A 25 kms de Calatayud se encuentra esta localidad aragonesa,
conocida por sus aguas termales y por su cercanía al Monasterio de Piedra.
Para allá que nos fuimos Elena, Nuria y yo por aquello de
aprovechar las vacaciones a remojo y relajar nuestros pobres, jejejej,
cuerpecillos.
La manera de llegar hasta el pueblo la hicimos por la vía de
lo fácil: ir en AVE hasta la ciudad bilbilitana y de ahí, al balneario, en
taxi.
La entrada fue grata, nos tenían reservada una habitación
triple, es un lujazo para mí estar siempre tan bien acompañado, cerquita del
ascensor. Era una de las 2 habitaciones, de las 120 de que dispone el hotel,
destinadas a personas con movididad reducida… oiga, oiga que nosotros la
movilidad no la tenemos reducida, que lo que tenemos reducido es la vista.
Nada, nada que en ella nos quedamos.
Después de instalarnos, tocaba ir a comer. Pasamos por la
recepción para que nos indicaran el comedor. Una de las chicas se vino con
nosotros hasta él. Resulta que la recepción se encuentra en la 3ª planta aunque
se entre desde la calle y el comedor estaba en la 2ª, cosas de la orografía
montañosa del lugar. Las piscinas se encontraban aún más abajo, incluso.
El caso es que como era bufet libre, la chica le dijo al
camarero que nos situara en una mesa y nos contara qué había. Otro problema… el
camarero no se había visto en otra, lo mismo que al día siguiente le sucedería
a la camarera de los desayunos, y no sabía cómo explicarnos lo que había para
comer. Nos decía cosas, pero se le olvidaban otras… no nos cuadraba que en un
hotel supuestamente de 4 estrellas, tuviesen un bufet tan pobre. Caía en la
tentación de siempre: preguntarnos qué nos apetece, a lo que no podemos
responder si no sabemos exactamente lo que hay, cómo lo vamos a saber. En fin,
que nos apañamos mal que bien.
Después de la inevitable siesta, tocaba ir a probar la piscina
termal con chorros varios que estaba incluida en la reserva. Nos habían
asignado las 5 de la tarde turno para ello. Y para allá que nos fuimos a la
zona de balneario. Ay, madre cuando nos ven aparecer a los 3 cieguecitos… “que
se van a caer, que van a tropezar, que a ver cómo se orientan en la piscina…” y
la cosa aún fue peor cuando le dijimos a la buena señora, responsable del
cotarro, que yo no sabía nadar. A los agobios por la ceguera, le cambió el
color ante semejante circunstancia. “Pero, oiga… que la piscina mide 1.30
cuando yo mido 1.70 y no es la primera vez que me meto en una semejante…” Ala,
los cieguecitos a esperar casi una hora a que hubiera libre una chica del
balneario para que nos llevara y estuviera pendiente. Ni nos ahogamos ni
tropezamos ni nos perdimos… demostramos que la cosa no era tan difícil. Total,
que echamos la tarde en estas andanzas, lo cual nos impidió probar la piscina
exterior que también tenía el agua calentita y que tampoco cubría. Nos fuimos,
como si fuéramos Dora la Exploradora, a cenar algo al pueblo que estaba muy
cerquita. Y… “pero tengan mucho cuidado que hay una cuestecica… que es muy
pingada y…” Había que salir del hotel a la izquierda y bajar esa dichosa
cuestecica que salvaba la altura de la 3ª planta a la 0 del hotel y cruzar el
puente de un río, supuestamente el Jalón. Nos quedamos en la primera terraza
con la que tropezaron nuestros bastones y… a cenar tan ricamente. La
cuestecica, naturalmente, la volvimos a subir sin más.
