sábado, 14 de diciembre de 2013

El día que piloté una avioneta

Son las 11 de la mañana. Es 14 de diciembre de 2013. Las condiciones meteorológicas son idóneas para volar. El plan de vuelo ha sido registrado y todo está en orden. Estamos en la plataforma, me hablan de pies y nudos, de repostajes y autorizaciones. Hacemos tiempo enseñándome, aunque no deberíamos haber accedido al hangar, un ultraligero y un velero.
Me subo a la avioneta, de color blanco y una fina línea azul Tango Fox. Para ello debo poner el pie izquierdo en el estribo e impulsarme para entrar en la cabina. El asiento es cómodo. Me pongo el cinturón de seguridad. Delante de mí hay una especie de cuernos que pueden moverse a voluntad. Ya estoy dispuesto para cumplir un sueño que Laureano Casado quiso que yo viera cumplido: sentir lo que es volar y pilotar una avioneta de un motor de 180 CV y 4 plazas.
Él se sitúa a mi izquierda. Me explica todo el proceso de verificación de controles y niveles que garanticen la absoluta seguridad (el check list): presión, aceite, temperatura…
La radio funciona. Emite instrucciones y da paso a otros aerodinos: ultraligeros, parapentes, aviones con paracaidistas.
Nos desplazamos por una pista con barro, paralela a la de asfalto para llegar hasta la cabecera e iniciar el despegue.
El motor es acelerado hasta el punto de no retorno y….
Cuando el pasado mes de julio me quité la espina de montar en globo y expresé mi decepción ante las pocas sensaciones que había experimentado al no ver y lo hice en una entrevista en Radio Nacional, el propio Laureano y su equipo de la empresa Cirros, lo escuchó, me lanzó el guante para que le acompañase en una avioneta en la que, estaba seguro, sí disfrutaría de sensaciones aun no viendo. ¿Creeréis que iba a rechazar el embite? Una oportunidad semejante de reencontrarme con una figura de su categoría, protagonista de innumerables aventuras con el programa Al filo de lo imposible como testigo, pero más aún, con su categoría humana, su cariño y entusiasmo, su sensibilidad con quienes padecemos una discapacidad. No, no podía dudarlo y no lo hice. Le dije un sí tan rotundo como el que debes decir a la mujer de tu vida al pie de un altar, jajajajaj.
El verano pasó, acordamos un viernes de septiembre pero el tiempo no era el pretendido para que yo disfrutara y ya creí que la cosa quedaba en olvido hasta que el lunes pasado, mientras tomábamos un refrigerio con Elena, Laura León del Pino y Penacho en el templete del canario parque de San Telmo, mi móvil me dijo, con la voz sintética de que consta, con nombre de Mónica, que me llamaba Laureano Casado.
¿Te apetece volar el sábado?
Claro, cómo no. Cuenta conmigo..
Voy a recogerte a tu casa y, si el tiempo es bueno, lo hacemos.
Y llegó el día 13, Día de Luz e Ilusión, santa Lucía, y mi amiga Carmen, junto con Luis, su novio, se ofrecen a llevarme y compartir la mañana con nosotros. Me parece genial.
A expensas de que el sábado amanezca bien, no es que no duerma, pero…
Y sí, la aurora se muestra radiante. Nada impide que vayamos. Quedamos con Laureano en el aeródromo de Ocaña. No puedo resistirme a llamar a mi padre y decirle lo mucho que me gustaría que él fuera conmigo, que me voy a acordar mucho de él, sabedor de lo que a él siempre le gustó eso de volar y que no ha podido practicar porque su vida ha estado dedicada a trabajar y luchar por mi hermano y por mí. Él, de una manera u otra, volará conmigo.
Carmen y Luis me recogen. Elena no puede venir,al final. Llegamos y conocemos a una pareja excelente con la que vamos a pasar la mañana: Cristina y Pascual. Ella también va a recibir su bautismo de vuelo.
Ya hemos despegado. Mi mano izquierda, a través del cuerno, percibe cada leve movimiento. Laureano sigue contándome, me dice que hay que tratar a la avioneta como si de una mujer se tratara: con suma delicadeza y cariño, que debe alinearse el morro con la línea del horizonte...
Noto cada pequeño giro, cada subida o bajada, cada vez que se estabiliza. Yo la llevo, ¡piloto!
Vamos camino de Aranjuez. Subimos casi a 3000 pies y alcanzamos 90 nudos. El entorno es hermoso, me cuenta, se ve un valle cubierto de retazos de niebla, se ven los jardines y el palacio del Real Sitio.
Los 35 minutos de vuelo vuelan. Sin casi haberme enterado aterrizamos con la suavidad de una pluma. Durante el trayecto apenas si ha habido vaivenes, más allá de uno que me ha puesto ciertas bolas en el pelo que no tengo, jejeje. Y yo que me temí alguna picia, como acabar cabeza abajo o haciendo filigranas, no, no; muy bien, muy tranquilo, muy relajado. ¡¡Geniaaaaal!!
Les toca turno a Cristina y Carmen. Luis, Cristóbal y yo nos vamos al bar. Charlamos con el camarero, charlamos de aventuras en cuevas y en el aire, de paracaídas y retos. Vienen Carmen y Cristina, encantadas. Han llegado hasta Toledo, pasando por Chinchón, han visto el Tajo y sus monumentos desde el aire. Yo disfruto al haberles ayudado a Carmen y Luis a que vivieran esta jornada de sensaciones, amistad y aventura compartiéndola conmigo y con 3 personas maravillosas.
Luego toca almorzar, unos pinchos cojonudos, unas croquetas de lujo, pagar el bautizo, contar y contarnos, aprender.
Llego a Madrid emocionado y entusiasmado. ¡He volado en avioneta y un poco la he pilotado! Pero, más aún, he disfrutado como nunca de la compañía y la amistad de quienes me han acogido y escuchado con sumo cariño y simpatía, todo un lujo para este humilde cegato. Muchas muchas gracias, Laureano, Carmen, Luis, Cristina y Pascual.
¿Qué experiencias nuevas me deparará el futuro? ¿Una visita a un portaviones? ¿Un salto en paracaídas? ¿Conocer alguna gran catarata o majestuoso acantilado? ¿Dormir en una jaima en el desierto? ¿Conocerte a ti? Jajajaja.




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