domingo, 9 de febrero de 2014

El crimen del molino

Buena noche de domingo:
Comparto contigo mi última creación literaria, como es costumbre.
En recuerdo de los inolvidables días disfrutado por tierras murcianas surge esta historia de policías y fantasmas.
Que te guste.
Con cariño.

El crimen del molino

Como si del péndulo de un reloj gigante se tratara, el cadáver oscila de un lado al otro, anudado al marrano del viejo molino. ¿Cuánto tiempo lleva colgado de aquel grosero travesaño?
Una construcción ruinosa es lo único que queda del antiguo molino de la Cequia Ancha en el Campo de Cartagena, uno de tantos abandonados a su suerte, despojados de su antigua gloria.
Por casualidad, el bueno de don Antonio, pasó por allí a recordar pretéritas historias de maquilas y truhanerías. Alzó sus ojos hacia el desmembrado chapitel y lo vio. Temblando se aproximó, ascendiendo por la bamboleante escalera de caracol,  temiendo encontrarse con los despojos de algún conocido.
No, no supo quién podía ser. Aunque ni quiso, ni pudo, hacer un escrutinio detallado. Pensó en acudir a la Autoridad y dejarse de responsabilidades. En su mente quedaban aún rescoldos de antiguos temores al amo, fuera cual fuese, palizas, blasfemias, imposiciones injustas. Pero los relegó y actuó.
Cuando llegaron el señor juez y la Guardia Civil procedieron con los trámites. Nadie parecía saber a quién pertenecía aquel cuerpo en estado de descomposición, cubierto únicamente por una especie de túnica blanca y descalzo. No había más señas ni pistas.
Inquirieron al cadáver con modernas técnicas forenses, pero ni por ésas. Se resistía a desvelarles sus secretos.
Indagaron entre los archivos de casos sin resolver aunque no supieran por dónde tirar.
Lo que sí habían logrado deducir era que no se trataba de suicidio como causa de la muerte. Claro, que no parecía que lo hubiesen ahorcado ya que el cuello no presentaba rastros profundos, más allá de los producidos por la soga que lo aupó hacia ese improvisado patíbulo. ¿Entonces, ¿de qué había muerto? ¿Cómo se produjo el final?
Ya estaban por desistir en el empeño y enterrarlo en la fosa común de los sin nadie y olvidar el asunto cuando, de repente, apareció en el cuartelillo  de Torre Pacheco una anónima confidente. Quien la atendió era un joven e inexperto funcionario que la dejó escapar sin más. Únicamente se limitó a recoger el sobre que aquella desconocida cooperante le entregó con el encargo de que lo hiciera llegar al comisario Juárez. Lo depositó en la bandeja de entrada y se olvidó del asunto.
Horas después, el destinatario lo abrió sin prestar demasiada atención hasta que…
“No busquéis más. El fantasma del viejo molino debía morir para pagar por sus pecados. ¡Quemadlo!”
El diligente Juárez, con sus aires de poli de peli americana salió disparado hacia el despacho de la recepción.
-¿Quién ha traído esto?
El atribulado muchacho, salió de su cómodo refugio burocrático y asumió su responsabilidad.
-¿No le preguntó filiación e identidad?
-No. Parecía tan normal la señora… Me fié de ella.
-¿Cuándo aprenderá que en este oficio nuestro no hay que dejar nada al azar ni a la apariencia? ¿Y ahora qué hacemos? Tendremos que encargar a la Científica un análisis grafológico de estas palabras. Maldita sea… Qué incompetencia.
No podía imaginar, aunque debiera haberlo hecho, que no obtendría, como en el caso del cadáver, resultado alguno.
No le quedaba otra que regresar al lugar del hallazgo aunque fuera ya noche cerrada y la climatología invitara a marchar a casa. Un salvaje ventarrón acompañado de fuertes truenos y rayos iluminaban la escena.
Con la linterna de oficio se dirigió a la entrada. La puerta giraba libre sobre los goznes golpeando la pared.
Entró y alzó, como debió de hacerlo días atrás, don Antonio.
¡No podía ser! ¿Qué?
Otro cuerpo, no podía ser que fuera el mismo, se presentaba ante sus ojos en las mismas condiciones que el anterior. Y una voz amenazante aullaba, ¿o eran los truenos y el gemir del viento?
-No lo hagas. No te acerques. Si lo haces quedarás maldito para siempre.
Gruesas gotas de frío sudor se deslizaban por su rostro involuntariamente encogido. Salió de aquel ruinoso lugar, dejando atrás profesionalidad y valor. Subió al coche y aceleró alejándose cuanto antes.
A la mañana siguiente, ya con la luz del día, como protección, se presentaría y vería qué demonios pasaba.
Así lo hizo, pero la sorpresa invadió sus intenciones, aniquilándolas.
La torre estaba ardiendo aún. Rescoldos de la noche. ¿Qué podía hacer?
Pasado el tiempo necesario para que se enfriasen, se acercó. Tan solo, un trozo de madero carbonizado al que se pegaban los hilos de una maroma entre los cuales creyó percibir piel humana.
Entonces su teléfono móvil sonó.
-Señor, debe venir enseguida al depósito de cadáveres.
-¿Qué sucede?
-Ha desaparecido el cuerpo aquél que se encontró colgado en el viejo molino.
-¿Santo Dios! Una inquietante certeza se estaba abriendo paso, de manera irrevocable en su mente de analítico investigador por mucho que se empeñara en rechazarla.




 


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