martes, 4 de agosto de 2015

Alhama de Aragón: entre chorro y chorro



A 25 kms de Calatayud se encuentra esta localidad aragonesa, conocida por sus aguas termales y por su cercanía al Monasterio de Piedra.
Para allá que nos fuimos Elena, Nuria y yo por aquello de aprovechar las vacaciones a remojo y relajar nuestros pobres, jejejej, cuerpecillos.
La manera de llegar hasta el pueblo la hicimos por la vía de lo fácil: ir en AVE hasta la ciudad bilbilitana y de ahí, al balneario, en taxi.
La entrada fue grata, nos tenían reservada una habitación triple, es un lujazo para mí estar siempre tan bien acompañado, cerquita del ascensor. Era una de las 2 habitaciones, de las 120 de que dispone el hotel, destinadas a personas con movididad reducida… oiga, oiga que nosotros la movilidad no la tenemos reducida, que lo que tenemos reducido es la vista. Nada, nada que en ella nos quedamos.
Después de instalarnos, tocaba ir a comer. Pasamos por la recepción para que nos indicaran el comedor. Una de las chicas se vino con nosotros hasta él. Resulta que la recepción se encuentra en la 3ª planta aunque se entre desde la calle y el comedor estaba en la 2ª, cosas de la orografía montañosa del lugar. Las piscinas se encontraban aún más abajo, incluso.
El caso es que como era bufet libre, la chica le dijo al camarero que nos situara en una mesa y nos contara qué había. Otro problema… el camarero no se había visto en otra, lo mismo que al día siguiente le sucedería a la camarera de los desayunos, y no sabía cómo explicarnos lo que había para comer. Nos decía cosas, pero se le olvidaban otras… no nos cuadraba que en un hotel supuestamente de 4 estrellas, tuviesen un bufet tan pobre. Caía en la tentación de siempre: preguntarnos qué nos apetece, a lo que no podemos responder si no sabemos exactamente lo que hay, cómo lo vamos a saber. En fin, que nos apañamos mal que bien.
Después de la inevitable siesta, tocaba ir a probar la piscina termal con chorros varios que estaba incluida en la reserva. Nos habían asignado las 5 de la tarde turno para ello. Y para allá que nos fuimos a la zona de balneario. Ay, madre cuando nos ven aparecer a los 3 cieguecitos… “que se van a caer, que van a tropezar, que a ver cómo se orientan en la piscina…” y la cosa aún fue peor cuando le dijimos a la buena señora, responsable del cotarro, que yo no sabía nadar. A los agobios por la ceguera, le cambió el color ante semejante circunstancia. “Pero, oiga… que la piscina mide 1.30 cuando yo mido 1.70 y no es la primera vez que me meto en una semejante…” Ala, los cieguecitos a esperar casi una hora a que hubiera libre una chica del balneario para que nos llevara y estuviera pendiente. Ni nos ahogamos ni tropezamos ni nos perdimos… demostramos que la cosa no era tan difícil. Total, que echamos la tarde en estas andanzas, lo cual nos impidió probar la piscina exterior que también tenía el agua calentita y que tampoco cubría. Nos fuimos, como si fuéramos Dora la Exploradora, a cenar algo al pueblo que estaba muy cerquita. Y… “pero tengan mucho cuidado que hay una cuestecica… que es muy pingada y…” Había que salir del hotel a la izquierda y bajar esa dichosa cuestecica que salvaba la altura de la 3ª planta a la 0 del hotel y cruzar el puente de un río, supuestamente el Jalón. Nos quedamos en la primera terraza con la que tropezaron nuestros bastones y… a cenar tan ricamente. La cuestecica, naturalmente, la volvimos a subir sin más.
Al día siguiente, en el desayuno, hubimos de esperar y esperar, de volver a experimentar la frustración del día anterior. Tanto fue así, que Nuria pidió un croisant a la plancha y la buena señora, en vez de cómo es habitual, abierto por la mitad para untarlo después con mantequilla y mermelada, se lo trajo vuelta y vuelta. Total, que como ya la tarde anterior, nos habíamos salvado de morir ahogados o perdidos en la dichosa piscina termal, volvimos a meternos en ella, ya sin los miedos previos. Y hete aquí que una buena señora de 71 años que allí estaba, con su hija, disfrutando de las primeras vacaciones después de 20 años, nos explicó lo que ni los del bufet ni los del balneario nos habían sabido explicar. Así que, una vez deschorrados, jajajaj, nos fuimos a la recepción a hacer pedagogía de la ceguera. La chica, otra chica, en principio, se ofreció a leernos la lista de tratamientos de balneario, pero parece que lo pensó mejor o se encontró en el camino con Gustavo, el director, por lo que nos invitó amablemente a que pasáramos al despacho del señor director. Allí, por cierto, que lo tenía todo repleto de trastos y casi se lo desmontamos entero, jejejej, le contamos