domingo, 22 de septiembre de 2013

La maldición de la vasija funeraria



Buenas noches:
Cuidado con no hacer caso de los avisos misteriosos, jajaja. Tal vez contengan una condena sin remedio. Jajaja.
Feliz semana.

La maldición de la vasija funeraria

Al veterano arqueólogo, James Philip Sturling poco le quedaba ya por descubrir. Se preciaba de haber cartografiado los yacimientos más sorprendentes del mundo antiguo, ya fuera en lo más profundo de las selvas africanas o entre los esquimales del Ártico.
Fanfarrón y vanidoso, no había tenido escrúpulos a la hora de abusar de sus becarios para endosarles el trabajo duro y luego, él, llevarse el mérito, y aplauso, de la comunidad.
Desembarcaba con su potente equipo, usaba el talonario de cheques como llave de acceso a los lugares, bien que sin larguezas ni esplendideces para con los humildes dueños de artríticos pedazos de tierra  y ordenaba  sus huestes de estudiantes, si eran guapas, mejor aún para luego, en sus aposentos, adiestrarlas en ritos de iniciación y como figurillas votivas de la Madre, poniéndolas en formación: tirar cuerdas para formar la cuadrícula, cavar, limpiar, catalogar y embolsar los restos que fueran desenterrando.
Las cosas le habían ido bien así, déspota, abusando del prestigio que le otorgaba su labia e ingenio, adueñándose de los méritos ajenos, todo un experto en semejantes felonías. Hasta que…
Lucy, esa muchacha menuda, seria y tenaz, le entregó, con ojos brillantes, unos ojos negros y profundos de sacerdotisa, como si intuyera que le estaba haciendo un regalo envenenado, una curiosa vasija.
Estaba intacta, de basalto negro, y pintada de ocre y blanco. Y sobre este blanco, en la parte panzuda, una leyenda en alfabeto akadio: “que se te seque la boca, si te olvidas de mí”.
Se encontraban en una polvorienta zona pedregosa del desierto, en el actual Iraq. Tal vez, hubo un tiempo en que fuera un vergel, regado por el río Tigris, pero en el presente, nada quedaba.
¿Cómo podía ser que un objeto, que pudiera tener una antigüedad de 4300 años estuviese intacto?
El gran Sturling ya se frotaba las manos, ya se veía protagonizando otra vez más los titulares de los noticiarios de mayor audiencia y siendo fotografiado para revistas. Escribiría un nuevo libro, pasaría a la posteridad como el mayor arqueólogo de todos los tiempos, dejando atrás a los mequetrefes de Heinrich Slieman o Howard Carter. Y lo mejor de todo, sin ni tan siquiera haberse manchado las manos.
Ansioso por poseer ese tesoro, hurtándolo al resto de sus sufridos colaboradores, mejor diríamos, esclavos, la aferró como si fuera la carroña que extirpan las rapaces con sus garras de muerte.
No se fijó en que detrás de la inscripción, quedaba otra palabra incisa en color rojo sangre. SE trataba de “Ereshkigal”, la diosa sumeria del inframundo.
Se retiró, raudo, hacia la tienda de lona que hacía las veces de improvisado habitáculo y allí, con ansia de poseso, la destapó.
 Un pútrido hedor inundó el espacio.
Un torbellino de arena surgió de las entrañas de la vasija, absorbiéndolo todo y engullendo al miserable avaro de famas inmerecidas.
Los granos de arena se introdujeron por todos los orificios de su cuerpo y al tiempo que eso sucedía, se metamorfoseaban en gusanos  que estallaban ahitos de vísceras y sangre.
No pudo gritar. La boca… ¡la boca la tenía tan seca!
Las chicas, eran mayoría siempre en las expediciones de Sturling, no se apresuraron en querer conocer qué había sucedido. A lo lejos, vieron como si el puño de un monstruoso gigante aplastara la tienda de su jefe, no quedando otra cosa que no fuera un profundo agujero oscuro y sin fin.
Alguna de las muchachas, no pudiendo resistirse a algo de compasión, quiso asomarse al siniestro pozo, pero Lucy, sí, ella de nuevo, la tomó de la cintura e impidió que se acercara.
Aullidos de terror y muerte, sibilantes ecos de destrucción  se escuchaban a lo lejos, muy abajo, cada vez más tenues.
-Lo tenía merecido. Vagará por los infiernos eternamente, sin remedio ni posibilidad de redención. Vayámonos, la profecía se ha cumplido como siempre, por los siglos de los siglos, lo ha hecho. Aquél que se olvida de honrar a los dioses de la rectitud y la generosidad está condenado.
   Y mientras el grupo, recogía sus útiles de excavación, la tumba en que se había convertido el pretendido altar de la fama de aquel egoísta, fue cubriéndose de arena, un material compacto y rojizo, losa de sepultura.
¿Y la vasija?
La vasija rodaría y rodaría hasta que un nuevo destinatario, cegado de ambición, la padeciera de nuevo. O, ¿quién sabe? Tal vez, hubiera quien fuese capaz de romper su maldita misión de muerte y justicia.
  
  
      

3 comentarios:

brujita dijo...


¡Dios mio Alberto, como se les hiciera llegar la urna de marras a todos los fanfarrones ,vanidosos,y déspotas...las cuencas de nuestros ríos y pantanos no sería suficiente para aplacar la sed de ese enjambre humano!

besito volado "sin sed"

Rosa Sánchez dijo...

Jolín, Alberto, vaya tela con la vasijita ésta, vamos que si me encuentro una un día por ahí ni se me ocurre destaparla, claro que no. Jejejeje. Pero si yuxtapuesta a ella, lleva un relato tal como éste, la diosa esa me coge de lleno porque es un auténtico deleite...
¿Por qué no dedicas un libro a los relatos de terror?
Que se me seque la boca si me olvido de ti... sí, Alberto, pues mis obligaciones son grandes pero el cariño es mayor.
Cuídate y ya sabes... cuando con las vasijas, sobre todo si llevan diosas dentro, jeje.

Alberto dijo...

Brujita, sí seguramente haya demasiada gente a la que podría secársele la boca, pero... Bueno, la imaginación tiene estas cosas.
Besitos volados y sentidos también para ti, claro sin sed.

Rosa, figura. Tú siempre poniéndome retos. Gracias por ser tan benevolente y entusiasta con mis historias.
Sé de tus grandes obligaciones y por eso valo´ro más aún tu dedicación y atenciones.
Besos admirativos.

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