Sin duda que pretender compararme con los grandes viajeros y
exploradores de la Historia sería, por mi parte, pretencioso y, sin embargo,
cómo los he envidiado siempre. Su valor y determinación, su arrojo, la fiebre
de ir siempre más allá en pos de una ilusión.
¿No es ése, acaso, en buena medida, mi carácter?
Bueno, ya lo comenté el viernes pasado al hacer balance del
curso. Me disponía a emprender un viaje en soledad y que, además, lo fuera a
llevar a cabo por mi cuenta y siendo ciego era toda una aventura, digna de los
héroes a los que siempre he envidiado tanto. Un reto más de los míos.
¿El destino? La comarca cacereña de la Vera, concretamente
el castillo parador de Jarandilla, morada que fuera del emperador Carlos V
mientras se preparaba para su real descanso el monasterio de Yuste en la
cercana Cuacos.
¿Por qué a este lugar? Hacía tiempo que me apetecía conocer
esta zona, famosa por sus gargantas y bosques, además de por la Historia que la
han protagonizado personajes de la talla del gran Viriato y el propio emperador.
Bien, una vez fijada la meta, se trataba de prepararse:
reserva del hotel, averiguar cómo llegar en transporte público y tratar de
concertar una visita guiada que me mostrase el entorno.
Todo este proceso previo, además de leer en Internet
información al respecto, me vino dado de la mano de mi querida Pilar, ex
directora de algunos Paradores y del buen
Paco, excelente conocedor de la zona y mejor amigo aún.
Entre el uno y la otra me facilitaron contactos e ideas para
aprovechar el tiempo de estancia.
Y con esto llegó el día de la partida. Monté en el bus que
me llevaría hasta el pueblo donde me aguardaría una persona del Parador que iría
a recogerme, el primer detalle de los muchos con que me obsequiaron en todo
momento.
Una vez allí, me asignan la habitación y me muestran algunos
lugares donde podré relajarme y descansar. Llevo lectura suficiente y el ánimo
bien preparado para atesorar vivencias que luego puedan metamorfosearse en
literatura.
El primer día transcurrirá deprisa, reconociendo los
alrededores y el propio castillo. Me acerco al puesto de información que hay al
lado y su responsable explica grosso modo los puntos de interés.
Cuando la tarde ha caído me empeño en acercarme al centro
del pueblo. No es nada fácil. Resulta que el castillo, sí está en el casco
urbano, pero media una ancha avenida con rotonda incluida, sin que pueda saber
cómo cruzarla. En fin, alguien, primera persona de las muchas que me ayudarán,
me da las indicaciones precisas para encaminarme hacia la plaza del
Ayuntamiento.
Por sus estrechas y empinadas callejas paseo. Se cruza
conmigo un señor que me dice ser el dueño de un museo de antigüedades. Dice que
es una lástima que no pueda verlas. Le digo que me las describa. No lo hace.
Una pena que no comprenda el buen señor que además de ver, hay otras formas de
comprender y aprender. Tomo algo en una terraza y vuelta.
Me viene a saludar Natalia, la directora, y al contarle mis
planes senderistas me sugiere que renuncie a la Ruta del Emperador en pro de la
de los Parrales por ser aquélla muy incómoda plagada de cantos rodados,
mientras que ésta es un camino de tierra mucho más asequible.
Nada, nada. El domingo me espera Guijo de Santa Bárbara.
Pido que me acerquen hasta la carretera que deberé franquear y, ya desde ese
punto, chino chano, paloteando, llegaré. Son casi 5 kms. Por el camino, como ya
lo había hecho viniendo en el bus, le pregunto al móvil por dónde voy y éste me
ayuda en cierta medida.
En Guijo, prueba superada, me dirijo a una tienda de productos artesanos (mermeladas y licores)
antes de que den la 1 para, en la iglesia de Nuestra Señora del Socorro (nada
más apropiada la advocación ante mi aventura), asista a la misa.
Soy la sensación de los feligreses, tanto que el cura se me
ofrece para llevarme de vuelta. Yo se lo agradezco y le pido que mejor me
acerque a cierta charca con chiringuitos que me han dicho y donde tengo
intención de tomar algo.
La vuelta resultará ardua ya que desde la charca no se toma
la misma carretera por la que llegué. Isabel, como mi sobrina, me pone en la
pista y me dice que en un momento dado encontraré un cruce que deberé tomar a
la izquierda. El tiempo va pasando, y yo con mi bastón y mi bolsa de “produtos”
ando y ando, no hay nadie a quien preguntar, pasan coches pero ninguno para, me
digo que si fuese la hermosa serrana enseñando muslamen sí lo harían, el caso
es que no llego nunca. Se me hace larguísimo. Los duendes de la fantasía
quieren jugar con mi incertidumbre. En fin, llego llego. He andado, entre la
mañana y la tarde 13 kms.
El lunes será más fácil. Vicente, el guía que he contratado
vendrá a buscarme al Parador. Con él disfrutaré de una jornada espléndida.