nuestras historias y avatares: que no éramos inválidos, que nuestra necesidad era que se nos diera la información para decidir por nuestra cuenta, no que decidieran los demás por nosotros, que la accesibilidad es más que poner una rampa o tener en braille los botones de los ascensores _por cierto, que entre los de recepción indicaba un bonito pictograma en relieve y braille que estás en la 3ª planta y se nos enseñó casi a bombo y platillo, lo cual habría estado muy bien, si no hubiera sido que en el resto de plantas el pictograma brillaba por su ausencia_, que haciendo gala de nuestro maravillosísimo talante le dijimos al buen señor que le convendría hablar con la ONCE por si acaso le venía algún otro cliente desvistado, que no despistado, lo cual agradeció porque no se le había ocurrido. En fin, que no poco a la defensiva, se deshizo en promesas de máxima atención, nos temimos que se dispusiera a matar las moscas, no a cañonazos, si no a chorrazos. Volvimos, a la zona de balneario, rato después, comprobando que Gustavo, nada más apropiado que este nombre para ser director de un lugar en el que croac croac, el agua es la protagonista, hubiera hecho sus gestiones. La cosa quedó en que por cortesía suya se nos regalaba una estancia en el Baño del Moro para el día siguiente y se nos informó de los distintos tratamientos, que por aquello del “ya que estoy” contratamos un par de ellos para el sábado.
Los días iban pasando, con lluvia y con remojones de piscina interior y exterior, con incursiones al pueblo para cenar y con la mejor de las armonías.
Me convertí en el Tiburón de Aragón al sacarme Nuria una estupenda fotito cuando nadie más que yo había osado meterse en la piscina exterior por aquello de que soplaba un airecico… que vaya vaya, con el Albertito y eso que es de secano, pero que también es un ratico cabezón, jejejjeje. Y qué a gusto que se estaba rondando por la piscina cual burro que da vuelta y vuelta al molino.
Era divertido, en la piscina termal, ir en busca de los chorros con nombre de cuello de cisne, cascada, jacuzzi o cama de agua y no saber si estaban ocupados. La cosa se resolvía preguntando y con la generosidad del resto de chorristas que nos indicaban o dejaban sitio.
Y lo del Baño del Moro, que no de la Mora, consistía en una pequeña sala, a modo de cueva horadada en la roca caliza, con estalactitas y formas bien curiosas, sentir cómo sale el agua pura de la tierra, a una temperatura estupenda y supuestamente con unas propiedades vigorizantes de las que nosotros, por mucho que nos empeñamos en ver, no vimos. Será por eso de que somos cieguecitos…
El sábado nos hicimos los extras, yo una Ducha Vichy, y Nuria y Elena, además, un tratamiento esfoliante resultado del cual, cuando salieron me dieron ganas de hincarles el diente por lo bien que olían, una a cereza y la otra a chocolate.
Acabamos el periplo acuático con una comida, nada que ver con la del bufet, en Restaurante Tito, a base de unas migas aragonesas de centro, espinacas con piñones, conejo con caracoles y cremica de yoghurt, ahí es nada.
No quiero que la ironía que empapa estas líneas empañe la buena voluntad de la gente que por allí había. Así, los camareros y personal nos ayudaban lo mejor que sabían sin estar preparados, la gente nos buscaba las hamacas o los mejores sitios. Sin embargo, sí creo que he de dejar constancia de lo mucho que, como poco, sorprende que un establecimiento que recibe a personas con problemas varios, de la categoría de la que presume e inaugurado en 2010 haya el desconocimiento manifiesto acerca de la ceguera, que incluso, como nos decía una chica que acompañaba a su marido afectado de un derrame cerebral, que hubiese barreras con escaleras de distinta altura, etc.
Por mucho que a mí no me hayan quedado demasiadas ganas de volver, después de haber conocido otros balnearios, igual tenemos que comprobar al año que viene si esos desajustes de los que tan eufemísticamente habló el señor director, se han ajustado o es que el agua, tan pródiga por aquellos lares, hace que se mantengan.
En fin, el caso es que al final, entre chorro y chorro, nos encontramos la mar de a gusto y no nos privamos de nada, incluido el usar 2 veces en un día la piscina termal aunque sólo estaba contemplada una vez, jajajajajaj. Oye… que nosotros sólo íbamos a preguntar unas cosillas al balneario y, sin más ni más, nos acompañaron a la piscina, sin que les importara ni preguntaran si ya la habíamos usado por la mañana… así que, por una vez, además de cieguecitos nos hicimos los muditos, jajajajjajaja.
  

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...