Envejecer es vestirse con la brillante pátina de la
sabiduría.
Es tener la certeza de haber llegado a la auténtica meta,
fatigado sí, pero siendo ganador.
Es poder sentarse en el banco del tiempo sin que importe el
tiempo.
Es mirar a otros con ojos añejos de buen catador y
distinguir la esencia del vino dulce en las mocitas postineras.
Es ser manta mullida con la que arropar las dudas e
ilusiones de los niños.
Es, claro, apostar la
última baza de la partida al tapete de la serena sonrisa.
Es apurar la copa de los sueños y emborracharse con ellos.
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