saltando y brincando mientras los grillos componen su sinfonía de cada tarde. Es que… el pez no puede salir de la charca aunque fuera para tomar el sol en plan nudista y tal.
La charca es una cosa grande en medio de un bosque.A ella se acercan también las perdices para beber agua y las palomas y las cardelinas.
Pero conejos y peces sólo están ellos. Claro que al conejo le gustaría que sus amigos fueran conejos y hasta que hubiera una coneja a la que cortejar. . Y al pez seguro que también le apetecería que en la charca no estuviera solo para hacerles aguadillas a otros peces o, a lo mejor, a los cangrejos poniéndose a corderetas sobre sus lomos mientras van para atrás.
  ¿Cómo es que semejante milagro puede suceder?
-Mami,quiero un conejo. Sí, sí sí sí.
-Hija, que no puede ser, que luego te cansarás de él como hiciste con el pez y me tocará a mí hacerme cargo de él, que ya sé lo que pasa siempre, que te conozco como si te hubiera parido. Qué hija ésta.
-Mami, que sí, que sí, que sí. Que quiero que me compres un conejito. Mi amigo Luis dice que los conejos dan buena suerte.
-Hija, eso de que dan buena suerte… Son las patas de conejo lo que dicen que da buena suerte y no debe de ser así, porque si dieran buena suerte, a los conejos dueños de ellas no les habría ido tan mal como para que se las cortaran.
-Jo, mami. No seas pesada. Que quiero un conejito que sí, que sí que sí.
Y la niña ya tiene su antojo. Al principio, es chachi de rechupete. La niña lo coje entre sus manitas y lo acaricia y le da de comer y de beber y hasta le deja que duerma con ella en su camita. Pero cuando lleguen las vacaciones se olvidará de él, distraída como estará en otros juegos. Así que, camino de la playa sus padres lo dejarán junto a una charca en medio del bosque que les pilla cerca del área de descanso donde paran a comer.
La simpática niña casi ni se despide de él. Está tan ocupada con su videoconsola…
Así es como el conejo habrá de adaptarse a su nuevo hogar que, por cierto, tampoco le parece que sea tan malo. Por los alrededores hay mucha hierba y pronto aprende a excavar una sencilla, pero confortable, madriguera.
¿Y el pez?
Pues algo parecido. Esa misma niña u otra, u otro, cualquiera. Que quiere lo mismo: una mascota con la que entretenerse, algo de lo que, una vez conseguido, pronto se cansará y cuyos padres no harán otra cosa que deshacerse de él a la primera ocasión.
En ésas están pez y conejo cuando llega una anciana con su canasta y su bastón. Se sienta a la sombra de un rueso roble para descansar y, mientras lo hace, se fija en la pareja. Sonríe. Recuerda cómo ella también hace mucho tiempo tuvo una amiga con la que jugó a la rayuela y a cocinitas. Ya casi ni se acuerda. Pero… lo pasaban tan bien… Luego vino la guerra y todo lo demás.
El conejo se fija en la anciana. Salta a su regazo. Algo le impulsa a ello. Tal vez es que se acuerda de su dueña y piensa que es ella.
Algo sucede entre la anciana y el bichejo. La anciana se levanta, no sin antes despedirse de esos dos solitarios amigos que, por un instante, la han hecho regresar a tiempos más felices.
-Vamos, hija. Deja pasar a la señora. Déjale que se siente.
Una niña regresa del colegio, cogida de la mano de su madre. Suben al autobús como cada tarde. Ceden el paso a una anciana, una más. Bueno, igual no.
-Muchas gracias, hija. Qué bien educada estás. Así me gusta.
-Claro, señora. En el cole la maestra nos dice que siempre dejemos que se sienten las personas mayores en el autobús. Y a mí no me importa. Hasta ha habido veces en que, por hacerlo, me han regalado una piruleta. Me encantan las piruletas aunque mi mamá sólo me las compra los domingos.
-vaya, yo no tengo piruletas.
-Ya. No pasa nada.
-¿Te gustan los cuentos?
-Síííí. Me encantan.
-Ah, pues igual yo te puedo contar uno.
-Chachi.
-El otro día…
-Yo también tuve un conejo y un pez.
-Sí, la niña tiene demasiados caprichos. Y la culpa la tenemos nosotros por dárselos. Hace lo que quiere de nosotros.
-Mamá, jooooo. ¿Cómo eran? Digo el pez y el conejo.
-Ah, pues muy bonitos y parecían amigos de lo bien que jugaban juntos.
-Qué chulo. Me gustaría ir a esa charca y verles jugar. A lo mejor… ¿Me dejarás ir, mami?
-No molestes a esta buena anciana.
-Que sí, que me gustaría que la niña me acompañara a ese lugar tan hermoso. Ya sé que no es normal, pero le aseguro que no es por nada malo. Prepararé la merienda y, si les parece, vamos de excursión. El sitio es hermoso de veras y tampoco queda muy lejos de aquí.
-Bueno, lo consultaré con mi marido. ¿Cómo podremos volver a verla? ¿Dónde vive?
-Es fácil, en la residencia de un poco más allá. Si me dicen que sí me harán feliz. Suelo ir a pasear por ese bosque a coger setas o manzanilla. Al menos me entretengo en algo.
-Sí, ya sé a qué residencia se refiere.
Unos sábados después, al fin, se decide la excursión. La anciana les lleva hasta la charca. Y sí, allí están los dos amigos.
Enseguida la niña los ve y lo sabe. Sabe que un día ella jugó también con ellos.
Y es que el conejo, aquel otro día en que se aupó al regazo de la anciana le susurró, sin palabras, un mensaje para una niña. El resto ya puedes imaginarlo.
La niña se da cuenta de lo mucho que les ha echado de menos. El pez y el conejo tienen ya su verdadero hogar en la charca pero siempre que la niña vuelva a verles para ellos será fiesta. No se sentirán abandonados como sí lo hicieron cuando les llevaron hasta allí.
Es verdad, es tan bonito tener una mascota. Sí, es muy bonito pero por eso hay que saber que no se la ha de abandonar cuando ya no nos apetezca o no podamos mantenerla y cuidarla.



   


  

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