Tiene experiencia en actividades con discapacitados, incluso dispone de una
barra direccional con la que haremos algo de senderismo. Me ha organizado una
visita sensorial en la que los sonidos del agua y los pájaros, el tacto de la
flora y la magia de la Historia hecha leyenda serán los actores que me
acompañen. Descubriré cómo canta la oropéndola, que el musgo en los troncos de
los robles indica el Norte y que la riqueza de la tierra ofrece sus dones desde
la noche de los tiempos en forma de castañas, frambuesas y cerezas, pimentón y
tabaco. Con sus ojos veré las gargantas de Jaranda y la Olla, el mirador donde
la Serrana tiene su estatua y la cascada el Calderón, donde se rodaron
episodios, más o menos eróticos, de la serie Hispania, además del pueblo
Garganta La Olla, con sus calles y plazas, su Casa de las Muñecas (prostíbulo de
lujo, ahora casa particular, del siglo
XVI, pintado de azul y con una muñeca en relieve junto a su puerta) y su
iglesia renacentista con una hermosa pila bautismal.
El martes voy a tener una guía inesperada para acommeter
otra jornada. Natalia se ha ofrecido a acompañarme en mi marcha. Se sorprende
ante mi deseo de llegar hasta Cuacos. Se sorprende pero acepta el embite. 15
kms. De andada entre fincas de famosos y bosques de robles y frutales. Llegamos,
claro que sí. Un amigo de ella, el notario, nos irá a buscar para hacer la
vuelta en coche. La excursión, con ella, es entrañable y da para comentar de
todo un poco. Aún más hace, me llevará por la tarde, ya en su coche, hasta la
plaza mayor de Cuacos en la que me hará una bonita foto y tomaremos algo y
luego volveremos a tomar algo con su amiga Rosa, la farmacéutica, otro encanto.
El miércoles descubro un agradable rincón en un cercano
parque, rodeado de fuentes y frescor de sombra. Aquí haré tiempo a que se haga
la hora de ir a comer a un curioso restaurante: el Puta Parió. Una cueva, en su
origen, que ahora es un agradable lugar de comida típica extremeña y que lleva
por nombre una expresión muy coloquial. Unas contundentes migas y cochifrito de
cabrito es lo que corresponde. Vamos, que si había adelgazado algo los días
anteriores, entre zancada y zancada, lo recupero sin más ese día.
Esta tarde, la última antes de regresar a casa, trato una
vez más de circunvalar el castillo pero es imposible. Me pierdo, mientras me
preguntaba qué diría cierta placa que he tocado en una pared (yo supongo que
será algún recuerdo inaugural o referente de presencia histórica singular pero
no; tan solo es el anuncio del polideportivo del pueblo) y menos mal que pasa
por allí, camino de su casa, Beatriz que me ofrece su brazo y compañía. Me dice
que si no me importa, vamos a casa de su madre un momento y luego ella me lleva
al Parador. Acepto encantado, mientras su hermana se prueba un vestido para una
boda, yo bebo el vaso de agua que me ha ofrecido sentado en el patio. Digo, con
mi proverbial ironía: “puedes probarte aquí el vestido que yo no te voy a ver,
jejejej”.
El jueves será el día del regreso. No he tenido ganas de
aventurarme en pos de una recreación de aldea celta ante el poco interés de la
persona que supuestamente debía enseñármela, así que aprovecharé la mañana en
esa especie de terraza, sala de columnas y cómodos butacones del castillo, que
calman el espíritu y avivan la imaginación.
Recojo las cosas, hacemos las cuentas y me vuelven a llevar
al apeadero desde donde se sale para Madrid.
Hasta aquí, la descripción de los días. Ahora el balance y
comentarios.
He de decir que el lugar como tal es muy agradable, tanto el
castillo como la zona, con mucha agua y vegetación pero es muy complicado para
moverse una persona ciega sola. No hay nada de accesibilidad ni en un sitio ni
en el otro.
El personal del Parador muy atento conmigo en todo momento,
sin ninguna duda. Con detalles como el de Natalia o todas las explicaciones del
resto del personal. Ahora bien, a nivel de accesibilidad echo de menos el
braille en la carta del restaurante o que hubiese una réplica / maqueta que
ayudara a comprender cómo es el lugar. La habitación la tuve fácilmente
localizable, eso sí y también localicé con cierta facilidad el patio y la
terraza.
Han sido muchas las personas que me han ayudado estos días,
ya he mencionado a algunas. Los de Puta Parió me llevaron con el coche al
Parador, Teresa, una simpática señora se ofreció a hacerse una foto conmigo con
el fondo de una de las torres y Mario, un entusiasta malagueño, se mostró fan
mío pidiéndome una tarjeta con mis datos para leer mis crónicas y demás.
El balance no puede ser más positivo. Cierto es que he
tenido dificultades de movilidad, pero me he apañado lo suficiente como para
conocer la zona, relajarme con los olores y sonidos, y descubrir nueva cultura.
No puedo dejar de mencionar la importante ayuda que me ha
ofrecido el Iphone indicándome más o menos por dónde andaba y diciéndome qué
era aquello que tenía delante de mí con la cámara de fotos, subiendo algunas de
ellas, hechas por mí a las redes sociales. Descubrí sin que nadie me contara
que frente al banco del jardín había una estatua (luego me dijeron que era un
homenaje a la madre), etc.
En fin, para terminar respondo a esa cuestión que tantos se
hicieron: “qué hace que tú, siendo ciego, te empeñes en realizar un viaje en
solitario a una zona que no conoces de nada? La respuesta es mi deseo de ser
uno más que viaja, de estar y aprender, en definitiva, de vivir plenamente.
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