Buena noche de martes…
Hoy se me ha ocurrido este cuento. A lo mejor te gusta,
jejjejeje. Al menos es dulce. Que lo disfrutes y saborees con gusto.
Un abrazo especial.
La tarta de chocolate
Es imposible que las hadas salgan de las tartas de chocolate
como también lo es que los duendes lo hagan de los pasteles de manzana.
Es imposible, claro. Las hadas y los duendes no tienen su
hogar en las tartas ni en los pasteles, lo tienen en la imaginación o, como
mucho, en los bosques de robles y en las nubes de verano.
Entonces, ¿por qué Luci afirmaba con tanto ahinco que
aquella tarta de chocolate que su madre le cocinó por su cumpleaños no podían
comérsela? Es que, decía, que entonces dejaría a su hada sin casa y eso sería
un desahucio inadmisible.
Pero, ¿es que aquella niña de seis años podía saber, acaso,
lo que quería decir desahucio? Seguramente no, lo que pasaba es que a sus
padres les habían avisado del juzgado de eso y debió de escucharles en medio de
la zozobra familiar. Se le quedó la palabreja encasquillada en su mente de niña
y no había manera de sacársela.
¿Y lo de la tarta de chocolate?
Bueno, es que la mamá de Luci, como todas las mamás era muy
buena cocinera y había querido hacérsela a su niña aunque, para ello, hubiera
tenido que pedir los ingredientes a los vecinos, so pretexto de haber encontrado
cerrado el súper cuando fue a comprarlos.
Claro, que los vecinos, sabían muy bien la verdadera razón.
No tenían dinero para dispendios. Y hacerle una tarta de chocolate a Luci por
su cumpleaños lo era. Al menos, eso podría pensarse en medio de las penurias en
que estaban a punto de naufragar la familia de Luci.
Total, que la niña no quiere comerse la tarta, esa tarta que
con tanto esfuerzo e ilusión ha preparado mamá.
Sí, mamá Araceli, la que se pregunta si es que nada le va a
salir bien. Si es que ni siquiera su hija va a saber valorar lo que ha hecho.
Pero Luci insiste. No puede comerse la tarta porque entonces
dejaría a su hada sin casa y eso no puede ser.
Ya se oye de fondo la sirena de la policía, Posiblemente,
vengan para echarlos. También se oyen gritos de los vecinos que protestan.
-Cariño, no tenemos tiempo. Anda, hazme ese favor. Prueba la
tarta.
-Que no, mamita. Que es una casa muy bonita para mi hada
favorita.
-Tita tita tita. ¿Qué quieres hacer entonces?
-No sé. Me gustaría cuidarla y ponerle un jardín de
macedonia de frutas.
-No estamos para jardines. Y con este calor, se va a
derretir el chocolate si no te la comes.
Justo cuando alguien llama a la puerta, más bien la aporrea,
la tarta parece derretirse.
Ni la niña ni su mamá pueden verlo porque bastante tienen
con pensar en si les tirarán la puerta abajo, como si Luci, piensa, tirara la
puerta de la casa de su hada al comérsela.
-Señora, veníamos para que nos firme el apremio. Deben
firmar…
-Firmar, ¿qué?
-Debe firmar usted y su marido.
-¿Mi marido? Puaf, tendrán que buscarlo ustedes, que por
aquí hace mucho tiempo que no viene.
--Bueno, pues tendrá que firmar usted. A mí tanto me da.
-Me temo que no será necesario que lo haga.
-¿Y usted quién es?
-¿Yo? No me creería si le dijera quién soy. Pero tenga este
talón con el que responder a los gastos. Que ni la señora Araceli ni la niña
Luci ni, mucho menos, yo queremos que nos quiten nuestro hogar.
Todos se muestran perplejos. Nadie sabe de dónde ha salido
esa figura. O quizá sí. Luci ve cómo de la tarta de chocolate se ha abierto un
hueco, a modo de portalón en el tejado.
-Anda, Luci. Prueba la tarta que, con tanto cariño, ha hecho
tu mami, que yo me quedaré a vivir con vosotras en esta casa por lo que ni
vosotras, ni yo, nos quedaremos en la calle.
Y la mamá Araceli y la niña Luci disfrutaron como nunca del
mejor manjar que nadie hubiera hecho jamás.
¿Y entonces? ¿Era verdad? ¿Es cierto que, por increíble que
parezca, también en las tartas de chocolate viven las hadas?
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