viernes, 2 de agosto de 2019

Málaga y Nerja: entre la espuma y los sueños.

Si ya el poeta y filósofo, Solomon Ibn Gabirol (1021-1058) dijo que "el comienzo de la sabiduría es desearla", yo, que, ni mucho menos soy sabio, aunque aspire a serlo, deseé, regresar a Málaga para saborearla con la calma que no fue posible el pasado diciembre. Quise reencontrarme con sus gentes y calles y, sobre todo, pasear por sus playas. Además, en un justo ejercicio de memoria visual, quise también, acercarme a la Nerja de Verano azul, aquella magistral serie de mi admirado Antonio Mercero que tanto me acompañó en mi niñez. Así que entre los días 27 al 31 de julio reservé en el Hotel Palacete Los álamos y para allá que me fui. Me esperaba en la estación María Zambrano, mi admirada poeta Julia Montoya, con la que tanto me unen sensibilidad y versos. El clima fue estupendo, librándonos del temido Terral y de todo lo que cuenta, las sensaciones pasan a formar parte de esta crónica, asentada en los recuerdos. Sensaciones como la paz que obtuve al pasear descalzo, la noche del sábado, por la playha del Palo casi en soledad, mientras el mar sonaba poderoso. El contacto con la arena, el sonido de las olas, el silencio frente al ruido de Madrid. Algo inolvidable. La emoción de asomarme al Balcón de Europa, después de haber recorrido la cueva de Nerja, 60 años después de que fuera descubierta, con sus construcciones de estalactitas aunque con la ausencia de pinturas. Es emocionante bajar a la cueva e imaginar aquellos pobladores que, miles de años atrás, la habitaron y dotaron de magia. Los personajes de Verano azul se presentaban ante mi fantasía al tiempo que paseábamos por calles con casas llenas de rosales y plazas con la música de arpa... Tito, Bea, Desi, Javi, Chanquete, Julia la pintora, la otra o tal vez fuera ella la Julia que venció su claustrofobia por llevarme dándome la mano escaleras abajo al fondo de la cueva. Es curioso escuchar a los camareros del bar El tintero ofreciendo los platos de pescaíto y, a modo de subasta, elegir el que te apetece sabiendo que te cobrarán por plato, independientemente de que se trate de gambas, de boquerones o de puntillitas. Sabores de Málaga, frutos secos garrapiñados, vino dulce, pasas, espetos de sardinas... Es bonito superar los miedos y ser capaz de flotar aunque sea un poquito en el mar gracias a la cuerda con boyas que dispone la Playa de la Misericordia en el punto accesible. Da gusto saber que la discapacidad no es obstáculo para poder bañarse. Hamacas para nosotros, voluntarios que te guían, elementos de accesibilidad. Julia me anima a que me deje llevar, cogido de la cuerda y suelte los pies. Lo consigo en parte, pero cuando lo hago sé que estoy venciendo al miedo. Lástima que lo poco que gano puede que sirva de poco, pero, al menos, lo conseguí. La calle Larios abarrotada de gente, pero llena de historias y tiendas, el Café de Chinitas, el Museo Picasso, la Manquita o catedral de la Encarnación, el teatro romano, la alcazaba... lugares que se llenan con la música flamenca y las palabras de gitanas vendiendo lotería. Días de sol y emociones que junto a Manuel Altolaguirre me acompañarán para siempre: "En mis labios los recuerdos. En tus ojos la esperanza. No estoy tan solo sin ti." Málaga hospitalaria y fecunda en mágicas caricias de luz y generosidad. Pero aún habré de regresar para cruzar el Caminito del rey y, por qué no, comprobar qué es eso de "que salga el sol por Antequera" jejejejej.

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