Buenas noches:
Comparto la crónica de mi nueva llegada a Santiago de Compostela, sintiéndome, otro año más, peregrino.
Gracias de corazón a quienes hacéis posible este privilegio.
Camino a Santiago, 2013
Puede parecer reiterativo, y hasta aburrido, que vuelva a contar impresiones acerca de ese trozo final de Camino de Santiago que conduce a la meta de la Misa de Peregrinos junto a mis herman@s de la Fundación También, que hice el año pasado y que éste no podía dejar de repetir y que, ojalá así sea, durante muchos años lo haga de nuevo porque, como la vida, cada uno es diferente, cada encuentro con ell@s es especial. Y, por eso, y porque se lo prometí a Verónica, aquí estoy para contar un nuevo viaje de la emotividad y la superación.
Yo, sempiterno aspirante a Peregrino, tratando de marchar siempre hacia adelante en pos de nuevas metas,pese a la ceguera me emociono profundamente al compartirlo, al llegar hasta Santiago en compañía de Elena y de Personas (con mayúsculas) que enseñan que es posible llegar, Personas a las que no les importan ni las caídas ni los golpes ni las rozaduras ni el esfuerzo que les suponen sus diversas discapacidades, que pese a todo llegan, llegamos, y sonríen y te ayudan y te aceptan sin preguntar ni etiquetar, que conjugan la generosidad en su máxima expresión.
Enseguida, Adrián, un muchacho de 19 años, estudiante de Administración y Finanzas, paraplégico, con su silla de ruedas, me ofrece su hombro para que me apoye en él y me conduzca a los aseos en la estación de autobuses de Villalpando, durante la parada y en otros tantos momentos del fin de semana también volverá a hacerlo, estando siempre pendiente de lo que pueda necesitar.
Recibo los besos saludadores de Fátima y su acompañante, Rosa, aquélla, con la que disfruté del piragüismo en Aranjuez, mientras nos asombrábamos de cómo alguien, cual carnicero de pro, partía melones a velocidad de vértigo. Me hace una enorme ilusión volver a encontrarme con ella.
Raquel, que en un principio, sería nuestra guía particular, la de Elena y mía, añadiendo a su labor de coordinación y apoyo general (eficiencia personalizada), se ocupa de que no nos falte de nada, un lujazo disponer de sus atenciones. Pero, pronto habrá más que nos ayuden y todos con la naturalidad, la sencillez y el cariño de quien sabe hacerlo de corazón.
En el desayuno, tendremos ocasión de saludar a Teresa y agradecerle que, como presidenta, nos acoja con tanto afecto.
Aunque el Camino está previsto para ser recorrido en bicicleta (sea ésta del modelo que sea, en base a las necesidades de cada participante), Elena y yo lo atravesaremos a pie, también lo hará alguien más, Verónica, con la que enseguida me encuentro a gusto. Seremos los andantes (más bien el andante y las andantes, no sé si caballero o no, pero yo siempre cual jeque, bien acompañado).
Como el año pasado, la climatología es espléndida, como también lo son el ánimo y la charla.
Tanto Verónica como Raquel nos van pintando el entorno, con hórreos, pastos, albergues, flores y prados, sin prisa, con detalles, con calidez: luz a mis ojos velados.
A la tarde, ya lo dije el pasado año, el ambiente se torna mágico, robles y eucaliptos, silencio y aromas a leyenda.
Por la mañana, cogemos racimos de uvas, qué importa que no sean moscatel, si están a nuestro alcance. Qué cosas tiene este cieguito: atreverse a coger uvas. Menos mal que Raquel le lleva la mano al rácimo, que sino...
Por la tarde, vuelvo a abrazar el mismo roble, junto a Raquel, del año pasado. Invoco un deseo de paz y energía para quienes allí estamos.
La jornada de Camino ha concluido. La cena la haremos por el centro de Santiago, cada cual a su aire. Al final, formaremos un buen grupito en el que disfrutamos a tope. Carlos y Bruno, recordando peripecias de 2012, Soraya (siempre sonriente, pese a todo), Rosa y Fátima, entre otros. Cómo no: Riveiro, pulpo y bieiras engrandecen mi estómago y paladar. Ah, sí, y una mousse de chocolate y nueces por aquello de que son sanísimas para bajar el colesterol, jejjejeje.
El domingo vendrá cargado de ilusiones y de deseos de fortaleza ante la emotividad, que acabará rindiéndose al final, vencida por la camaradería, el estar allí y las lágrimas de sentimientos encontrados: tristeza por no ver, nostalgia, recuerdos, deseos de paz y bien. La plaza del Obradoiro repleta de peregrinos, música de gaita y banda, fotos, fotos, felicitaciones por haber llegado, cansancio, orgullo.
El regreso se hace pesado por el trayecto en autocar, pero se mitiga con bromas y chanzas de unos y otras.
Si el año pasado, disfruté y me emocioné, éste no fue menos. Tuve regalos increíbles: pude tocar el botafumeiro, volví a abrazar a Santiago, saltándonos la cola, y recibí el aliento necesario para no decaer en mi día a día de oscuridad, hice reír, di color, ¡qué felicidad más grande!.
En el hotel tuvimos un trato excelente, por parte del personal: nos pusieron la marca táctil en la tarjeta de la habitación y nos dijeron lo que contenía el bufet y nos trajeron cuanto quisimos, incluido un soberbio pedazo de tarta de Santiago, tras alguna gestión por parte del camarero (no estaba incluida y nos lo trajo de forma particular, provocando algún que otro comentario). Al fin, en un hotel me informan, de manera completa, de lo que hay en el bufet, no se limitan a preguntarme qué me apetece, sin saber lo que hay.
No olvidaré ni a Juan Antonio ni a Sonia, su madre; ni a Mariajo, Jorge y Jaime, ni a Miguel Ángel y Miguel. No olvidaré las conversaciones con Raquel, Fátima o Verónica.
No olvidaré el texto que leyó Teresa con motivo de que ésta es la décima edición que También organiza, un Camino de la inclusión y la Superación ni tampoco de cómo la homilía hablaba de la gratitud y nos exhortaba a practicarla, con toda razón. Sí, dar gracias. Dar gracias a Dios, a mi familia, a todos quienes me regaláis vuestro tiempo y apoyo, a quienes me permiten sentir que estoy ayudando, aunque siempre crea que es tan poco lo que hago frente a lo mucho que recibo.
Y si todo eso recordaré, cómo no, recordé: recordé de forma sentida y constante a mi familia, a mis amig@ especiales, a esos otros peregrin@s de BBVA que cuentan siempre con Elena y conmigo, ese otro Camino, el de la Libertad.
Qué pasada es todo esto, qué placerazo es vivir experiencias así, vivencias, encuentros, aprendizajes, cariño y naturalidad.
¡Buen Camino, peregrin@! Más alto, más lejos, ultreia et supreia.
¡Siempre adelante! ¿Verdad que sí, Fátima?
martes, 15 de octubre de 2013
Camino a Santiago, 2013
Publicado por Alberto en 9:14 p. m.
Etiquetas: De viajes
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me alegro de que no pares de viajar. Un abrazo.
Publicar un comentario