A continuación comparto mi sencillo, pero sentido, homenaje
al maestro francés que hoy cumpliría 208 años. Con cariño.
Por su ejemplo y legado, que permanezca siempre viva su
memoria.
El duende tras las palabras
Me asomo al hueco de mi árbol. Soy curioso por naturaleza.
Me gusta agazaparme y observar lo que sucede en mi bosque de robles milenarios.
Por él he visto transitar a caballeros dirigiéndose a la
guerra, a esforzados leñadores en busca del tronco mejor con el que calentar
sus cabañas, a doncellas que, de manera furtiva, buscaban encontrarse con
apuestos galanes.
Y es que por mi condición, la vida es eterna en mis días.
Años y lustros y siglos cuentan los humanos, mientras yo, y los de mi raza,
permanecemos incólumes a los ciclos del tiempo.
Me asomo, sí, otro instante más. No sé qué encontraré. Puede
que un cervatillo huyendo de sus perseguidores o una alondra cantando a la
aurora o, en fin, algún desconocido visitante.
Es hermoso mi bosque, fértil y acogedor. Las hojas y raíces
lo alfombran de mullido suelo, el azul claro celeste lo cubre cuando no, el
arco iris o la capa de estrellas lo reviste de mágico fulgor.
Ya lo veo a lo lejos. Se acercan. Es una pareja. No sé, que
últimamente se me nubla cada vez más la vista, si son dos enamorados o un padre
con su hijo. Lo que sí distingo bien es que uno, o una, va cogido del brazo del
otro. Ojalá tenga suerte y se detengan en el tronco cercano, sí, ése que lleva
ahí al lado desde siempre, tupido de musgo, cómodo asiento. Sí, sí; se van a
sentar.
-Papá, cuéntame otra
vez la historia de aquel niño que llegó a ser organista y profesor de su cole,
aunque, como yo, fuera ciego.
Ah, qué novedad. Me gustan las historias que cuentan los
humanos mayores a sus retoños. Me gusta, me gusta. Y dice el padre a la
chiquilla que hubo una vez en la lejana Francia quien a base de puntos creó un
alfabeto, qué cosas. Cómo sería eso. Aquí lo único que leemos son los mensajes
de la brisa escritos en las hojas secas de los árboles, traídas por mensajeras
palomas.
-Papi, déjame otra vez que acaricie los puntos del cuento
que me regalaste el otro día, qué chulo es. Me gustó mucho aunque tendré que
trabajar mucho para leerlo con mis manitas.
Un cuento, qué bien. Me chiflan los cuentos y las historias.
Yo me las aprendo y luego las narro en las asambleas de duendes. Seguro que en
ese cuento habrá un palacio y una bruja y un lobo y un hechizo.
-¿Sabes, Lucía? Dejaremos tu cuento en el hueco de este
tronco y cuando sepas leer bien braille vendremos en su busca y serás tú
entonces quien me lo lea. ¿Te parece bien la idea?
-Chupi. Así tendremos una excusa para volver a este lugar
tan chulo. Qué bien se está, huele genial, los sonidos son como de terciopelo.
Ya se van, ya cae la tarde. Jejejej. En cuanto se haga de
noche me colaré por los pliegues del tronco y cogeré el cuento. Luego, ya me
pensaré si lo devuelvo o me lo quedo juajuajua.
Las hojas son gruesas, los puntos, finos. Tenía razón la niña,
hacen cosquillas. ¿Qué dirán? Tendré que hacer magia para averiguarlo.
-Eh, tú. No hagas trampas.
-Calla, bruja malvada. Dedícate a lo tuyo, que como me
enfade verás lo que es bueno. Te quitaré la manzana con la que engañas a Blanca
Nieves.
-Duende del demonio. Carapedo. Como te pille…
A ver, a ver qué pone aquí. Uy…
Me asomo al hueco de mi árbol. Soy curioso por naturaleza.
Me gusta agazaparme y observar lo que sucede en mi bosque de robles
milenarios..
Pero si es mi historia. Claro, una historia de un duende y
su roble, qué otra cosa podía haber, si no, detrás de algo tan bonito como son
estos puntos.
Bien, bien. Devolveré el cuento al tronco y esperaré a que
Lucía venga a leérselo a su padre. Me gustará escucharla y ver cómo pasa sus
manitas por esos puntos. Sí, me gustará porque lo que, en realidad hará, es
pasarlas por mí.
-Papi… ¿será verdad lo que dice el cuento? Me gustaría
preguntárselo a él.
-Hija, si lees mucho y aprendes a jugar con la imaginación,
podrás preguntárselo y más aún, las estrellas serán amiguitas tuyas y el sol
dejará que sus rayos sean tu corona y muchas más cosas.
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