domingo, 17 de enero de 2016

No llevéis rosas rojas a mi tumba, yo ya no estaré allí



Buena noche, otra semana más.
Espero que estés bien. Que te guste esta nueva entrega de las investigaciones del detective Benigno Pérez y su particular confidente.
Un abrazo.

No llevéis rosas rojas a mi tumba, yo ya no estaré allí

-Vamos, chicos; hoy nos toca otro viaje, pero en vez de cómo el del otro día en que fuimos de excursión a la sierrra, el viaje de hoy nos conducirá al viejo Madrid.
-¿Ah sí, jefe? Me gusta callejear por esa zona. El tufo a antiguo, las callejuelas con sus ruidos variados, las casas con Historia y las tascas que suele haber por esos andurriales me encantan.
-Pues sí, González. Tenemos que pasarnos por la corrala de la calle Mesón de Paredes, junto a Tribulete. Parece que ha aparecido una chica muerta y nadie sabe qué ha podido suceder. Los vecinos dicen que era una inquilina que llevaba pocos meses residiendo en una de las viviendas sociales de alquiler que ofrece el Ayuntamiento a gente joven o sin recursos. Dicen que no se le conocía pareja por lo que no se sospecha que sea un caso de violencia  de género.
-Vaya. ¿Es de nacionalidad española? Es que por esa zona hay gente de todo pelo y cualquiera sabe en qué andaría la muchacha. Pobre.
-Ya, Adela. Una pena que otra chica acabe mal.
-Querido Benigno. Yo estaría encantada de no tener que llevármela. Cuando la veas, te vas a enamorar de la chiquilla. Si pudiera, la dejaría. Tenemos que pillar al malnacido que la ha destrozado de semejante manera. Yo sí que voy a hacer una cosa: le voy a dulcificar la mirada, la voy a acunar y cuidar bien. Qué mundo, el vuestro de los vivos. Y luego me critican a mí.
 -Vamos en Metro a tirso de Molina y de ahí bajamos por la calle hasta la corrala.
-Sí, sí y de paso echamos un bocao en la taberna de Antonio Sánchez, ¿la conocéis? Está ubicada en el número 13 de la calle a la que tenemos que ir.
-Ni idea, pero ¿vamos a tener ganas de comer antes de hacer el trabajo? Yo lo dejaría para después, si es que tenemos estómago para digerir otro muerto más.
-Lo que digas, jefe. Pero es que esa taberna tiene mucha Historia y tomarse un vermut de grifo en ella con una ración de caracoles guisados o huevos estrellados es un lujo que carga las pilas para aguantar lo que quiera que sea que nos vamos a encontrar en la corrala.
-Bueno, bueno. No es mala idea. Además aún es pronto para que se llene de gente. Venga, vámonos.
Una hora larga después de esta conversación en la comisaría de Leganitos, tras alegrar el paladar y los recuerdos castizos, los tres investigadores acceden a la pequeña vivienda en la que les aguardan sus colegas que se han encargado de los trámites para el levantamiento del cadáver y las primeras pesquisas. No han tenido prisa en llegar, pues saben que lo mejor es no interferir para evitar conflictos internos y celos profesionales.
-¿Cómo están las cosas? ¿Qué habéis podido intuir?
-Poca cosa. Lo de siempre… mujer joven, bastante guapa, posición económica endeble, llegada de provincias con sueños de triunfo que acaban en pesadilla y fracaso. Treinta puñaladas y amoniaco en la cara que la ha desfigurado.
-¿Habéis encontrado documentación?
-Sí, lo normal. Tarjetas de la Seguridad Social y de crédito, D.N.I., carnet de conducir y de donante, alguna tarjeta de visita… poca cosa.
-Vamos a echar un vistazo y luego nos pasamos por el Anatómico Forense a verla. ¿Han avisado a sus padres?
-Sí, vienen de camino. Son de no sé qué pueblo de Albacete.
-Jefe, mire lo que he encontrado en este libro firmado por la chica… “No llevéis rosas rojas a mi tumba, yo ya no estaré allí.”
-Vaya, ¿por qué escribiría esto? ¿Es que intuía que se la iban a cargar? Es muy extraño.
-Sí, y además escvrito con tanta pulcritud, firmado y fechado. Hace una semana que lo escribió.
-Lo que es raro es que lo ocultara. Podría haberlo llevado en la cartera si es que era un mensaje que quisiera transmitir, como si fuera un testamento. No sé por qué lo tuvo que esconder.
-A lo mejor es una pista. Esa frase fue pronunciada poco antes de la muerte de Franco por uno de los últimos condenados a muerte de la dictadura, en aquello que fue dado en llamarse el Proceso de Burgos.
-Mucho sabes, González tú de esas cosas.
-Como para no saberlo. Yo entonces estaba empezando en el Cuerpo y fue algo que se comentó mucho. Claro que como Adela no había nacido y usted, jefe, debía de ser un crío pues no os suena, pero a mí me ha llamado la atención enseguida.
-Adela, sácale una foto y que lo identifiquen como prueba pericial. ¿Veis algo más que merezca la pena?
-Bueno, si González está en lo cierto, se explicaría entonces por qué conserva tantos recortes de prensa de aquella época. Fíjese, lo tiene ordenado. Parece digno de una hemeroteca. Pero si ella tampoco había nacido cuando se ejecutó al tipo que pronunció la frase de marras, ¿por qué la escribió ella una semana antes de que se la cargaran de la manera que lo han hecho?
-Menudo día. Uno nunca acaba de acostumbrarse al dolor de los familiares que tienen que identificar a una hija que muere de forma traumática. Y aún que menos mal que la habían arreglado para que no impresionara tanto, hicieron un buen trabajo los tanatoestetas.
-Sí, sí. ¿Qué opináis entonces de quién pudo hacer semejante canallada?
-Yo insisto en que investiguemos el Proceso de Burgos y lo que sucedió después. Debe haber alguien que tenía conexión con ella o que ella fuera a hacer algo que molestó a alguien hasta semejante extremo. A veces es mejor dejar enterrado el pasado y no resucitar lo que es mejor que siga bien muerto. Creo que ella quiso satisfacer alguna deuda con el tipo aquél que se cargaron y alguien no quiso que lo hiciera. Algo así, yo qué sé, jefe.
-Pobre muchacha. Sí, debió de ser así. Debió de querer reivindicar la memoria de aquel muchacho anarquista. Qué más da. Buscaremos entre los que entonces participaban de movimientos ultras, los Guerrilleros de Cristo Rey, se decían. No deben de quedar muchos que estén en condiciones de andar matando por ahí, a no ser que sean de pasta y contrataran a algún sicario para hacerle el trabajo. Sea como sea, lo encontraremos y le daremos su merecido. No llevaremos rosas rojas a la tumba de esa guapa muchacha, pero sí llevaremos a su asesino a la cárcel y no habrá abogado que pueda librarle de que se pudra en ella.

  



     

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