Feliz domingo de sueños e ilusiones. Que no nos falten. ¿Qué
más da que parezcan tontos proyectos?
Como siempre, ahí estamos.
Un cálido abrazo ilusionado.
Moisés será el último de los grandes exploradores.
Conquistará la Isla de la Eterna Primavera. ¿Rastrear tupidas selvas y
tempestuosos ríos? Si es ciego. ¡Imposible!
Silvia interpretará su mejor música como violinista en el
Royal Albert Hall de Londres y, algún 1 de enero, será la invitada especial del Concierto de Año
Nuevo en Viena. Qué tontería, si es sorda. ¡Bobadas!
Carlos será campeón olímpico de maratón. Batirá el récord
del mundo. ¿Eso? Ni hablar, es parapléjico. ¡Absurdo!
Juan Rafa construirá el más suntuoso de los palacios. Toda
una revolución en materia de diseño arquitectónico que marcará un antes y un
después. ¡Pero si tan solo es un niño! ¿Qué va a saber él de estática y
distribución de fuerzas, y sustentaciones de arbotantes o contrafuertes?
¿Y Loli? Loli redactará la novela de novelas, la mejor obra
literaria jamás creada, que será fuente de entretenimiento y sueños para sus
lectores. ¡Qué va a escribir, si es analfabeta. ¡Mamarrachadas!
Así pasaba en el País de Yupilandia. Mienttras que, para los
abogados sabelotodo de la razón, esos anuncios eran puras e inútiles fantasías, para la portavoz
de esos genios diferentes, resultaban ser promesas de triunfos.
Ella se había arrogado
la misión de abanderar su causa perdida al escucharles pronunciar, con nítido convencimiento,
su deseo de que mientras que todos saben
que van a morir, no todos se preocupan de vivir realmente. Así que soñaban.
Soñaban con que podrían conseguirlo aun siendo conocedores
de que no les resultaría nada fácil. Pero, ¿es que había algo que a ellos les fuera
sencillo alguna vez? Estaban acostumbrados a vencer, a ser gigantes de alma en
cuerpo de enanos.
Raquel les conocía bien. Eran todos ellos habituales visitantes
de su oficina a la que tantas personas acudían como puerto de embarque hacia el
horizonte de la normalización.
A ella le era cada vez más difícil no implicarse en los
sueños de quienes llegaban. Sabía, su profesionalidad bien lo aconsejaba, que
no debía hacerlo pero es que… ¡eran tan admirables!
Bueno, al menos se encargaría de ayudarles a encontrar el
camino y a difundir sus afanes. Más no podía hacer. ¿Poco era? Sin duda, pero ella
no había nacido con una barita mágica bajo el brazo. Tan solo tenía un buen
corazón y una experiencia de intermediadora social.
Soñaban, sí. Lo hacían cuando se juntaban y soñaban también
en sus grises rutinas solitarias. Quién sabía.
Y un día Moisés encontró por sí solo el amor. Conoció a alguien
y aprendió el itinerario que le llevaba desde su piso hasta su casa, en medio
de la avenida, dos calles más abajo.
Y otro día, tal vez, ese mismo, Silvia sintió vibrar sus dedos
al acariciar un jilguero. Percibió sus maravillosos trinos como si fuera ella
la que los interpretaba con el mejor de los violines.
Más aún. Carlos, con férreo tesón, obligó a sus piernas muertas
a que se arrastrasen dando ¿cuatro pasos? ¿Cinco? ¿Diez? Hasta que sus manos llegaran
a abrazar a esa niña que acababa de nacer, su primera sobrina.
Y Juan Rafa, con las cajetillas de cerillas del abuelo
Rafael construyó una torre, ¿la Torre del Salvador? ¿Cómo hizo para que no se
cayeran? No lo supo, pero qué bonita quedaba en equilibrio.
Ah, Loli. Emborronó y emborronó hasta que, con caligrafía de
amanuense, dibujó siete letras: i, l, u, s, i, ó, n. Qué chulas le parecían,
que gallardas.
Sí, claro. No pocos dijeron: “?a qué tanta alaraca y bombo
de la tal Raquel? ¿Para esas menudencias? ¡Vaya
héroes de pacotilla!”
Soñaron, sí. Soñaron y vencieron. Al vencer fueron felices.
¿Qué más les daba a ellos que esas metas parecieran nimias? Las habían alcanzado
por sí mismos, con su esfuerzo. ¿Es que únicamente Raquel iba a ser la que
comprendiera que eran auténticas hazañas?
Soñaban, sí. Soñaban y despertaban. ¿O no? ¿Soñaban porque
estaban despiertos?
Que siguieran haciéndolo, se decía ella, porque sus sueños
eran la energía que la hacía fuerte, dándole impulso para continuar.
Raquel, pobre Raquel. Tan normal, según los otros. Tan
vulnerable ante su espejo. Raquel que se fortalecía al ver que un ciego, bastón
en ristre, venía a visitarla sonriente; que una sorda tarareaba, alegre una cancioncilla monocorde; que un parapléjico
conducía su silla de ruedas, llevando en su bolsillo un chupete; que un
chiquillo travieso le regalaba el cromo de la Torre Eiffel; o que una muchacha
vivaracha y tenaz le traía papelitos con palabras, ¿qué palabras?
Ah, Raquel, Raquel; la que habitaba en la casa de la avenida.
1 comentario:
Soñar es querer, y querer es poder.
Como ejemplo, tú.
Un abrazo
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