Buena
noche:
Dedico,
con todo cariño, este pequeño cuento a Ekaitz, ese niño que siente curiosidad
por mi mundo, hijo de gente buena. Ojalá le guste y resulte premonitorio de su
felicidad.
Un
abrazo.
El
destino de Ekaitz
La
Gran Madre Mari sabe que ya no le queda tiempo, que su tiempo ya ha pasado. Los
hombres la olvidarán, las mujeres dejarán de honrarla. Se avecinan lunas de
desprecio y oscuridad.
Su
hogar de siglos está en peligro. La mentira, la injusticia y la calumnia
imperarán en ese nuevo tiempo.
Los
bosques y montes arderán arrasados por el fuego de la guerra y la muerte.
Los
humanos se entregarán al odio y la traición, renunciarán a las raíces de la
Tierra. Mari lo sabe pero siente que su poder se agota.
Ha
visto el futuro, un futuro de máquinas, desierto, frío y soledad.
El
trueno suena, la lluvia y el viento la acompañan en su desolación.
-Mami,
mola este parque. Está guay.
-Sí,
sí; cariño. Es bonito. ¿Sabes? Tu padre y yo nos conocimos aquí y aquí supimos
que siempre nos querríamos.
La
tormenta arrecia. La Gran Madre Mari siente que tal vez aún no esté todo
perdido. Puede que si coge un puñado de tierra y exala su aliento sobre él
surgirá una piedra misteriosa. Una piedra a la que sólo acudirán los elegidos
para guardar su memoria. No importará entonces los siglos que pasen, la piedra
siempre estará allí y quien la merezca la encontrará sin tener que buscarla.
-¿En
serio? ¡Uaaaaaala! ¿hace mucho de eso?
-Mucho,
hijo mío. Era un día de verano, vinimos con una excursión de la escuela a pasar
el día. Hasta entonces yo no me había fijado en aquel muchachote recio y tímido.
Nos lo estábamos pasando bien, recorriendo el parque, descubriendo sus leyendas
y sus plantas y dándonos chapuzones en la poza.
-¿No
teníais entonces móviles?
-Ni
móviles ni maquinetas de marcianos. Jugábamos al escondite o a la soga o al
corro.
Junto
al roble, la Gran Madre Mari deja la piedra que ha surgido de su aliento.
Pronto quedará enterrada por la maleza y las raíces. Un potente trueno acompaña
su gesto lo mismo que unas fuertes rachas de viento la arrastran. La Gran Madre
desaparece, disuelta entre el granizo y la tormenta. Y entonces todo es
silencio.
Será
silencio durante muchos siglos. Hasta que quién sabe quién regresará y se
prendará del lugar. Y entonces ese quién que nadie sabe quién pueda ser decidirá
que es hora de hacer de lo agreste, un vergel. Y se empeñará en despejarlo y
acondicionarlo como parque magnífico al que, a saber por qué, le pondrá por
nombre Paz.
-Faltaba
poco para regresar a casa, yo quise llevarme unas ramitas de romero y laurel.
Me aparté un poco y entonces le vi. Se apoyaba en el tronco de un hermoso
roble, parecía estar fundido con él. Nos miramos, nos sonreímos, nos
comprendimos.
-Nunca
me lo habías contado, mami. ¿Sabes? Yo os quiero mucho aunque, a veces…
Aquel
alguien que quién sabe quién era no ahorró en esfuerzos para lograrlo. El día
de la inauguración no faltó nadie de los importantes del pueblo. Se felicitaban
por lo oportuno de la idea. Aquello que, siempre parecía estar maldito, tan lleno
de zarzas y espesura que daba miedo, se convertía ahora en ese parque tan
hermoso, poblado de fuentes y flores, de paseos y bancos. Alguno de los que
encuentran cualquier ocasión para hacer negocio, vio claro que allí podría
instalarse un merendero y hasta un zoológico que le producirían sus buenas
ganancias.
-Ay
ay, Ekaitz, cariño. Te estás convirtiendo en hombre. Cómo has crecido. Déjame
que te acaricie la mejilla. Déjame sentir que aún eres niño.
-Mami,
no te rayes, no seas pesada. Tarda mucho papá.
-Tenemos
nosotros que ir en su busca. Estará preparando la comida.
-Ah,
¿entonces qué hacemos aquí?
-No
sé. El corazón me trajo hasta aquí después de tiempo que no venía. Mira, ése es
el roble. Está viejo, pero sigue en pie. Es… no sé… es valiente. Tú serás como
él.
-¿Yo
como un roble? Qué raro, mami.
-Firme,
valiente, apegado a lo profundo y lo auténtico porque tus raíces nacen de la
justicia y la honradez.
-No
sé, mami. Mira, qué chulo.
-¿Qué?
-Una
piedra. Es bonita.
-No
la veo.
Que
sí, mami. Que está ahí, debajo de esa raíz gorda, entre las hojas y la hierba.
Nadie
la ve, pero la Gran Madre Mari se asoma por entre las ramas del árbol. Y lo
hace con una sonrisa luminosa.
-Que
pasada. Qué piedra tan chula. Es fina y suave. Le pediré a papá que me haga un
llavero con ella.
-¿Un
llavero? No será demasiado grande? Mejor un colgante, como si fuera un amuleto.
Sí, un amuleto que te ayudará en tu porvenir.
-¡Papá,
papá! Mira qué me he encontrado!
-Sí,
hijo. ¿Tú también lo has encontrado?
-Yo
también ¿qué dices?
-Sí,
hijo. ¿No te lo ha dicho tu madre? El día que nos conocimos ella y yo, yo
también descubrí una piedra como ésa, esa piedra. Cuando llegó aquella muchacha
vivaracha y pecosa yo estaba disfrutando del tesoro. Al llegar tu madre, lo
primero en que pensé, tal fue lo que sentí por ella, fue en regalársela. Pero
ella, entonces no lo entendí aunque tampoco quise torcer su deseo, fue que la
volviera a depositar donde la había encontrado, que aún no era el momento de
que fuera de nadie.
Ekaitz,
la piedra, la tormenta, la Gran Madre, el futuro. La paz.
Pasarán
los años y ese niño, al que su madre ya ve como un hombre, se hará hombre, sí
sí. Nunca se separará del colgante que su padre le fabricó.Ekaitz destacará
como justo entre los justos, se hará famoso por sus consejos y a él acudirán
desde los más lejanos lugares quienes tengan sed de Justicia y necesiten
saciarla.
1 comentario:
He visitado tu espacio, Alberto, con la sonrisa en cada frase. Me ha encantado éste cuento, tan lleno de tu impronta personal. Nunca te rindas, amigo mío!
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