Al día siguiente, en el desayuno, hubimos de esperar y
esperar, de volver a experimentar la frustración del día anterior. Tanto fue
así, que Nuria pidió un croisant a la plancha y la buena señora, en vez de cómo
es habitual, abierto por la mitad para untarlo después con mantequilla y
mermelada, se lo trajo vuelta y vuelta. Total, que como ya la tarde anterior,
nos habíamos salvado de morir ahogados o perdidos en la dichosa piscina termal,
volvimos a meternos en ella, ya sin los miedos previos. Y hete aquí que una
buena señora de 71 años que allí estaba, con su hija, disfrutando de las
primeras vacaciones después de 20 años, nos explicó lo que ni los del bufet ni
los del balneario nos habían sabido explicar. Así que, una vez deschorrados,
jajajaj, nos fuimos a la recepción a hacer pedagogía de la ceguera. La chica,
otra chica, en principio, se ofreció a leernos la lista de tratamientos de
balneario, pero parece que lo pensó mejor o se encontró en el camino con
Gustavo, el director, por lo que nos invitó amablemente a que pasáramos al
despacho del señor director. Allí, por cierto, que lo tenía todo repleto de
trastos y casi se lo desmontamos entero, jejejej, le contamos nuestras
historias y avatares: que no éramos inválidos, que nuestra necesidad era que se
nos diera la información para decidir por nuestra cuenta, no que decidieran los
demás por nosotros, que la accesibilidad es más que poner una rampa o tener en
braille los botones de los ascensores _por cierto, que entre los de recepción
indicaba un bonito pictograma en relieve y braille que estás en la 3ª planta y
se nos enseñó casi a bombo y platillo, lo cual habría estado muy bien, si no
hubiera sido que en el resto de plantas el pictograma brillaba por su
ausencia_, que haciendo gala de nuestro maravillosísimo talante le dijimos al
buen señor que le convendría hablar con la ONCE por si acaso le venía algún
otro cliente desvistado, que no despistado, lo cual agradeció porque no se le
había ocurrido. En fin, que no poco a la defensiva, se deshizo en promesas de
máxima atención, nos temimos que se dispusiera a matar las moscas, no a
cañonazos, si no a chorrazos. Volvimos, a la zona de balneario, rato después,
comprobando que Gustavo, nada más apropiado que este nombre para ser director
de un lugar en el que croac croac, el agua es la protagonista, hubiera hecho
sus gestiones. La cosa quedó en que por cortesía suya se nos regalaba una
estancia en el Baño del Moro para el día siguiente y se nos informó de los
distintos tratamientos, que por aquello del “ya que estoy” contratamos un par
de ellos para el sábado.
Los días iban pasando, con lluvia y con remojones de piscina
interior y exterior, con incursiones al pueblo para cenar y con la mejor de las
armonías.
Me convertí en el Tiburón de Aragón al sacarme Nuria una
estupenda fotito cuando nadie más que yo había osado meterse en la piscina
exterior por aquello de que soplaba un airecico… que vaya vaya, con el
Albertito y eso que es de secano, pero que también es un ratico cabezón,
jejejjeje. Y qué a gusto que se estaba rondando por la piscina cual burro que
da vuelta y vuelta al molino.
Era divertido, en la piscina termal, ir en busca de los
chorros con nombre de cuello de cisne, cascada, jacuzzi o cama de agua y no
saber si estaban ocupados. La cosa se resolvía preguntando y con la generosidad
del resto de chorristas que nos indicaban o dejaban sitio.
Y lo del Baño del Moro, que no de la Mora, consistía en una
pequeña sala, a modo de cueva horadada en la roca caliza, con estalactitas y
formas bien curiosas, sentir cómo sale el agua pura de la tierra, a una
temperatura estupenda y supuestamente con unas propiedades vigorizantes de las
que nosotros, por mucho que nos empeñamos en ver, no vimos. Será por eso de que
somos cieguecitos…
El sábado nos hicimos los extras, yo una Ducha Vichy, y
Nuria y Elena, además, un tratamiento esfoliante resultado del cual, cuando
salieron me dieron ganas de hincarles el diente por lo bien que olían, una a
cereza y la otra a chocolate.
Acabamos el periplo acuático con una comida, nada que ver
con la del bufet, en Restaurante Tito, a base de unas migas aragonesas de
centro, espinacas con piñones, conejo con caracoles y cremica de yoghurt, ahí
es nada.
No quiero que la ironía que empapa estas líneas empañe la
buena voluntad de la gente que por allí había. Así, los camareros y personal
nos ayudaban lo mejor que sabían sin estar preparados, la gente nos buscaba las
hamacas o los mejores sitios. Sin embargo, sí creo que he de dejar constancia
de lo mucho que, como poco, sorprende que un establecimiento que recibe a
personas con problemas varios, de la categoría de la que presume e inaugurado
en 2010 haya el desconocimiento manifiesto acerca de la ceguera, que incluso,
como nos decía una chica que acompañaba a su marido afectado de un derrame
cerebral, que hubiese barreras con escaleras de distinta altura, etc.
Por mucho que a mí no me hayan quedado demasiadas ganas de
volver, después de haber conocido otros balnearios, igual tenemos que comprobar
al año que viene si esos desajustes de los que tan eufemísticamente habló el
señor director, se han ajustado o es que el agua, tan pródiga por aquellos
lares, hace que se mantengan.
En fin, el caso es que al final, entre chorro y chorro, nos
encontramos la mar de a gusto y no nos privamos de nada, incluido el usar 2
veces en un día la piscina termal aunque sólo estaba contemplada una vez,
jajajajajaj. Oye… que nosotros sólo íbamos a preguntar unas cosillas al balneario
y, sin más ni más, nos acompañaron a la piscina, sin que les importara ni
preguntaran si ya la habíamos usado por la mañana… así que, por una vez, además
de cieguecitos nos hicimos los muditos, jajajajjajaja.
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